Las aventuras de la camilla Rusti: Dolor crónico de espalda.

Las aventuras de la camilla Rusti: Dolor crónico de espalda.

Tiempo de lectura: 13 minutos

—¿Se puede recomendar decenas de veces un restaurante en el que solo se ha estado una vez? —se preguntó Rusti mientras Jaime charlaba con una nueva paciente que acababa de llegar. 

—Es un lugar increíble. Aparte de una pasta magnífica, tienen esos cuchillos suizos que tienen el mango de colores. Si te descuidas, te llevas un buen recuerdo del restaurante, y no precisamente del bueno —comentó con gracia Jaime.

—Sin falta vamos a ir, Jaime, en nuestro próximo viaje. Florencia siempre ha estado en nuestra lista de deseos. Ojalá sea pronto, en cuanto mejore mi dolor de espalda —dijo pensativa la paciente. 

—Además, el dueño me dijo que Gwyneth Paltrow había comido ahí —terminó diciendo Jaime.

—Vamos a ver, ¿eso qué tendrá que ver? Es como si Jaime se llevase comisión de los sitios que recomienda —se dijo a sí mismo la camilla Rusti. A veces Jaime le sacaba de quicio. Tantos años escuchando las mismas historias, las mismas anécdotas, las mismas recomendaciones, las mismas gracias. Una larga vida juntos. Se habían convertido en una de esas parejas que se quieren mucho, pero que por momentos no se aguantan. 

Rusti siempre pensó que, en vez de una consulta de fisioterapia, Jaime tendría que haber montado un negocio de recomendaciones, especializado en viajes, restaurantes, productos curiosos y actividades varias. A lo largo de los años, siempre con el afán de ayudar a sus pacientes, había guiado a pacientes a los sitios más variopintos. Entre sus recomendaciones más utilizadas estaba ese pueblo en el norte de España que, según decía, es el secreto mejor guardado de toda España. Con frecuencia, en puentes y vacaciones, se puede ver a alguno de sus pacientes pasear por sus praderas y acantilados. Pero sus recomendaciones no solo se cernían a restaurantes, conciertos de piano de Rachmaninoff o calas secretas. Otra de sus habilidades era servir como puente de unión entre pacientes, tanto para jugar al tenis como para conseguirles nuevos clientes a psicólogos o profesores de piano. Incluso alguna vez había hecho de Celestina, programando sesiones de tal forma que pacientes solteros y de edad similar se pudiesen encontrar en la sala de espera. Para Jaime todo este ir y venir de pacientes, de conversaciones y de situaciones surrealistas le servía como escapatoria de toda esa nube gris de lesiones y dolores. «Cuanto menos hable un paciente de su lesión, más probabilidades tendrá de olvidarse de ella. Hay que expulsar los dolores de nuestra cabeza». Esta era la conclusión a la que había llegado Jaime después de tantos años tratando a gente en su consulta. 

En ese día concreto tocaba ayudar a Elena, la paciente con dolor de espalda que ya estaba tumbada en la camilla. Elena no podía dejar de hablar de su lesión, y eso era una señal de alarma a los ojos de Jaime. 

—No recuerdo la última vez que he dormido del tirón ni de despertarme con algo de energía. A este maldito dolor, justo entre mis escápulas, le gusta hacer acto de presencia por las noches. En muchas ocasiones me tengo que ir a dormir al salón, a ese sillón orejero que casi tiramos cuando hicimos la mudanza. Me quedo dormida viendo la teletienda o campeonatos de piragüismo —comentó Elena.

—¿No has mejorado nada en las últimas semanas? —preguntó Jaime, siempre intentando buscar el lado positivo o un atisbo de mejoría al que agarrarse.  

—Pues realmente no. Creo que me siento hasta peor. Estoy de baja desde hace ya seis meses, ya que no consigo estar sentada más de una hora sin sentir el dolor. Tampoco puedo hacer ejercicio. Intento ir a la piscina, pero solo pensar en llegar al polideportivo, desvestirme y meterme en la piscina me da miedo. Al final no me apetece hacer nada. Me paso el día en el salón viendo la televisión o en mi cama, a oscuras —explicó Elena. 

A Elena, cuando pensaba en la vida que llevaba antes de la lesión, se le caían las lagrimas. Miró en este momento a Alfonso, su marido, que le devolvió la mirada con resignación, como pudiendo sentir su dolor. Elena sabía que Alfonso también vivía en las últimas. Casi estaba educando él solo a su hija Paula. Elena no podía llevarla al colegio, no podía hacer los deberes con ella, no podía ir al parque. Tampoco podía ir a la compra o realizar tareas en casa. Su lesión se estaba cobrando una factura incalculable, tanto a nivel personal como profesional o familiar. Intentaba no hablar de su dolor. Sentía como que la gente se había cansado de sus quejas. Por lo tanto, sufría en silencio, día tras día, añorando aquella época en la que iban de camping a la Costa Blanca o subían montañas, como esa maravillosa ascensión que hicieron al Monte Perdido.

Aunque Jaime ya conocía los detalles de la lesión de Elena, en ese momento le preguntó por el origen de la lesión. Era una estrategia arriesgada, pero había comprobado cómo, a veces, los pacientes se sentían mejor después de hablar de su problema. Es como si soltasen un lastre que llevaban dentro y luego ya podían centrarse en pensamientos más positivos.

Elena empezó con su relato. 

—Todo empezó hace cuatro años con un ligero dolor en la espalda entre las escápulas. Yo trabajaba en la secretaría de admisión de una prestigiosa universidad privada. Me encantaba todo de ese trabajo: recibir a todos los alumnos y observar como se imaginaban y veían a sí mismos jugando a las cartas en la cafetería o levantando pesas en el gimnasio; hablar con los padres, que estaban casi más ilusionados que sus propios hijos. Era un trabajo muy dinámico y lo disfrutaba al máximo. En esos momentos no podía pedir más a la vida. 

Tenía a Alfonso, a la pequeña Paula y vivíamos en una magnífica ciudad. Pero, como dice el dicho: «Todo lo bueno se acaba». Un caluroso día de mayo, un pequeño dolor hizo su aparición. Al principio no le hice mucho caso; me decían que era una contractura o un bloqueo de las vértebras por estar tantas horas sentada delante del ordenador. El dolor fue a más y, pasadas unas semana, ya me dolía constantemente. Las visitas a varios fisioterapeutas y quiropractores solamente conseguían aliviar momentáneamente el dolor. Así que decidimos visitar a algunos médicos y, tras varios tratamientos infructuosos, la situación no mejoró. Muchos empezaron a decir que el dolor estaba en mi cabeza, ya que no aparecía nada en las pruebas diagnósticas. A mí esa explicación nunca me convenció. Es como suponer que me estoy inventando el dolor —describió con tristeza Elena.

—Creo que Elena está hablando de mí —escuchó decir a alguien Rusti. 

—¿Y tú quién eres? —preguntó Rusti, ya acostumbrado a escuchar nuevas voces cada vez que entraba una paciente nueva.  

—Soy Cerebrum. El cerebro de Paula. 

—Encantado. Yo soy Rusti, la camilla de Jaime. ¿Qué tal te va la vida?

—Me alegro de que me lo preguntes. Ahora mismo no estamos en nuestros mejores años, pero tengo la esperanza de que todo cambiará con la ayuda de Jaime —contestó Cerebrum. 

—Pero no entiendo. Elena ha dicho que le duele la espalda. ¿Qué tienes que ver tú en todo esto? —se interesó Rusti.

Este momento no lo dejó escapar el viejo sofá, siempre dispuesto a dar explicaciones académicas. 

—Aprovecho esta ocasión para daros unos datos sobre el cerebro humano. El cerebro es el órgano principal del sistema nervioso central que controla y coordina todas las funciones del cuerpo y procesa la información de las sensaciones, conocimientos y emociones. Se encuentra dentro del cráneo. En el caso de Elena, y en el de todas las personas que sufren de dolor, podemos decir que el cerebro tiene áreas especializadas que procesan la información del dolor y regulan la respuesta del cuerpo a esta experiencia. El dolor en las partes del cuerpo es detectado por receptores especializados llamados nociceptores, que se encuentran en la piel, los músculos, los huesos y otros tejidos. Cuando estos receptores se activan debido a un estímulo doloroso, envían señales eléctricas a través de los nervios periféricos hasta la médula espinal y finalmente al cerebro. El cerebro procesa esta información y produce una experiencia subjetiva del dolor, que puede variar en intensidad, duración y calidad —lo aleccionó el viejo Sofá. 

—Muy interesante. Entonces, ese flujo de señales eléctricas es el que tú sientes. ¿Verdad, Cerebrum? —preguntó Rusti.

—¡Exacto! Ahora mismo, ese dolor constante en la espalda de Elena lo sentimos ella y yo. Las señales eléctricas dolorosas que me llegan desde su espalda no dejan de fluir, ni siquiera de noche. ¡Tampoco un cortocircuito las puede cortar! —explicó Cerebrum.

A lo largo de los años, Jaime había tratado a muchas pacientes como Elena. En algunas personas, sin explicación, un día algo empieza a doler y no desaparece en meses, incluso años. Es lo que en términos médicos se denomina dolor crónico. En casos como los de Elena, Jaime intuía que había algo más detrás se un simple dolor físico; algo que se escapaba a los ojos de médicos y terapeutas. En esta ocasión, mirando fijamente a Elena, lanzó una pregunta, como queriendo comunicarse con sus entrañas. 

—Hay algo ahí dentro que impide que te cures, Elena. Tenemos que averiguarlo —dijo Jaime. 

Cerebrum sintió como que Jaime se lo estaba preguntando directamente a él. Dudó un momento. Casí se asustó, pero en seguida se acordó de que las partes del cuerpo no pueden comunicarse con los humanos. Así que le contestó, aun a sabiendas de que no lo podía escuchar. 

—Querido Jaime, yo te lo puedo explicar muy fácilmente. Lo primero que tendríamos que hacer es cortar este flujo de señales que me llegan y que no nos dejan vivir. Yo lo veo como una autopista, una autopista de dolor. Cada coche que conduce por ella es una señal de dolor y, cuantos más carriles, más coches y más dolor. Llega un momento en el que me acostumbro a ese dolor, pero nunca desaparece —lo instruyó Cerebrum.  

—Entonces, ¿lo que hay que hacer es disminuir los carriles de esa autopista?, que pasen, por ejemplo, de seis a dos. El objetivo final será que por esa autopista no circule ningún coche —comentó Rusti, que sí podía hablar con Cerebrum.  

—Justamente eso, pero esta autopista es muy caprichosa. Hay días en los que Elena parece contenta y no me llegan tantas señales dolorosas. Los días en los que está triste y preocupada no hacen más que llegar señales —explicó Cerebrum. 

Mientras tanto, Jaime seguía hablando con Elena y ya había empezado a tratar su espalda. Por lo que sentía Jaime con sus manos, no había una gran lesión en la espalda de Elena. Las pruebas diagnósticas tampoco habían revelado nada grave. Simplemente, una zona contracturada que producía un dolor que irradiaba hacia el hombro y brazo. Por su experiencia, los tratamientos manuales, es decir, los masajes, eran una de las técnicas más eficaces para mejorar los dolores de espalda. A medida que iba tratando la zona dura y tensa, notaba cómo los músculos se relajaban y distendían. A veces pensaba que, a ojos de la nueva generación de fisioterapeutas, sus tratamientos se consideraban de la vieja escuela: la escuela de usar las manos, confiar en la sensibilidad y en la intuición. No le importaba que cada vez se utilizasen más máquinas tecnológicas para tratar lesiones. Jaime era fiel a sus manos y a su experiencia. El hecho de seguir ahí, en la brecha, después de tantos años y tantos pacientes, le servía como refuerzo positivo. 

Elena todavía seguía con dudas. 

—Lo que realmente no entiendo es cómo me puede doler tanto y que luego no salga nada en las resonancias o las radiografías —expuso Elena con desesperación.

