La importancia de elegir bien ante una lesión de rodilla: mi experiencia con el menisco
En 2013 corrí una carrera de 5 km en un bosque muy bonito de Wimbledon. La carrera transcurrió a un ritmo cómodo y acorde a mis posibilidades, sin sentir nada extraño. Sin embargo, al día siguiente tomé un avión rumbo a Los Ángeles y, aquella mañana, noté algo inusual en mi rodilla. Quizás estaba un poco hinchada, pero no le di importancia, ya que me esperaban 13 horas de vuelo.
La sorpresa llegó al aterrizar en Los Ángeles: al salir del avión, noté que no podía doblar la rodilla y que estaba más hinchada que un botijo. Cojeando, llegué a casa y comencé a gestionar una consulta con un médico especialista.
El diagnóstico y la recomendación de cirugía
Afortunadamente, aunque no llevaba muchos años en Los Ángeles, conocía a uno de los mejores médicos en traumatología deportiva. Tras revisar la resonancia, me recomendó operarme, ya que se evidenciaba una lesión en el menisco interno de mi rodilla izquierda. Acepté la operación con resignación, no tanto porque estuviera convencido, sino porque el especialista me lo planteó de una manera tan clara que no me quedó duda.
Programamos la cirugía para unas semanas después. Sin embargo, el destino intercedió: tuve que viajar a Europa antes de la operación, lo que me obligó a posponerla. Durante el viaje, noté que mi rodilla mejoraba poco a poco. Primero desapareció la sensación de hinchazón en algunos momentos, luego recuperé movilidad. Aproveché para hacer ejercicios suaves en el gimnasio, como bicicleta y fortalecimiento sin dolor.
Un punto de vista diferente
Pasadas dos semanas, coincidí con un médico en España, quien me dijo algo que me hizo replantear mi decisión: «Este tipo de lesiones en Europa ya no se opera. Solo se interviene si la rodilla se bloquea o si el dolor es insoportable.» Su opinión contrastaba totalmente con la del médico en EE.UU.
Animado por esta nueva perspectiva, seguí con mis ejercicios y me traté la rodilla por mi cuenta, aprovechando que, como fisioterapeuta, podía hacerlo. Fue entonces cuando noté que ciertas zonas de la piel de mi rodilla estaban más sensibles. Al pellizcar, sentía más dolor en esos puntos. Esto me llevó a desarrollar la terapia con la que llevo tratando a mis pacientes durante más de 10 años: Thimblex (thimblex.com). Pero hablaré de ella en otra ocasión.
La recuperación sin cirugía
Con mis propios tratamientos y los ejercicios adecuados, mi rodilla continuó mejorando. No fue un proceso rápido, pero gradualmente pude doblarla sin molestias. Como corredor desde los 14 años, acostumbrado a maratones y carreras populares, en los peores momentos pensaba: «Si pudiera correr solo 30 minutos de vez en cuando, estaría contento.» Ya no aspiraba a grandes logros, simplemente correr sin dolor era suficiente.
Con el tiempo, comencé a trotar suavemente. No sentía dolor al correr, pero a veces sí después, así que espaciaba las sesiones para dar tiempo a la articulación a recuperarse. Seis u ocho meses después de la primera visita al traumatólogo en EE.UU., corrí una media maratón sin dolor. Sentí una leve molestia después, pero nada significativo.
Reflexiones sobre la toma de decisiones
Mi experiencia demuestra que, ante una lesión, hay diferentes caminos posibles: cirugía, inyecciones, fisioterapia o ejercicios. Saber cuál es la mejor opción es complicado, ya que no hay dos lesiones ni dos cuerpos iguales. En mi blog (Thimblex), hablo sobre cómo el exceso de información puede dificultar la toma de decisiones.
Doce años después, sigo contento con mi decisión. No significa que la cirugía hubiese sido un error, pero evitar el bisturí siempre conlleva menos riesgos. Como dijo el médico en España: «Es mejor un menisco roto en su sitio que ningún menisco.»
No quiero desalentar a nadie de operarse si es necesario, pero sí resaltar que la cirugía debe ser la última opción, tras haber agotado las alternativas conservadoras.