—Esa es la pregunta del millón. Desde hace décadas nos han intentado explicar que el dolor significa un daño en algún tejido o estructura. Pero la realidad no siempre es así. Se puede tener mucho dolor sin ningún o con poco daño en el cuerpo. Un ejemplo muy claro es el dolor que sienten los amputados de pierna, lo que se conoce como dolor del miembro fantasma. Ellos ya no tienen esa pierna, pero siguen sintiendo dolor como si aún la tuviesen intacta. Lo importante es saber diferenciar entre el daño real en el cuerpo, es decir, las lesiones en tendones, músculos o ligamentos y la sensación subjetiva de dolor que el paciente percibe. Esta sensación cambia según cada paciente. 

—Jaime, gracias por esta explicación. Aun así, no entiendo por qué hay días en los que me duele más y días en los que me duele menos —se interesó Elena. 

— No es fácil de explicar. A ese tipo de dolor se le llama dolor neuroplástico. Quiere decir que cada persona siente el dolor de forma diferente a como lo sienten otras personas. Pero incluso, que la misma persona tiene sensaciones dolorosas cambiantes en un mismo día —explicó Jaime. 

—¡Qué complejo, Jaime! Pero voy entendiendo —comentó algo confusa Elena. 

—El dolor también depende de otros factores como son los sociales, mentales y nuestro entorno. En definitiva, el dolor es cambiante según la persona y sus circunstancias. Por ejemplo, los jugadores de rugby salen de los partidos con moretones por todos los lados. Pero no se dan cuenta de que están lesionados hasta que se sientan en el vestuario y se relajan. La cabeza, en el momento del partido, no estaba enfocada en sentir el dolor. Otro ejemplo más claro. ¿Nunca has ido al cine a ver una buena película y, durante las dos horas que duraba, no te acordaste ni una sola vez de tu dolor? —se interesó Jaime.  

—Sinceramente, no he ido al cine en muchos meses. Yo debo de ser de las que está todo el rato pensando en el dolor. Pero no lo puedo evitar. Siento que me duele y no puedo desconectar. Hay mañanas que me levanto decidida a dar un cambio en mi vida. Pero, en cuanto aparece el dolor, me hundo mentalmente —dijo Elena. 

—Ahí está el desafío. Imagínate que existiera una forma de regular el dolor. Una ruedecilla con la que pudieses subir y bajar el volumen del dolor. Las cosas que te aumentarían el dolor, es decir, las que te harían sentir más dolor, serían el estrés, la tristeza, la furia, la ansiedad y los pensamientos negativos. Por el contrario, estar relajada, contenta y distraída te bajaría el dolor. Disminuiría el volumen del dolor. En general, cuando hay mucho estrés y ansiedad, los músculos del cuerpo se tensan y contracturan y consecuentemente se incrementa la intensidad del dolor. El estrés es un amplificador del dolor. Un ejemplo muy claro: Durante la pandemia hubo un incremento de ingresos hospitalarios por dolor en todo el mundo. La gente estaba angustiada y esto hacía que sintieran más el dolor.

—Esta es mi oportunidad —dijo el viejo sofá casi gritando —, he oído dolor y pandemia. Aquí van unos datos muy interesantes: «La pandemia del COVID-19 ha generado altos niveles de estrés y ansiedad en la población. Estos factores emocionales pueden contribuir al desarrollo o exacerbación de condiciones de dolor crónico, como la migraña, el dolor de espalda o las enfermedades relacionadas con el estrés. Como resultado, es posible que más personas hayan buscado atención hospitalaria para el tratamiento del dolor. Otras causas son los cambios en los patrones de estilo de vida. Las medidas de distanciamiento social, el confinamiento y los cambios en los patrones de trabajo y actividad física durante la pandemia pueden haber llevado a un aumento de los problemas musculoesqueléticos y del dolor relacionado con el sedentarismo. La falta de actividad física, las malas posturas y otros factores relacionados con el estilo de vida pueden haber contribuido al aumento de los ingresos hospitalarios por dolor».

Rusti y Cerebrum habían escuchado atentamente la explicación del viejo sofá. Cerebrum sintió como empezaban a encajar las piezas de un rompecabezas. 

—Ya entiendo todo. Elena casi nunca hace nada divertido. Desde hace meses que no vamos a pasear a la sierra. Como ha dicho, tampoco hemos ido al cine en mucho tiempo. A mí me encantaría ir más al cine. Sobre todo a ver comedias románticas como las de antes. Esas en las que toda la familia acaba cantando y en la que, al final, el chico sale corriendo para decirle a la chica que la quiere. Solo de pensarlo me da un subidón —comentó Cerebrum. 

—Qué tonto eres, Cerebrum. La pobre Elena llorando y tú pensando en ir al cine —dijo Rusti.

Alfonso, el marido de Elena, también tenía muchas dudas. En la lesión de Elena, su papel había sido secundario, pero siempre se había preocupado por buscar a especialistas que pudieran ayudar a Elena, mirando en internet o hablando con amigos. Así es cómo habían dado con Jaime: el famoso boca a boca. 

—Jaime, hay una cosa que no entiendo. Nadie ha podido darnos un diagnóstico certero. El término que más hemos escuchado ha sido fibromialgia. Pero he mirado en internet y parece que la fibromialgia es un poco como un cajón de sastre. ¿No será que Elena tiene fibromialgia? —preguntó Alfonso.

—Bueno, esa es una buena suposición. La fibromialgia es una enfermedad crónica que se caracteriza por un dolor generalizado y una fatiga persistente. El problema es que las causas por las que aparece no son conocidas y tampoco está muy claro cuál es el tratamiento más efectivo. Al final, el nombre del dolor no es lo realmente importante. Lo importante es tratar los síntomas y conseguir que mejore de una vez por todas —contestó Jaime. 

—Pero entonces, ¿cómo se va a curar? Nada ha funcionado. No sabes lo duro que está siendo. Ya ni los médicos nos prestan atención. Parece que la ven como un caso perdido —terminó diciendo con desesperación Alfonso. Esta vez era él el que tenía lágrimas en los ojos. 

—Te diría que tenéis que tener paciencia. Pero de eso supongo que ya no tenéis mucha. Mira, os propongo una cosa. Juguemos a ser cocineros y preparemos una receta del dolor o, mejor dicho, una receta contra el dolor —sugirió Jaime intentando contagiarles algo de positivismo. 

—Yo también quiero jugar. Tampoco me importaría comer algo. Ya puestos… —dijo con gracia Rusti.

—Rusti, no te rías de nosotros, que la situación es muy seria —le espetó Cerebrum. 

—Es verdad, perdona —se disculpó algo cohibido Rusti. 

—Rusti, estaba de broma. Como ha dicho Jaime, tenemos que estar contentos para curarnos. Nada como tomarse las cosas con menos transcendencia —terminó diciendo Cerebrum. 

Jaime ya tenía a Elena y a Alfonso donde quería: receptivos, positivos e ilusionados con un nuevo plan, un plan de ataque. Para Jaime era muy importante que los pacientes salieran de su consulta con una mentalidad positiva. Algo similar a como salen los jugadores de fútbol del vestuario después de la charla del entrenador. 

—¡Vamos a ello! Lo primero es dormir bien —empezó diciendo Jaime. 

—¿Dormir bien? Me acabas de descolocar. ¿Qué tiene que ver cómo duermo en todo esto? —se interesó Elena. 

—Es de las cosas más importantes. Dormir bien afecta positivamente a las lesiones. 

Durante el sueño, el cuerpo realiza procesos de reparación y regeneración celular, lo que favorece la cicatrización de las lesiones y la recuperación de los tejidos dañados. Además, ayuda a reducir la inflamación y fortalece el sistema inmunológico. Por último, dormir adecuadamente ayuda a reducir los niveles de estrés. En general, durante el sueño, el cuerpo tiene la oportunidad de recuperarse y rejuvenecerse, lo que disminuye la tensión y la ansiedad acumuladas durante el día.

—Bueno, para conseguir esto Alfonso tendría que dejar de roncar —dijo Elena con gracia y todos se rieron a carcajadas. 

—Seguimos. Tienes que evitar estar sentada o tumbada durante el día. El movimiento y el ejercicio hará que te olvides de tu dolor y ayudará a mejorar tu condición física —continuó diciendo Jaime.

—Eso es fácil de decir, Jaime. Ya solo estando de pie me duele la espalda. ¡Ahora me dirás que hagamos el Camino de Santiago! —le increpó Elena. 

—No sería una mala idea. Pero eso lo podrás hacer más adelante. Por ahora tienes que buscar la forma de andar un poco. Si andar mucho te molesta, tienes que andar algo menos. Puedes también montar en bicicleta o ir a la piscina. Cualquier cosa que te saque de casa. 

—¿Quizás puedo usar la máquina elíptica de Alfonso?, esa que está en el trastero llena de polvo —preguntó Elena. 

—Claro que sí. Eso estaría muy bien. Lo dicho, cualquier cosa que haga que te muevas sin mucho dolor. Por último tienes que trabajar el aspecto emocional. Tienes que hacer cosas que te pongan contenta. A mi, por ejemplo, escuchar música clásica me sube la moral, pasear con mi perro Sammy o correr por el campo —comentó Jaime. 

—Ya estamos con las recomendaciones. Hay que pararlo, que si no va a acabar hablando de Rachmaninoff —dijo rápidamente Rusti.

—Ahora mismo estoy muy enganchado al concierto número 2 de Rachmaninoff. No puedo dejar de escucharlo —terminó diciendo Jaime.  

—¡Lo sabía! —dijo Rusti y todos se rieron. 

—¿Alguna cosa más? —preguntó Elena. 

—Muchas más. Pero por ahora esto es suficiente. Por supuesto tienes que seguir con los tratamientos de fisioterapia, que son fundamentales y te van a ayudar mucho. El tratamiento tiene que ir en paralelo con los ejercicios y con los hábitos positivos. Yo confío en ti, Elena. Juntos, con Alfonso y Paula, formáis un buen equipo. Es importante que os apoyéis mutuamente para salir de esta situación. Poneos un objetivo y diseccionarlo en pequeños y asequibles trozos. Cuando entrenas para un maratón no empiezas corriendo cuarenta y dos kilómetros. Empiezas con dos o tres 3 kilómetros y vas aumentando. Lo que tienes que hacer es ponerte un objetivo y trabajar poco a poco hasta conseguirlo. ¿Cual sería tu objetivo, Elena?

—Ir a comer a ese restaurante tan bueno en Florencia —respondió con decisión Elena.

—Pues ahí lo tienes. Puedes empezar por ir a comer un pincho de tortilla en el bar de abajo. 

—Así lo haremos, Jaime. Nos has dado muchos ánimos. 

De esta forma terminó la sesión, con todas las partes contentas. A Elena le quedaba un largo camino por recorrer. Un camino lleno de altibajos, de días buenos, días regulares y días malos. Al salir a la calle se fijó en unos gorriones que revoloteaban por la copa de una vieja acacia y pensó: «Hace tiempo que no miraba las cosas bonitas que hay delante de mí. La sesión con Jaime ha sido muy intensa pero a la vez positiva. Puede que tenga razón y pueda curarme con sus tratamientos y con una mentalidad más positiva». Miró en ese momento a Alfonso, que caminaba a su lado, y lo cogió de la mano, como lo hacían cuando paseaban por el Retiro en sus primeras citas. 

 

Las aventuras de la camilla Rusti: Lesión de menisco (rodilla).

Tiempo de lectura: 11 minutos

Estaba atrapado en un espacio pequeño, una caja dura y oscura. No había ventanas ni puertas a la vista. Estaba solo, rodeado de paredes de madera, húmedas y frías. 

Tenuemente, a lo lejos, escuchaba conversaciones, frases sueltas, cuyo significado no llegaba a descifrar. Trataba de taparse los oídos, pero las voces no se detenían. 

Era una situación angustiante, no conseguía comprender cómo había acabado ahí. De una de las paredes colgaba una placa de latón que indicaba: D24. No conocía el significado, pero le daba mala espina. Comenzaba a ponerse muy nervioso, no estaba seguro qué era peor: la claustrofobia que sentía o el miedo a lo que le pudiese ocurrir. 

De repente, la caja se empezó a deslizar lentamente hacia un lado. Su corazón empezó a latir muy rápido, intentó gritar, pero su voz estaba atrapada en su garganta. La caja paró de moverse y se dio cuenta de que, desde un extremo, entraba un halo de luz. 

—La salida —pensó. Se desplazó lentamente hacia el lado desde donde provenía la luz y se asomó por la rendija que se había abierto. Lo que vio le asustó aun más. Mirase donde mirase, arriba, abajo, a la  izquierda o a la derecha, solo se veían cientos de pequeños cajones, cada uno con su correspondiente placa de latón, su letra y su número. 

—¿Cuál sería el significado de esta cajonera? —Supuso que en cada caja había alguien como él, pero su cajón era el único que estaba medio abierto. 

—Vamos a ver ese menisco —escuchó de repente decir a alguien—. Tenemos que valorar si operarlo o no —La voz se iba acercando cada vez más, con pasos que hacían retumbar las paredes. Sabía que no había escapatoria y gritó con terror: 

—No, por favor. ¡Sacadme de aquí! ¿Dónde están mis compañeros? ¡Socorro! ¡Que alguien me ayude!

En ese momento se despertó. 

—Tranquilo, has tenido una pesadilla —escuchó decir a una voz tranquila y reconfortante. Era Rusti que lo observaba—. Llevas un buen rato temblando y diciendo cosas sin sentido. ¿De qué tenías miedo?

—No me acuerdo muy bien, pero había muchos cajones y alguien me dijo que me iban a operar —dijo todavía algo asustado.

—Ah, ya entiendo. Es la pesadilla de la cajonera. No es la primera vez que la oigo mencionar. Luego te cuento todo sobre ella. Pero antes de eso, ¿cómo te llamas?

—Me llamo Meniskus y soy uno de los meniscos de la rodilla de Ansu Fati.

—¿He oído menisco? —se escuchó decir al viejo Sofá—. Antes de embarcarnos en esta nueva aventura es importante saber qué es un menisco. Os lo cuento aunque no os interese.

—¡Venga! —contestó Rusti—. ¡Ilumínanos!

—Pues aquí va: El menisco es un tipo de cartílago que se encuentra en la rodilla. Cada rodilla tiene dos meniscos, uno en la parte interior, en forma de C (menisco medial), y otro en la parte exterior, en forma de U (menisco lateral). El menisco es una estructura fibrocartilaginosa que actúa como amortiguador y estabilizador de la rodilla. Sirve de unión entre el fémur y la tibia, los dos huesos largos de la pierna. Sin los meniscos, estos huesos chocarían los unos con los otros, como parachoques entre dos vagones de un tren.

—¡Qué bien lo ha resumido el viejo Sofá! —dijo Meniskus—. Pero luego os cuento con más detalle. Somos mucho más que un simple cartílago. Ahora, por favor, vamos a escuchar a este nuevo terapeuta al que hemos venido a ver, que estoy un poco asustado. ¿Cómo se llama?

—Se llama Jaime. No te preocupes que Ansu está en buenas manos.

—Eso espero —dijo Meniskus con precaución.

—Buenos días. Mi nombre es Jaime, soy fisioterapeuta y vamos a intentar curarte esa rodilla. Pero antes, ¡cuéntame qué es lo que ha pasado! —empezó diciendo Jaime.

—Pues verás. Yo me llamo Ansu Fati y soy jugador de fútbol profesional. Juego en el primer equipo del Barcelona.

—Pero, ¿no eres demasiado joven para jugar en el Barcelona? ¿Cuántos años tienes? —preguntó Jaime. 

Tímidamente, Ansu respondió: 

—Bueno, la verdad es que tengo 18 años.

—¿Y eres de España? Lo digo por el nombre —preguntó Jaime. 

  —Sí, soy español —contestó con orgullo Ansu—. Aunque nací en Guinea Bissau, con seis años mi familia y yo nos mudamos a Sevilla.

—¿Guinea qué? —preguntó la camilla Rusti. 

A lo cual el viejo Sofá contesto rápidamente: 

—Rusti, no nos hagas perder tiempo, que la historia de Ansu nos interesa. De todas formas, para tu información, Guinea-Bissau es un país ubicado en África occidental, limitando con Senegal al norte y Guinea al sur y este. Su capital y ciudad más grande es Bissau.

Ajeno a esta conversación, Ansu seguía contando su historia. 

—En Sevilla jugábamos al fútbol mi hermano y yo. Siempre nos decían que éramos muy buenos y ya con diez años hablaron con mi padre para que me fuera a la cantera del Barcelona, a La Massia. Era una oferta muy buena para mi familia y a mí lo que más me gustaba era jugar al fútbol. Así que nos mudamos todos a Barcelona y, desde entonces, no he parado de jugar. Debuté en primera división con dieciséis años y en la selección española con diecisiete.

—Muy interesante —comentó Jaime—. Pero supongo que si hoy estás aquí, en mi consulta, es porque tu historia tan bonita se ha torcido un poco.

—¡Qué razón tienes! Estoy aquí porque hace unas semanas me he hecho daño en la rodilla. Estaba jugando un partido contra el Betis. En una jugada cerca de la portería me hicieron una entrada y sentí un fuerte dolor en la rodilla izquierda. Pude terminar la primera mitad, pero luego, en el vestuario, la rodilla se me hinchó y los doctores me dijeron que tenían que hacerme una resonancia magnética para ver el alcance de la lesión.

—¿Y se vio algo en la resonancia? —preguntó Jaime. 

—Por desgracia, sí: rotura del menisco interno de mi rodilla derecha.

—Vaya, lo siento. ¿Qué te han dicho los doctores que tienes que hacer? —se interesó Jaime. 

Rusti, Meniskus y el viejo Sofá se habían quedado mudos escuchando esta historia tan emotiva. A Meniskus casi se le saltaban las lagrimas.

—¿Así que te has roto, Meniskus? —dijo Rusti—. Por eso tienes pesadillas. Pobrecito, lo siento mucho.

—Si, me da hasta vergüenza comentarlo. Por mi culpa, Ansu no puede jugar. Cuando le hicieron la entrada en el partido, yo sentí como que un rayo me atravesaba por dentro y ahora una parte de mí está rota. No sé qué me va a pasar. Tengo mucho miedo. No quiero que me corten, como le he oído decir a algún médico.

No te preocupes, Meniskus —dijo Rusti—. Todo va a salir bien. Al final, todo se soluciona, ya verás.

—Ojalá. No quiero tener más pesadillas de cajones. ¿Qué significado tendrán?

—Eso te lo puedo explicar yo —empezó a contar Rusti.—. En tiempos pasados tenían la costumbre de clasificar todas las partes del cuerpo individualmente. Se organizaban con letras y números. Así, por ejemplo, el tendón del supraespinoso era E12 o el ligamento interno de la rodilla, el T34. Se lo imaginaban como una pared llena de cajoncitos, con cada parte del cuerpo dentro de su cajón. Cuando una se esas estructuras se rompía, lo que se intentaba era, en sentido figurado, sacar esa parte, repararla y volver a meterla en su cajón correspondiente. Era un sistema muy analítico, pero, a la vez, muy entendible y razonable.

—Claro, por eso mi cajón se abrió en el sueño.

—Exacto. Pero, con los años, se ha ido viendo que el cuerpo humano no funciona así. Todas las partes del cuerpo se necesitan unas a otras, se apoyan unas a otras, dependen unas de otras. Es algo extremo decir que un esguince de tobillo puede provocar un dolor de cuello, pero por ahí van los tiros. Una parte del cuerpo no se daña por sí sola. Una lesión casi siempre viene precedida de un mal funcionamiento o desgaste de otras estructuras. Tampoco una lesión se cura solamente tratando la zona dolorosa. En cada tratamiento hay que tener en cuenta las articulaciones, músculos y tendones de alrededor. Es una relación de ida y vuelta, una autopista de dos sentidos.

—Ahora que lo mencionas —comentó Meniskus—. Los días antes de lesionarme el cuádriceps se quejaba de estar muy cansado. «No aguanto más tantos partidos». Eso decía constantemente. 

—¡Lo has entendido!. Todas las partes del cuerpo se ayudan unas a otras. El cuádriceps no tiene la culpa de que te hayas lesionado, pero puede que haya influido negativamente en tu lesión —terminó diciendo Rusti. 

Ansu seguía comentando con Jaime lo que le habían dicho los médicos: 

—Según ellos hay tres opciones: La primera es no hacer nada, dejar pasar el tiempo y confiar en que el menisco se cure por sí solo o, por lo menos, no moleste. Parece ser que los meniscos rotos, aunque no vuelvan a pegarse, pueden colocarse en una buena posición y no molestar. Pero claro, eso puede llevar mucho tiempo y el club quiere que vuelva a jugar cuanto antes. Me dicen que tampoco hay ninguna garantía de que el menisco llegue a curarse solo, eso varía según cada persona y la gravedad de la lesión. 

—Eso tiene sentido. Los meniscos son un tipo especial de cartílago que tiene un suministro de sangre bajo, lo que significa que poseen una capacidad limitada para repararse a sí mismos. Las lesiones se curan, sobre todo con sangre oxigenada. Por eso, por ejemplo, los músculos se curan mucho antes que otras estructuras del cuerpo, ya que tienen un aporte sanguíneo mucho mayor —explicó Jaime.   

Ansu continuó: 

—La segunda solución es extirpar el fragmento de menisco dañado; en esencia, cortar el trozo que se ha roto. Es lo que se llama una menisectomía parcial. Se intenta conservar la mayor parte posible del menisco. La recuperación, en este caso, es mucho más rápida. En unos dos meses podría estar jugando otra vez. La tercera es la más compleja: suturar el menisco, es decir, coser la parte rota y volver a ponerla en su sitio. Esta opción, según me han dicho, es mejor que la anterior, pero tiene menos garantías de éxito y estaría cuatro o cinco meses parado.

—Sí que te lo has estudiado bien —dijo con sorpresa Jaime—. Tendrás que pensar muy bien lo que quieres hacer.

—¡La primera, por favor! ¡La primera! —gritó Meniskus—. O la tercera. Pero no elijas la dos, por favor —A Meniskus le daba pánico que le cortasen. 

—¿Tú qué opinas? —preguntó Ansu a Jaime. 

—Mi opinión es que la operación siempre tiene que ser la última opción. Como dijo el famoso doctor Juvenal Urbino: «El bisturí es la prueba mayor del fracaso de la medicina».

—Ahora me acabas de rematar. ¿Quién es este doctor? ¿Dónde pasa consulta? —preguntó Ansu. 

Jaime contestó ya en un tono divertido: 

—El doctor Juvenal Urbino fue quien se casó con Fermina Daza.

—No te sigo, Jaime. ¿Me estás tomando el pelo? —dijo un poco molesto Ansu. 

Por abajo, el viejo Sofá no dejaba de gritar: 

—Yo lo sé, yo lo sé, yo sé quién es el doctor Juvenal Urbino. Es el que se murió al caerse de una escalera intentando coger un loro.

—No te preocupes. Estaba de broma. Ya conocerás a este doctor en el futuro. Es un personaje ficticio que sale en la novela «El Amor en Tiempos de Cólera», una historia muy bonita que tienes que leer algún día. Ahora en serio, yo creo que lo que tienes que hacer es esperar un tiempo hasta que la inflamación baje un poco y ver como está la rodilla. Como me gusta decir: «Mejor un menisco roto que no molesta que medio menisco». Hay que intentar preservar el menisco todo lo que se pueda. Si, pasadas unas semanas, la rodilla te duele mucho al andar o no la puedes doblar bien, entonces te puedes plantear la operación. Pero antes tienes que conseguir que la inflamación baje. La operación es siempre la última opción.

—Pero, ¿qué problema tiene que me quiten el menisco o un trozo del menisco? —preguntó Ansu.

—A corto plazo no mucho. Hace años se tendía a extirpar todo el menisco una vez que un jugador se lesionaba. Incluso hubo un doctor muy famoso que metía los meniscos en botes de cristal y los guardaba en una estantería. Tenía varias paredes llenas de botes. Pero con los años, sobre todo si se seguía jugando al fútbol, el jugador desarrollaba una artrosis prematura. Sin el menisco, los dos huesos chocan y friccionan entre sí y el cartílago, la capa que cubre los huesos, que está hecha para durar entre ochenta y noventa años, se desgastaba prematuramente. Los jugadores aguantaban unos años jugando y luego casi siempre tenían que retirarse. Algunos incluso acababan con una prótesis de rodilla. Así que es muy importante preservar el menisco siempre que se pueda.

—Menudo carnicero ese doctor. No me cae nada bien —dijo Meniskus—. A mí lo que me gustaría explicarle a todos estos expertos, que hablan tanto, es que aquí abajo somos una familia. Todos nos apoyamos. No sirve de nada que intenten curarme si no consiguen relajar los músculos cuádriceps o isquiotibiales. Nunca me curaré si los músculos de las piernas de Ansu están descompensados o si sus caderas están bloqueadas y no se mueven bien. Tenemos que funcionar todos como un equipo, desde el portero hasta el delantero. Pero veo que ahí arriba están obcecados en curarme a mí y se van a olvidar de los demás.

Como si Jaime hubiese escuchado lo que decía Meniskus le preguntó: 

—Ansu, ¿sabes lo que quiere decir holístico?

—Ni idea —contestó Ansu.

—Pues quiere decir que hay que entender el cuerpo como un todo integrado, en lugar de separarlo en partes o componentes individuales. Un enfoque holístico reconoce que todo está interconectado y que para comprender completamente algo es importante tener en cuenta todos los aspectos que lo conforman. En el caso de las lesiones, tenemos que analizar el estado de las articulaciones, los músculos, los tendones… todo puede influir en el tratamiento, pero, sobre todo, en la prevención de las lesiones.

Pero Ansu no estaba convencido y protestó: 

—Pero mi lesión fue debida a una entrada de otro jugador. Fue un accidente.

—Nunca se sabe —dijo Jaime—. Puede que tus piernas estuvieran cansadas de otros partidos y no se hubiesen recuperado bien. Puede que tuvieses el tobillo bloqueado o la espalda rígida. Casi siempre hay una o varias causas por las que se producen las lesiones. Reconozco que algunas lesiones se producen por mala suerte o por un golpe fortuito. Pero aun en estos casos hay que analizar el mecanismo lesional, qué es los que ha pasado antes de producirse la lesión.

Ahora Ansu se quedó un momento pensando y dijo: 

—Jaime, me parece superinteresante lo que estás comentando. Supongo que esto se puede aplicar a todos los aspectos de la vida. Por ejemplo, en un equipo de futbol trabajan el entrenador, los médicos, los fisioterapeutas, los nutricionistas, los jugadores… hasta los aguadores. Si uno de estos componentes falla, todo el equipo pierde. ¿Qué tengo que hacer exactamente entonces?

—Te canto la receta entonces: Como entrante, tenemos unas raciones antiinflamatorias. Esto lo conseguimos con tratamientos como el hielo, la bicicleta suave, la piscina y cualquier otro método que reduzca la inflamación. De plato principal, contamos con una activación muscular para quitarle presión al pobre menisco: ejercicios de fortalecimiento de toda la pierna, la cadera e, incluso, abdominales y lumbares. Y como postre, tenemos una serie de ejercicios de estiramientos y propiocepción, es decir, conseguir que no pierdas la movilidad y el equilibrio de la pierna. ¿Entonces todo solucionado? Tenemos un plan al que agarrarnos, que siempre es importante.

—Me encanta el plan de Jaime, me encanta el sol que entra por la ventana, me encantan las palomas cantando en los arboles, me encanta todo lo que hay en esta consulta, me encanta la vida. Me gustaría quedarme aquí a vivir. ¡Qué contento estoy! —comentó exultante Meniskus. 

Rusti le contestó con gracia: 

—Es muy interesante ver el efecto energizante de la fisioterapia manual y holística sobre los pacientes. Entran hundidos y salen más contentos que una perdiz. A veces pienso que tendría que haber sido psicólogo. De todas formas, Meniskus, si has escuchado bien a Jaime, ha dicho que hay que dejar pasar tiempo, tener paciencia y ver cómo evoluciona la lesión.

—Sí, le he escuchado bien. Pero cualquier cosa es mejor que la perspectiva de un bisturí y de volver a tener pesadillas sobre cajones.

—La esperanza es lo último que se pierde —terminó diciendo Rusti. 

Así terminó la sesión. Jaime y Ansu se despidieron y este prometió mantener a Jaime informado sobre el devenir de su lesión. Por abajo, Meniskus también se despidió del viejo Sofá y de Rusti. Había sido una sesión muy intensa y todos estaban exhaustos. Rusti, como siempre cuando terminaba un día de trabajo, se quedaba pensando sobre el significado de todo aquello. Es como si estuviese haciendo un curso acelerado sobre el cuerpo humano. Más aun, es como si una fuerza mayor intentara comunicarle algo que todavía no lograba entender. Ya habían pasado muchos pacientes y había hablado con muchas partes del cuerpo. Cada una le había contado sus problemas, sus frustraciones, pero, sobre todo, aquello que les hacía sentirse bien. Espacio, lubricación, movimiento, colaboración, ejercicio… eran todo cosas que el cuerpo necesitaba para funcionar a la perfección. Siguió dándole vueltas a la cabeza, pero decidió posponer estos pensamientos para otro día. Ahora tocaba descansar y esperar a ver qué nuevas aventuras les traerían futuros pacientes. 

P.D. Meses después de esa sesión de Ansu, un paciente se dejó olvidado un periódico deportivo sobre el viejo Sofá. Curiosamente, estaba abierto sobre una página en la que ponía:

«El calvario de Ansu Fati. El canterano del Barça, lesionado 389 días en las últimas dos temporadas, afronta otro obstáculo en una corta carrera marcada por las grandes expectativas. El joven delantero del Barça se operó por tercera vez de su lesión en la rodilla izquierda. En la primera operación suturaron el menisco roto, pero esta solución no fue exitosa».

Al final, no había podido ser y acabaron cortando al pobre Meniskus, la temida opción dos. Esto le dio mucha pena a Rusti y al viejo Sofá. En la vida las cosas no siempre salen como uno quiere. Pero se aferraron a lo positivo que ponía en el artículo, que Ansu estaba ya jugando a un buen nivel y marcando goles.

 

Las aventuras de la camilla Rusti: Dolor lumbar.

Tiempo de lectura: 13 minutos

—¡Todos a sus puestos! ¡Zafarrancho de combate! ¡Arrojad los botes! —gritó el capitán.

»¡La batalla está a punto de empezar! ¡Piratas!, ¡esta vez no me podéis dejar en la estacada! Ya sabéis que vosotros mantenéis este barco a flote y, sin vosotros, estaría hecho pedazos. ¿Estamos todos listos? 

»En la proa, músculos abdominales, ¿estáis listos para disparar? 

—Sí, mi capitán. 

»En la popa, músculos lumbares, ¿listos para mantener este barco erguido? 

—Sí, mi capitán. 

»Babor y estribor, músculos oblicuos y transversos, ¿preparados para aguantar esas fuerzas traicioneras que entran por los laterales? 

—Sí, mi capitán. 

»Mis queridos y fieles músculos intervertebrales, ¿estáis despiertos? 

—Sí, mi capitán.

»Listos entonces. Ahora solo queda esperar a la tormenta, que estoy seguro que nos golpeará con fuerza.

Rusti no daba crédito:

—¿Qué más podía pasar? No era suficiente con poder escuchar a las distintas partes del cuerpo —pensó. Ahora se había metido de lleno en algo parecido a una batalla de piratas. 

—Esto no podía seguir así, la situación se estaba desmadrando. Era el momento de poner algo de cordura —continuó razonando. 

—¡Ejem! —profirió Rusti—. ¡Disculpe! ¿Qué está ocurriendo aquí?

—¿Que qué está ocurriendo? Estamos a punto de combatir en una de las batallas más épicas de la historia de la navegación y nos viene con preguntas absurdas. No tengo tiempo para conversaciones banales. Aquí mis artilleros y yo estamos dispuestos a luchar hasta morir. El mínimo error y nos vamos a pique.

—¿Quién exactamente es Usted? —preguntó Rusti en un tono insolente. 

—Yo soy Diskus, capitán de este navío.

—No quiero ser pesado, pero yo no veo ningún barco por aquí. Por ver, no veo ni agua —dijo Rusti.

—Que no ve ningún barco, dice. ¡Qué desfachatez! ¿No ve usted este magnifico mástil y estas grandiosas velas que lo rodean? ¿Acaso es usted ciego?

A Rusti le entró la risa. 

—Supongo que se referirá a la columna vertebral y a los músculos que la rodean.

—Claro que sí, viejo esbirro. Empezamos a hablar el mismo idioma.

—Muy bien —continuó hablando Rusti siguiéndole la corriente a Diskus. 

—Ya entiendo lo del barco. Ahora, lo que no entiendo muy bien es lo de la batalla o, más bien, no entiendo contra quién estáis combatiendo.

—¡Dejad que se lo explique! Somos muchos los que hacemos posible que este barco navegue por este mundo lleno de fuerzas que nos empujan de un lado a otro. Aparte, lógicamente, de la gravedad que nos comprime hacia abajo. Yo, como capitán de este barco, me encuentro en el centro de todo, en el cuadro de mandos. Como mi nombre indica, Diskus, soy una almohadilla cartilaginosa de forma circular que se encuentra entre las vértebras. Vulgarmente, me llaman disco intervertebral, pero yo prefiero capitán o comandante. Desde que el ser humano decidió caminar erguido, en vez de a cuatro patas, todo han sido problemas y me ha caído encima un peso difícil de llevar. Mi función, como puede imaginar, es la de amortiguación, permitiendo ligeros movimientos de las vértebras y actuando como un ligamento que las mantiene juntas. En total, somos treinta y tres discos distribuidos a lo largo de toda la columna, uno entre cada vértebra.

—Muy interesante —comentó Rusti. Diskus había conseguido atraer toda su atención. Con todo lo que había aprendido sobre el cuerpo últimamente, esto le parecía fascinante. 

Arriba, en la camilla, el fisioterapeuta Jaime estaba haciendo unos ejercicios con un nuevo paciente: jugador de tenis, con un palmarés espectacular, un icono mediático, un gentlemen. Así lo describen los que lo conocen. Pero todos los héroes tienen su tendón de Aquiles y, en el caso de Roger (que así es como se llamaba) era la espalda. Durante casi toda su carrera había padecido dolores de espalda que incluso lo llevaron a retirarse en varios torneos. 

—¡Así que tu eres el GOAT! —comentó Jaime en un intento de romper el hielo. 

—¿Una cabra? ¡Goat quiere decir cabra en inglés! ¿Jaime va a tratar a una cabra? ¡Ni hablar!, ¡me niego! —exclamó Rusti asustado. 

El viejo Sofá, que siempre estaba atento, soltó una gran carcajada. 

—Rusti, a veces no entiendo cómo una camilla como tú, que tanto has viajado, no sabes que GOAT, en deporte, quiere decir: Greatest Of All Times, el mejor de todos los tiempos.

—¡Uf! ¡Menudo susto! Ya lo que nos faltaba —comentó Rusti. 

Jaime y Roger ya estaban a punto de empezar la primera sesión de fisioterapia. 

—Vamos a empezar con unos ejercicios isométricos —explicó Jaime. 

—¿Iso qué? —preguntó con curiosidad Rusti. ¡Por favor, que alguien me explique qué es eso!

—Supongo que ese alguien soy yo —se apresuró a decir el viejo Sofá—. Los ejercicios isométricos son un tipo de entrenamiento de fuerza en el que se mantiene una posición sin movimiento. En otras palabras, se contraen los músculos sin mover las articulaciones. En estos ejercicios, la resistencia se genera a través de la tensión muscular y no a través del movimiento. Son muy efectivos para fortalecer zonas lesionadas.

Roger ya conocía esos ejercicios, ya los había realizado con anterioridad.

—¿Otra vez estos ejercicios? Mira que parecen sencillos, pero ¡cómo me cuestan!

—Sí —respondió Jaime—, lo que intentamos es activar los músculos profundos de la espalda, los músculos estabilizadores, también llamados intervertebrales. Tenemos que fortalecer la columna para que esté más estable, más solida, pero siempre con cuidado de no irritar o inflamar estructuras como los discos. 

—¡Pues venga! ¡Dele duro, doctor! —ordenó con gracia Roger. 

El ejercicio consistía en lo siguiente: Roger estaba sentado en la camilla, con los pies apoyados en el suelo. Tenía las manos cruzadas delante del cuerpo y mantenía una postura recta, con la mirada al frente. En esta posición, Jaime le empujaba desde varios lados alternativamente. El objetivo de Roger era mantener la postura recta, sin que el empuje de Jaime lo doblase hacia los lados. 

—¡Vamos a ello! —comentó Jaime—. ¡A la cuenta de tres! Uno, dos,…

Abajo, en las profundidades de la columna, se palpaba la tensión. 

—¡Grumetes! ¡Aquí vienen la embestidas! —gritó Diskus.

—… ¡tres!—. Jaime empezó el ejercicio. 

—¡Empujad, empujad, empujad! ¡Fuerte, fuerte, fuerte! —ordenaba Diskus sin cesar.  

A medida que Jaime iba empujando y Roger resistiendo, todos los músculos, como en una coreografía perfectamente orquestada, se iban contrayendo para que la columna siguiese recta y, sobre todo, para que los discos intervertebrales no sufriesen. 

—¡Muy bien! —gritó Diskus con energía—. Seguimos así hasta la victoria.

Ya casi hemos terminado. Tres más y acabamos —dijo Jaime. 

Por fin se hizo la calma. Jaime había dejado de empujar. Roger y todos los músculos de su espalda resoplaban exhaustos. Una vez que bajaron sus pulsaciones, Roger aprovechó el momento para hacerle algunas preguntas a Jaime: 

—Jaime, no entiendo una cosa. ¿Por qué me ha pasado a mí esto en mi espalda? Tampoco es que fuese un gimnasta profesional. He jugado mucho al tenis, cierto, pero conozco a muchos compañeros que no tienen dolores de espalda. Cuando era joven, en Suiza, lógicamente, no era tan serio haciendo los calentamientos, los estiramientos, los masajes, los baños con hielo. Pensaba que esas cosas no servían de nada. También me desesperaba mucho en los partidos y llegaba hasta a romper raquetas. Pero todo cambió en ese partido contra Sampras en Wimbledon. Era 2001 y yo tenía 19 años. A partir de ese partido, me di cuenta de que, si trabajaba de forma correcta, podría ganar a los mejores. Nació un nuevo Roger y, desde ese momento, me comporté de forma muy profesional, tanto dentro como fuera de la pista, donde hacía todo lo posible para evitar las lesiones.

Jaime contestó: 

—En efecto. Eso a lo que te refieres es el llamado entrenamiento invisible (todo lo que se hace fuera de las pistas y que la gente no puede ver) y que es cada vez más importante. Por ejemplo, es muy importante comer bien, ponerse hielo, hacer estiramientos, calentar… Muchas de estas acciones se pueden hacer en casa, viendo Netflix, por ejemplo. Los mejores jugadores son expertos en todo esto. Aun así, la naturaleza a veces es caprichosa y muchas lesiones (como las protusiones o hernias de disco) pueden ocurrir aunque seamos la persona más prolija del mundo. A no ser que haya una hiperactividad o un accidente, los dolores de disco se asocian, sobre todo, con el proceso natural de envejecimiento de la columna. Los discos de la columna actúan como amortiguadores entre las vértebras y, con el tiempo, pueden deshidratarse y perder su flexibilidad, haciéndolos más susceptibles a sufrir daños.

Antes de que sigas —interrumpió Roger—. Para empezar no entiendo cuál es la diferencia entre protusión y hernia. Tampoco sé si en la espalda tengo alguno de estos dos males o simplemente una degeneración.

—Claro, perdona. Muchas veces doy por sentado que la gente tiene conocimientos de anatomía humana. Alguien tendría que escribir un libro que describiese las lesiones más comunes del cuerpo humano de una forma más amena, más entendible.

Jaime continuó diciendo: 

—Una protusión es la forma más leve de desplazamiento del disco. En los discos, que están rellenos de una sustancia gelatinosa, este líquido empuja hacia un lado intentando romper el borde del disco, pero la capa externa del disco está intacta. En las protusiones, el desplazamiento del disco es hacia un lado, sin que ese líquido salga al exterior. Por otro lado, una hernia de disco es una afección más grave en la que la capa externa del disco se rompe, lo que permite que dicho líquido gelatinoso se escape. Esto puede causar presión en los nervios cercanos, lo que provoca dolor, inflamación, entumecimiento o debilidad. Ambas condiciones pueden causar problemas similares, pero la gravedad y la ubicación de los síntomas pueden ser distinta.

—Me gustaría completar esta interesante información de Jaime —se oyó decir al viejo Sofá—. Las protusiones o hernias discales lumbares son afecciones comunes de la columna que afectan a un número significativo de personas en todo el mundo. Si bien la prevalencia exacta de las protusiones discales varía según el estudio y la población estudiada, se estima que hasta el sesenta por ciento de los adultos tienen algún problema degenerativo del disco a la edad de cuarenta años.

—Muy interesante —comentó Rusti—. Supongo que esta será casi la lesión más común del cuerpo humano.

Roger seguía intrigado. 

Ya me hago una idea —añadió Roger—. Me imagino que la única forma de saber lo que realmente tengo en la espalda es haciendo una resonancia magnética. Con una radiografía o ecografía no se pueden diagnosticar problemas en los discos, ¿verdad?

—Exacto. Las radiografías no son la prueba más idónea para diagnosticar hernias de disco, porque no pueden mostrar las estructuras de tejido blando, como los discos de la columna. Las radiografías son útiles para detectar fracturas o deformidades óseas. Por otro lado, la ecografía, por ejemplo, también se utiliza en los embarazos para ver el tamaño del feto, pero no puede distinguir correctamente las estructuras óseas de la columna y no puede visualizar bien los discos —le aleccionó Jaime. 

—Entiendo —contestó Roger. 

—De todas formas —continuó Jaime—, hay una frase que siempre me ha gustado y que viene muy a cuento en este momento: «¡La clínica es soberana!».

—¿Qué quiere decir? —preguntó Roger. 

—Simplemente que, en el fondo, el diagnóstico por imagen tiene una importancia relativa. Las pruebas diagnósticas las utilizamos, sobre todo, para descartar que no haya ningún daño importante, ninguna rotura, ningún desgarro, ningún tumor o ningún quiste. En la inmensa mayoría de los casos las resonancias o ecografías no enseñan nada que vaya a cambiar el tratamiento que vamos a realizar. Es muy importante acudir al médico para descartar ese uno por ciento para cubrirse las espaldas. Pero, una vez que el médico nos dé el visto bueno, entonces, como me gusta decir: «¡It’s game time!». Es el momento de trabajar. Lo realmente importante es la clínica: cómo, cuándo y en qué movimientos le duele al paciente, qué es lo que le hace sentir mejor, qué es lo que empeora los síntomas. Lo que tratamos en fisioterapia son movimientos dolorosos, gestos dolorosos, músculos contracturados, articulaciones rígidas y tendones doloridos. No tratamos huesos, discos, hernias o protusiones. Estas son estructuras sobre las que no podemos influir —terminó por decir Jaime. 

Abajo, Diskus, que estaba descansando después de los duros ejercicios, se miraba a sí mismo, comprobando los daños que sufría después de tantas batallas. Como un perro que se lame sus patas para ver dónde tiene alguna herida después de correr entre matorrales detrás de algún conejo, Diskus analizó con mucho detalle cada una de sus partes. Notaba que su lado derecho estaba un poco desplazado, pero no había ninguna brecha, todo su liquido gelatinoso estaba todavía en su sitio. Se tomó unos segundos para pensar, para acordarse de las palabras de Jaime: «Una protusión es una forma más leve de desplazamiento del disco, una hernia es una rotura de la capa externa con salida del líquido». 

Entonces, pensó para sus adentros: 

—Si hay desplazamiento sin rotura y todo el líquido gelatinoso está en su sitio … —. Ahora su voz la escucharon hasta las uñas de los pies de Roger:

—¡Chicos! ¡Grandiosas noticias! ¡No hay rotura! Tengo una protusión, no una hernia. Todos los músculos, vértebras y ligamentos se dejaron llevar por la situación y gritaron al unísono: 

—¡Hurra, hurra, hurra! ¡Diskus no está roto!

Rusti, que estaba observando todo este devenir desde la distancia, no daba crédito. 

—¡Menuda panda de chalados! —pensó.

Roger todavía no tenía muy clara la situación: 

—¿Tendría que hacer una resonancia, empezar a tratarse, reposar, hacer ejercicios? —Estaba confundido. No era fácil descifrar las lesiones y saber qué hacer—. Lo malo de las lesiones es que cada terapeuta o cada médico tienen sus propias ideas y formas de proceder —pensó— ¿Por qué no podrían ponerse de acuerdo? Aunque, pensándolo bien, lo mismo pasaba con los entrenadores de tenis.

Había tenido tantos durante su carrera, que sabía perfectamente que cada uno transmitía un mensaje distinto y entrenaba de forma distinta. Incluso querían que jugase con una estrategia diferente. Por eso, durante unos años, hasta llegó a viajar sin entrenador. Pero de algo se había dado cuenta. No era capaz de curarse sin la ayuda de alguien, y por esta razón Jaime cada vez le transmitía más confianza.

A su vez, Jaime, con tantos años de experiencia, había aprendido a interpretar los silencios de los pacientes. Se podía decir que tenía la habilidad para saber si el paciente todavía tenía dudas o estaba algo confundido y, en este momento, intuía que Roger le estaba dando vueltas a la cabeza. 

—Lo que he intentado transmitirte es mi experiencia. Ahora mismo, independientemente de los resultados de la resonancia, lo que hay que hacer es ponerse a trabajar. En los dolores lumbares solamente hay dos contraindicaciones para no realizar tratamientos y ejercicios. La primera es si el dolor es intenso, si llega a ser tan fuerte como para no poder ni caminar ni estar de pie. La segunda, si que el dolor y la inflamación afecta al nervio ciático y la persona pierde sensibilidad y fuerza en los músculos de la pierna. En estos dos supuestos, una rápida intervención médica es importante. En el resto de los casos no hay ninguna prisa y podemos empezar a hacer tratamiento y ejercicios. 

Roger contestó:

 —Sí, realmente a mí nunca me ha dolido tanto como para dejar de jugar. Recuerdo muchas finales en torneos tan importantes como Wimbledon en los que la espalda me dolía, sobre todo al sacar. Pero, aun así, conseguí llevarme la victoria. En otras ocasiones me he retirado en algún torneo. Pero ha sido más bien por precaución que por un dolor muy intenso.

—Ahí tienes la prueba. Siempre se encuentra un camino.

Roger, en este momento se quedó callado, como reflexionando y dijo: 

—No quiero ser un aguafiestas. Si me has dicho que no podemos influir sobre los discos o vértebras con tus tratamientos, ¿cómo voy a mejorar la protusión o hernia si no podemos tocar el disco? ¿No sería mejor una intervención quirúrgica que mejore el daño de una vez por todas?

Al escuchar esto, a Diskus casi le da un infarto. 

—Tiene razón Roger. Pero yo no quiero que me corten con un bisturí. ¿Habrá otra solución? —dijo desesperado.

En ese momento se hizo el silencio en la consulta. La tensión se podía palpar en el aire. Todos: Rusti, el viejo sofá, Diskus, las vértebras y los músculos estaban expectantes esperando el veredicto de Jaime. Nadie se atrevía a moverse cuando, de repente: 

—Perdonad la intromisión. No sé si es oportuno el momento. Pero yo creo tener la respuesta a la pregunta de Roger —profirió el viejo sofá.

—Ay, viejo sofá. Siempre tan oportuno. Estábamos todos ya esperando a ver qué decía Jaime. Venga, cuéntalo rápido antes de que Jaime empiece a hablar —dijo Rusti.

Bueno, pues aquí va:

—Los procesos naturales de curación del cuerpo pueden hacer que una protusión o hernia de disco mejoren con el tiempo. Este proceso se denomina reabsorción y puede tardar semanas o incluso meses en producirse. Un estudio publicado en la revista Spine en 2010 encontró que el setenta por ciento de los pacientes con hernia de disco lumbar experimentaron una reducción en el tamaño de la hernia durante un período de seis meses. El estudio utilizó imágenes de resonancia magnética para rastrear el tamaño de la hernia y encontró que la reducción promedio fue alrededor del cincuenta por ciento. Vale la pena señalar que no todos los discos se reabsorberán por sí solos. El marco de tiempo para que esto ocurra puede variar ampliamente según la gravedad de la hernia y la salud general y los hábitos de vida del individuo. Puede tardar semanas o meses para que una protusión o hernia de disco se reabsorba por completo.

Nada más oír lo que acababa de decir el viejo sofá, todos los personajes del cuerpo y de la consulta empezaron a gritar de júbilo:

—¡Aleluya! ¡Hay esperanza para Diskus! —Hasta Rusti se unió al griterío.

—Chicos —dijo Diskus—. No adelantemos acontecimientos. Ya habéis oido al viejo sofá. Ha dicho claramente que no todos los discos de reabsorben. Vamos a escuchar Jaime, a ver qué dice.

Jaime se quedó un tiempo pensando, un momento eterno a los ojos de Roger y de las partes del cuerpo. Por fin, dijo en forma de gracia: 

—Mientras haya vida, hay esperanza.

—¿Eso es todo? —preguntó Roger algo molesto. 

—No, ahora en serio. Por poder, un problema de disco se puede solucionar de forma natural, pero no hay ninguna garantía. Todo depende de varios factores, incluida la suerte. Por ejemplo, no es lo mismo una protusión en una persona de veinte años que en una persona de ochenta. El disco de una persona mayor ya estará más deteriorado, con lo que su curación será más complicada. Otro ejemplo, una persona con una salud general buena y un estilo de vida activo, saludable y que lleve una dieta equilibrada tendrá también más garantías de curarse. Pero repito, garantías no hay ninguna. De todas formas, mucha gente tiene problemas en algún disco, pero no tiene síntomas. Insisto, lo importante es la clínica y no la imagen. Seguramente habrá algún campeón olímpico que tenga una protusión y no sea consciente de ello.

—Entonces, ¿qué es lo que puedo hacer yo? ¿Esperar? —inquirió Roger algo desesperado. 

—Eso es justo lo que no tienes que hacer. La curación está en tu mano y depende, en gran medida, de tus acciones. En el fondo, es una lucha contra la inflamación. Normalmente, los dolores de espalda van en paralelo con una inflamación. Si conseguimos reducir la inflamación, los dolores serán menores, independientemente de la lesión que tengas. Por lo tanto, tienes que hacer tratamientos que aumenten el riego sanguíneo y ejercicios de movilidad que relajen la zona. Aparte, llevar una dieta sana antiinflamatoria y evitar gestos o acciones es parte del camino hacia la curación. Una vez que tengas menos dolor, el énfasis se pondrá en los ejercicios de fortalecimiento. La opción de una intervención quirúrgica solamente se estudia si todo lo anterior no funciona.

—Entiendo —dijo Roger—, pero la semana que viene tengo un torneo importante. ¿Crees que no tengo que jugar?

—Bueno, haciendo una clasificación de lesiones, las hay que son peligrosas y las hay que no. En las peligrosas, como por ejemplo una tendinopatía de Aquiles, jugar un partido implica un riesgo elevado de rotura. En este caso, mejor no arriesgarse. Pero en las lumbalgias, sobre todo las crónicas, normalmente no hay riesgo de lesionarte más. Lo único que te va a frenar es el dolor. Por mi experiencia, si juegas con dolor, de todas formas no vas a ganar muchos partidos. Así que mejor ahorrarte el esfuerzo.

—No confía usted mucho en mí, doctor —dijo con gracia Roger. 

—No es que no confíe, pero de lo que estoy seguro es de que jugar con dolor no te lleva muy lejos. Puede que ganes algún partido gracias a la adrenalina y al público. Pero, tarde o temprano, tendrás que parar y curarte esa lesión —clarificó Jaime. 

—Roger that —terminó diciendo Roger.

—¿Qué ha querido decir? —preguntó Rusti. 

—Roger that es una antigua forma de decir que lo has entendido alto y claro —explicó el viejo Sofá. 

—Pues sí que se aprenden cosas en esta consulta —terminó diciendo Diskus—. Vienes creyendo que vas a ir directo al quirófano y sales con la moral alta, con esperanza y con ilusión. No se puede pedir más. Chicos, recoged amarras que nos vamos con la música a otra parte. Rusti, la próxima vez que nos veamos será levantando un trofeo muy grande.

—No me cabe la menor duda —contestó Rusti—. Un placer conoceros a todos.

Así es como terminó la sesión de Roger, que abandonó la consulta de Jaime, con Diskus y su banda a rastras. Rusti todavía no se había acostumbrado a tanta actividad. Se había pasado años escuchando las conversaciones de Jaime y sus pacientes, pero poder escuchar y conversar con las distintas partes del cuerpo lo llevaba todo a una nueva dimensión. Cada día aprendía nuevas cosas sobre el cuerpo humano y no podía dejar de preguntarse si esta situación era parte de una causa mayor. 

 

 

Las aventuras de la camilla Rusti: Dolor de hombro.

Tiempo de lectura: 12 minutos

Por la consulta de Jaime habían pasado infinidad de pacientes: deportistas, gente sedentaria, gordos, flacos, niños, abuelos, abuelas…, pero Rusti no recordaba a alguien tan imponente como la chica que acababa de entrar: alta como la Torre Eiffel, con hombros anchos de nadadora y brazos largos de jugadora de voleibol, de apariencia dulce, con ojos color de miel, de los que emanaba un aura de determinación que Rusti sintió desde el primer momento. 

—Esta chica tiene algo especial —pensó. 

Jaime y Maria, que así es como ella se llamaba, se pasaron bastante rato hablando sobre la lesión que ella padecía. Contaba que era tenista profesional de toda la vida y que, desde hacía varios años, le dolía el hombro derecho al sacar. Continuó diciendo que jugar al tenis sin poder sacar en buenas condiciones era como salir de copas sin beber alcohol. Era una sensación rara, sobre todo porque a los tenistas les encantan esos puntos gratis que se consiguen con un buen saque. Cuando, en un momento complicado en el partido, vas a la línea de saque, realizas tu ritual previo, botas la pelota cuatro veces y, en tu cabeza piensas: «¡La voy a romper!». Luego te acuerdas de tu hombro y sabes que, si finalmente te dejas llevar por ese impulso primitivo, lo más seguro es que el dolor te haga plantearte si vale la pena sufrir tanto por jugar al tenis. En consecuencia, decides meter un segundo primero, como se dice en el argot tenístico. Así que, por ello había pasado Maria los últimos años sacando al setenta y cinco por ciento (por recomendación de su entrenador), visitando a especialistas de hombro, haciendo pruebas radiológicas y realizando tratamientos que, por el momento, no habían servido de mucho. 

Rusti, siempre inmóvil en su sitio, escuchaba con atención. Por algún motivo este caso le interesaba más que los demás. Tantos años invertidos en darle golpes a una pelota para que un dolor estropee todo ese esfuerzo. Se preguntaba qué es lo que podía haber pasado en el hombro de Maria para que tuviese tanto dolor? Rusti había aprendido mucho en los últimos tiempos sobre el cuerpo humano, pero el hombro siempre le había parecido un misterio, una parte del cuerpo muy compleja. 

Como si le hubiese leído la mente, Jaime dijo: 

—El hombro es una parte del cuerpo muy compleja. 

Rusti no pudo más que soltar una carcajada y decir:

—Jaime, viejo compañero, una pena que no puedas escucharme. Somos tal para cual. Te daría un abrazo ahora mismo.

Lógicamente, Jaime no era consciente de que su camilla, Rusti, podía hablar. Así que siguió con su conversación con Maria como si nada. 

—Para mí, algo no está bien diseñado en el hombro de las personas. Puede que originalmente fuéramos creados para andar a cuatro patas o tal vez nuestro destino era pasarnos el día colgados de las ramas de los arboles e ir volando de liana en liana. Lo único de lo que estoy convencido es que los hombros de los humanos no están hechos para estar sentados frente a un ordenador o, si me apuras, golpeando pelotas con una raqueta. Así que en esas estamos, con más gente con dolor de hombro que con cualquier otro dolor en el cuerpo.

—¡Mi turno! —gritó exaltado el viejo sofá, especialista en datos estadísticos—. Creíais que no estaba escuchando. Aquí va mi valiosa aportación: «El tendón del supraespinoso se encuentra en el hombro. Sus acciones son las de elevar el brazo y llevarlo para atrás. Forma, junto al infraespinoso redondo menor y subescapular el denominado manguito de los rotadores, que es un tendón ancho (compuesto de cuatro tendones) que se inserta en la cabeza del humero. Una de cada cinco personas tiene dolores en el supraespinoso en algún momento de su vida. Los problemas del tendón del manguito rotador son muy comunes y se encuentran en alrededor de un quince a un veinte por ciento de las personas de sesenta años, en entre un veintiseis y un treinta por ciento de las personas de setenta, y en entre un treinta y seis y un cincuenta por ciento de las personas mayores de ochenta». Puedo seguir, pero yo creo que os hacéis una idea.

—Muy bien, viejo sofá. Muchas gracias por la aportación —dijo amablemente Rusti. 

—Ya puedes volver a tu siesta. 

Jaime continuó hablando en su tono de catedrático. 

—El hombro, en sí mismo, es una estructura muy compleja y eficaz. Puede realizar más movimientos que ninguna otra articulación del cuerpo y combina muy bien la estabilidad con la aceleración y la fuerza. No hay más que ver la velocidad a la que golpean la pelota los tenistas o la lanzan los pitchers de béisbol. Pero hay en él varios puntos débiles, puntos de vital importancia que hay que cuidar como si fueran un jarrón de porcelana china.

—Ya estamos con la misma historia —se escuchó de repente en una voz fina, casi de pito—. Me juego lo que queráis a que va a decir: «El mayor problema del hombro es el tendón del supraespinoso». Por favor, ¿podéis dejar de echarme la culpa de todo?

  En efecto, porque Jaime continuó diciendo: 

—Uno de los puntos débiles más importantes del hombro es el tendón del supraespinoso.

—¡Qué original! —siguió diciendo esa misma voz—. Ya os lo dije. No sé quién es este Jaime, pero no le van a dar el premio Nobel de la perspicacia. 

—Yo no te conocía —reconoció Rusti tranquilamente. 

—Pues serás el único. Estoy en boca de todos, aunque muy poca gente se preocupa por averiguar dónde estoy exactamente ni qué función desempeño en todo este embrollo que es el hombro. Tengo fama de niño malo, ese al que le caen todas las broncas.

—¿Como te llamas? —preguntó Rusti. 

—Soy Supra, uno de los tendones más famoso del cuerpo, titulo honorífico que comparto con mi primo el tendón de Aquiles. ¿Quién no ha oído alguna vez la frase «tienes una tendinitis del supraespinoso, o tienes una rotura parcial del tendón del supraespinoso»? Siempre me llevo la culpa de todo cuando realmente no la tengo. Casi nadie habla de esta bolsa grasienta que llevo encima todo el día, como una lapa. Esa a la que llaman bolsa serosa. Tampoco nadie habla de este techo tan desagradable y duro debajo del cual tengo que vivir y que me produce claustrofobia, el acromio.

—¿Bolsa grasienta me estás llamando? —se escuchó decir a otra voz—. ¡Qué falta de respeto! A mí me gusta que me llamen Bursa, en latín. Soy como un airbag, un cojín que protege y ayuda a reducir fricción entre músculos, tendones y huesos. Me encuentro encima de Supra y debajo de Acromio. Sin nosotros, los tendones se desgastarían mucho antes. Pero claro, a veces nos inflamamos, sobre todo cuando el hombro se usa mucho en movimientos por encima de la cabeza, y entonces los médicos dicen que tenemos una bursitis. 

—¡Bursa! ¡Si estaba de broma! ¿Cómo se dice? El roce hace el cariño y, entre tú y yo, hay mucho de eso. Y tú Acromio, tampoco te enfades. No es nada personal —espetó Supra.

—No te preocupes, Supra. Yo soy parte de la escápula y estamos aquí para protegeros —dijo el hueso Acromio. 

Rusti, que estaba escuchando atentamente comentó: 

—Así que entre vosotros dos os repartís casi todas las lesiones de hombro. Tendinopatías y bursitis … Muy interesante.

Mientras tanto, Jaime y Maria habían empezado con el tratamiento.

—Veo que este tendón ha sufrido mucho, también la bursa. Tengo entendido que llevas muchos años jugando al tenis —declaró en tono interrogativo Jaime. 

Maria, después de los primeros momentos, ya se sentía más relajada. De alguna forma, aun sin conocerlo de nada, confiaba plenamente en las manos de Jaime. Había algo en esa consulta, esa camilla, ese sofá, la luz del sol que entraba en diagonal por la ventana, que le recordaba a las sesiones con aquel famoso psicólogo en Beverly Hills. Una atmósfera que invitaba a hablar y, como en tantas entrevistas a lo largo de su carrera, a contar su historia. 

—Sinceramente no me acuerdo de una vida sin raquetas ni pelotas amarillas. Cuando era pequeña vivíamos en Sochi, esa ciudad Rusa situada entre las montañas del Cáucaso y el Mar Negro; cerca de las playas y de la nieve, una combinación perfecta. Mi padre, Yuri, jugaba al tenis con el padre de uno de los tenistas más importantes de Rusia, Yevgueni Káfelnikov. De vez en cuando, me llevaba a sus entrenamientos y yo correteaba entre las pelotas y ayudaba a meterlas en el cesto. Hasta que un día cogí una raqueta y lo demás es historia.

—¿Pero naciste en Sochi, Maria?—Preguntó Jaime.

—No, esta es otra historia. Mis padres vivían en Chernobyl cuando ocurrió un accidente en una estación nuclear. Por miedo a la radiación, la ciudad fue evacuada y mi padre, junto a mi madre, que en ese momento me llevaba en su vientre, literalmente salieron corriendo y fueron a parar a casa de unos familiares en Nyagan, Siberia, donde yo nací.

—¡Naciste en Siberia! ¡Qué frío! Por eso te llaman la sirena siberiana —dijo Jaime.

—Si, nací ahí, pero no me acuerdo de mucho. Muy pronto nos mudamos a Sochi.

—Chicos, esto es como una película de aventuras —dijo Rusti—. Vamos a seguir escuchando, que es muy interesante.

—¡Uf! —profirió Supra. —Esta historia ya la he escuchado 1 000 veces. Ahora viene lo de Martina Navratilova.

—Resulta que me obsesioné con el tenis —continuó Maria—. Unos años más tarde, mi padre me llevó a una exhibición a Moscú en la que jugábamos contra Martina Navratilova, la mejor jugadora de ese momento. Tras pelotear un poco con ella, mi padre le comentó que yo quería ser tenista y que nos diera algún consejo. Ella contestó que en Rusia no había buenas escuelas y que, si de verdad quería ser tenista, teníamos que ir a los Estados Unidos de América. A mi padre esto le motivó y meses después estábamos aterrizando en el aeropuerto de Miami. Solamente mi padre y yo. A mi madre le denegaron el visado para viajar con nosotros y estuve dos años sin verla. Yo tenía ocho.

—¡Vaya Odisea! ¡Tan pequeña y ya tan viajada! —dijo Jaime maravillado—. Pero vamos a centrarnos en tu tendón.

—Eso —dijo Supra—. Hacedme un poco de caso, que estoy algo viejo y magullado.

—Vamos a ver —dijo Jaime—. Por las pruebas que has traído y por lo que he podido comprobar, tienes una tendinopatía del tendón supraespinoso y una bursitis subacromial; aparte, cierta inestabilidad y algunas descompensaciones musculares. Para que te cures, tenemos que solucionar cuatro problemas.

»El primero es mejorar la calidad del tendón. Tiene que poder contraerse mejor, ser más elástico y dejar de estar inflamado. El aporte sanguíneo tiene que mejorar en ese tendón. El segundo es disminuir la inflamación alrededor del tendón, en la zona debajo del hueso del acromio y encima de la cabeza del húmero, lo que se entiende como espacio subacromial y donde se encuentra el tendón y la bolsa serosa. Lo tercero es recuperar la movilidad y estabilidad del hombro. Para ello tendremos que hacer movimientos y ejercicios de fuerza. Por último, con tu entrenador tendrás que observar y analizar tu técnica de saque. Quizás estás haciendo algún gesto que te esté sobrecargando el hombro.

—Todo esto tiene mucho sentido —contestó Maria en un tono algo agotado—. Pero me duele tanto que no puedo ni dormir. Por la noche casi me duele más que durante el día. ¿Esto qué explicación tiene?”

—Maria, ¡la explicación la tengo yo! —gritó Supra—. A mí me gusta que el brazo esté colgado al lado del cuerpo. En esta posición, al tirar la gravedad el brazo hacia abajo, se abre este diminuto espacio donde me tienen aprisionado. Pero cuando te tumbas durante tantas horas, el brazo se sube hacia el hombro y me aplasta. Tampoco me gusta nada que te tumbes de lado, ya sea sobre mi lado o sobre el lado contrario. Además, como a todos los tendones, a mí me gusta el movimiento, correr libremente, como los cachorros de un perro labrador, por praderas llenas de amapolas y mariposas; esto, lógicamente, en sentido figurado. Estar en una misma posición durante mucho tiempo es lo que menos me gusta. Lo único que consigue es que me inflame y me duela más.

Ni Jaime ni Maria habían escuchado nada de esto. Así que Jaime dio una explicación algo más científica: 

—Cuando dormimos, nuestro flujo sanguíneo disminuye, lo que puede reducir la cantidad de oxígeno y nutrientes que llegan a los músculos y las articulaciones. Esto puede empeorar el dolor existente, incluido el dolor en el hombro. En algunos casos, durante la noche, se aumenta la inflamación debido a cambios en los niveles hormonales. Como ves, es todo muy complejo. Lo importante es que consigas dormir en una postura que no te provoque dolor. Ya sé lo que vas a contestarme: «Es muy fácil decirlo, pero más difícil hacerlo».

—Me lo has quitado de la boca —dijo Maria sonriendo. 

—Ya lo sé. De todas formas —continuó Jaime—, no te preocupes mucho por esto. En cierto sentido está fuera de tu alcance, así que, ¿para qué preocuparse por algo en lo que no puedes influir al cien por cien?

Maria seguía algo alicaída. 

—Lo que me cuentas ya lo he escuchado antes. Incluso varios médicos me han inyectado corticoides y plaquetas. La verdad es que yo ya no sé qué pensar, estoy algo desesperada. He intentado muchas cosas ya y ninguna ha funcionado.

—Por favor —dijo Supra—. ¡No más agujas! Lo único que hacen es meter un líquido que me hace sentir bien durante unos días, pero luego vuelven los mismos problemas. Es una solución a corto plazo. Además, de vez en cuando lo que inyectan son corticoides, que no me sientan nada bien. A la larga, muchas de esas inyecciones hacen que me descomponga y que cada vez esté más débil. Luego se extrañan si me rompo.

—Justamente ahí está el problema —continuó Jaime—. No podemos pretender que un tratamiento, una inyección o una operación cure una lesión tan grave y larga como la tuya. Este es el mayor error. Cuando los pacientes me dicen: «Ya he probado esto y no ha funcionado», es cuando veo que el enfoque es el que falla. Tienes que grabarte esto en la memoria: «No hay ningún tratamiento puntual, por muy novedoso e innovador que sea, que cure una lesión crónica. Repito, ¡ninguno!». La curación de una lesión crónica como la tuya tiene que seguir un proceso, una búsqueda del camino de la curación. Hay que probar ejercicios, probar terapias y ver cómo reacciona el cuerpo a ellos. Según el resultado, incidiremos en ellos o probaremos otras alternativas. Imagínate a los primeros alpinistas que quisieron subir al Mount Everest. Desde abajo miraban con sus prismáticos las posibles rutas de subida, buscando las zonas menos empinadas y con menos hielo. Luego, se ponían en camino e intentaban subir por la zona que habían seleccionado desde abajo y, en muchas ocasiones, se encontraban con zonas intransitables. Esto les obligaba a descender y probar por otra ladera o vertiente. Repetían este proceso hasta que encontraban la vía que les llevase a la cumbre. El tratamiento de una lesión sigue el mismo protocolo: la búsqueda del camino hasta la cima. Probamos un tratamiento y unos ejercicios, una terapia, y vemos cómo te sientes. A veces funciona a la primera, pero casi siempre hay que volver atrás e intentar con otros ejercicios u otras terapias. Poco a poco iremos encontrando tu camino a la curación. Lo que hay que hacer es confiar en el proceso y no buscar métodos milagrosos. Muchas veces alguien nos comenta que conoce a un amigo o familiar que se ha curado con una inyección o una operación. A veces ocurre, pero desconfía de eso. No hay milagros en la fisioterapia, solamente trabajo, sentido común y constancia. A mí me gusta llamarlo una curación orgánica.

—Tiene mucha lógica —contestó Maria resignada—. Entonces, ¿qué es lo que propones?

—Por ahora no propongo nada específico. Empezar a trabajar y escuchar tu cuerpo. ¿Sabes una cosa? Los tendones, los ligamentos, los meniscos, todas la estructuras del cuerpo te hablan. Tienes que aprender a escuchar lo que te dicen. Por ejemplo, si el tendón del supraespinoso pudiese hablar, te diría que no está contento, que está atrapado, dolorido, sin oxígeno, comprimido. Si cuando haces un ejercicio y, al terminar, te duele más, el hombro te está diciendo que no le ha gustado ese ejercicio. Otro ejemplo: Si te vas a la piscina a nadar de forma suave y sales con el hombro más suelto y liberado, el tendón del supraespinoso te está diciendo que ese ejercicio le ha venido bien. Hay que encontrar la forma de tener contento a ese tendón, a ese hombro y que te digan lo bien que se sienten. Hay que aprender a escuchar tu cuerpo.

Abajo se hizo el silencio. Rusti, el viejo sofá, Supra, la bolsa serosa y el acromio ni respiraban. 

—¿Conocerá Jaime nuestro secreto?, ¿que podemos comunicarnos entre nosotros? Porque acaba de decir que nosotros podemos hablar —dijo en un tono muy bajito el viejo sofá.

Fue Rusti quien puso cordura en esa situación. 

—¡Que no, que no nos escucha! Yo llevo muchos años aquí y Jaime nunca ha podido escucharme. Estad tranquilos.

Maria seguía algo desanimada. 

—Un médico incluso sugirió que me operase para limar el acromio y que así el tendón tuviese más espacio. Le he estado dando vueltas a esto, pero no estoy convencida.

—Bueno —contestó Jaime—. Esta es una posibilidad. Pero las operaciones de hombro no son nada fáciles, incluso el periodo postoperatorio es bastante largo y doloroso. En mi opinión, hay que hacer todo lo posible para evitar entrar en el quirófano. Siempre hay tiempo para operarse, pero antes hay que agotar todas las posibilidades, buscar el camino a la cumbre.

Maria argumentó:

—Es fácil decirlo, pero sentir el dolor día tras día te puede llegar a desesperar y llevar a querer buscar una solución rápida. Es muy tentador que alguien te diga: «¡Si te opero, estarás jugando sin dolor en 6 meses!».

—¡Ya estamos otra vez con las promesas falsas! —. Jaime se puso serio—. Igual que te he dicho que no existe un tratamiento milagroso, tampoco hay ninguna garantía de que te vayas a curar con una operación o intervención médica. El que habla con tanta seguridad normalmente no lo tiene tan claro. Cada cuerpo es diferente, cada lesión es diferente y no todo el mundo reacciona de forma similar.

—¿Por lo tanto?—preguntó Maria. 

—Por lo tanto, tenemos que empezar la ascensión al Mount Everest; paso a paso, día a día, con la moral alta; buscar el tratamiento con el que te sientas mejor, buscar los ejercicios que te alivien, buscar la forma con la que puedas volver a jugar sin dolor. A veces hay que analizar la técnica, quizás cambiar de raqueta o de cordaje. Como te dije, todo es un proceso que hay que ir siguiendo.

Maria se quedó pensativa. 

—Algunos días añoro esos años en los que jugaba con soltura, sin tener que pensar en el dolor. Mi memoria viaja a cuando tenía diecisiete años y gané el torneo de Wimbledon. ¿Sabes? Fui la más joven en hacerlo. En ese partido contra Serena Williams sacaba como si nada, solo tenía que pensar donde sacar y lo hacía. Ahora tengo que sacar con ese maldito setenta y cinco por ciento y reprimirme para no golpear la pelota demasiado fuerte.

—A todos nos gustaría ser más jóvenes, Maria. Pero solo tenemos el presente. De nada sirve soñar con épocas pasadas. El presente está aquí. Ni siquiera podemos controlar el futuro. Pero las acciones que hagas hoy harán que tengas mayores garantías de seguir siendo una campeona en el futuro. Haz todo lo que puedas cada día, acuéstate con la conciencia tranquila, con sentido común, con ilusión, con energía positiva y ya verás como volverás a levantar el Plato de Venus de Wimbledon.

—Gracias por el ánimo, Jaime. Así da gusto.—dijo con escepticismo Maria. 

Abajo, Supra no había dejado de escuchar. Rompió el silencio diciendo: 

—¡Oye! ¿Este Jaime no habrá sido entrenador de boxeo en otra vida? Porque a mí me han entrado ganas de saltar a la cancha y comerme al rival. Estoy seguro de que ha convencido a Maria.

Las aventuras de la camilla Rusti: Tendinopatía del tendón de Aquiles.

Tiempo de lectura: 12 minutos

Con el paso de los años, Jaime había dejado de ser un fisioterapeuta convencional. Realmente, nunca fue completamente uno de ellos. Desde sus comienzos como terapeuta, siempre estuvo más interesado en el tratamiento con sus manos que en las últimas tendencias tecnológicas. El curso de masaje en aquel piso de La Latina, con las escaleras de madera desgastadas y con un constante olor a lentejas, le marcó demasiado como para valorar otras alternativas que no fueran sus manos. No fue por no probar otras opciones. Como le gusta decir a sus pacientes: «Yo lo he probado todo, desde el martillo de siete puntas hasta el láser más moderno, y no hay nada más fiable que el tacto de las yemas de los dedos».

A veces, en esos momentos en los que durante una sesión su mente se evade y retrocede a tiempos pasados o vislumbra futuros sueños, piensa en la simplicidad de todo aquello. Entonces piensa: «No hay nada más sencillo que curar con las manos». Se podría incluso ver como algo primitivo. Realmente era así. Al igual que un violinista que solamente acaricia las cuerdas del violín con su arco, Jaime no tiene más inventario que sus manos. Esas manos, o más bien, sus manos sobre los hombros o rodillas de otras personas, le permitieron viajar y trabajar por distintos lugares del mundo. Muchas veces recordaba aquel pueblecito de la costa este australiana donde estuvo trabajando una temporada ayudando a Iván, un experimentado y bigotudo fisioterapeuta de origen colombiano. Echaba de menos esos años tratando a tenistas profesionales en torneos de tenis por todo el planeta, cambiando de idioma cada 15 minutos. Tampoco se olvidaba de su primer trabajo en el balneario de los Alpes austriacos cuando aprovechaba las 2 horas de comida para hacer unas cuantas bajadas a las pistas de esquí, para luego volver otra vez a los pacientes. Se acordaba de esos 10 años en California, donde aprendió que las manos no solo sirven como herramienta curativa, sino también para relajar el cuerpo y la mente en esos selectos spas con música de Kenny G y sonido de agua cayendo de una cascada. 

Siempre pensó que contaba con una red de seguridad: «Si vienen mal dadas, hacemos las maletas y podemos retroceder el camino recorrido y volver a cualquiera de los destinos en los que ya estuvimos o explorar nuevos y excitantes lugares». Pero, por ahora, estaba bien donde estaba; en su consulta, con la camilla Rusti y el viejo sofá. En esos pensamientos se encontraba Jaime cuando sonó el timbre de la puerta. Se trataba de su siguiente paciente, que llegaba con algo de retraso. Era una tarde lluviosa de diciembre. Desde la consulta se escuchaban los coches pasando a toda velocidad por encima de los charcos. Hacía frío, no tanto como para que cayeran los primeros copos de nieve del año, pero suficiente como para que los pacientes acudieran a la consulta enfundados en abrigos, gorros y bufandas. Al abrir la puerta, se topó de frente con una persona pequeña, bajita, de piel cobriza a la que casi solo se le veían unos ojos pequeños y una sonrisa enorme.

—¿El fisioterapeuta Jaime? —preguntó. 

—Sí, soy yo. Para servirle.

—Me llamo Haile Gebrselassie y vengo porque me duele el tendón de Aquiles. 

—Pues estás en el sitio correcto, pasa por aquí —dijo Jaime sonriendo. 

Acto seguido pasaron a la sala de tratamiento donde esperaba Rusti con gran nerviosismo. 

—¿Podría hablar otra vez con alguna parte del cuerpo? ¿Lo que pasó en la última sesión fue algo pasajero? —se dijo a sí mismo. 

Haile le explicó a Jaime que le molestaba el tobillo desde hacía más de un año, justo en la parte de atrás, que había corrido un maratón y que, desde entonces, no había podido correr con normalidad, que le dolía al pisar y que acababa cojeando durante muchos entrenamientos. 

—Muy bien —dijo Jaime—. Por lo que cuentas y por la ecografía y resonancia magnética que has hecho, tienes una lesión en el tendón de Aquiles. Hace años la hubiéramos llamado tendinitis, pero en la actualidad el término más aceptado es el de tendinosis. La diferencia es que en la tendinitis suele haber una inflamación, pero, en tu caso, al no estar hinchado el tendón, la llamaremos tendinosis. Si no nos queremos complicar, podemos simplemente decir que tienes una tendinopatía. 

—¿Tanto rollo para decir que me duele cuando corremos? —se escuchó de repente. 

Rusti soltó un grito seco.

—¡Oh! ¿Quién ha dicho eso? El milagro ha vuelto a ocurrir. ¡Otra vez puedo escuchar a las partes del cuerpo!

—Así que tu eres Rusti. Ya me han hablado de ti. Te has colado en nuestra sociedad secreta, viejo bribón. ¡Ganas tenía de conocerte!

—¿Cómo te llamas? —preguntó Rusti. 

—Tendine. Soy el tendón de Aquiles de Haile.

—¿Tendón? No sé lo que son realmente los tendones. ¿Me lo puedes explicar?

—Claro que sí. Los tendones somos partes muy importantes del cuerpo. Formamos un equipo con los músculos, como el Gordo y el Flaco. Ellos son los presumidos, siempre enseñando lo fuertes que son. No se dan cuenta de que sin nosotros no serían nada, no existirían.

—Pero, ¿por qué sois tan importantes? —se interesó Rusti. 

—Porque nosotros unimos los músculos con los huesos. Transferimos toda la fuerza del músculo hasta los huesos, produciendo así el movimiento. Sin nosotros, el músculo no sería más que una masa blanda y escurridiza, como una medusa en la arena de una playa de Valencia. No es por presumir, pero somos elásticos, delgados, precisos, fuertes, eficaces, explosivos… Puedo seguir si quieres.

—No gracias —dijo con una sonrisa Rusti—. Me hago una idea.

—En definitiva —siguió Tendine—, somos como un Ferrari. Pero, como toda máquina perfecta, somos frágiles. Necesitamos que nos cuiden y engrasen, calentar bien antes de hacer ejercicio, estirar después y que nos den masajes. Es la única forma de que no nos lesionemos. Al contrario que nuestro socio el cartílago, que se desvive por el líquido sinovial, nosotros no podemos funcionar bien sin el agua, es nuestro elixir de la vida.

—Muy interesante —comentó Rusti—. Una cosa de la que me he dado cuenta es que todas las partes del cuerpo os creéis muy importantes. ¿No será que sois todas un poco presumidas? Porque el otro día el cartílago me dijo que sinél la gente no podría ni correr. 

—Bueno —contestó Tendine—. Yo hablo por mí. Los demás son todos unos envidiosos.

Rusti se rió maliciosamente. 

Mientras tanto, en la vida real, Haile le estaba contando a Jaime historias sobre su pasado.

—Llevo corriendo toda la vida, sin exagerar. Cuando éramos pequeños, teníamos que ir corriendo a la escuela. No teníamos dinero para el autobús. Así que, por la mañana, corríamos 10 kilómetros y, por la tarde, otros tantos. Tampoco teníamos mochilas. Llevábamos los libros en la mano. Por eso ahora corro con el brazo derecho más doblado. Tantos años con esos pesados libros.

Jaime quería saber más. Un primo suyo le contó un truco para hacer que la gente hablara y se sintiera cómoda. Se trataba de repetir en tono de interrogación la última palabra de la última frase que acababa de decir el paciente. Este truco ya era parte del arsenal terapéutico de Jaime y, después de tantos años, lo había conseguido mejorar hasta llevarlo a la perfección. Así que dijo: 

—¿Libros?

—Sí, libros muy pesados y aburridos —siguió Haile—. En la escuela participé en una carrera de campo a través, mi primera, y gané a los chicos mayores. A partir de aquí empecé a tomarme lo de correr más en serio, a ganar casi todas las carreras en Etiopía. Entonces es cuando empezamos a pensar en salir a competir al extranjero.

—¿Extranjero? —dijo Jaime divertido. 

—Sí, empezamos a ir a campeonatos por todo el mundo. En ese momento solo hacia pruebas en pista, como 5 000 o 10 000 metros.

—¿10 000 metros?

—Sí, fue la primera gran carrera que gané. Tenía 21 años y gané el campeonato del mundo en Stuttgart.

La conversación podría haber seguido así horas y horas. Pero Jaime quería centrarse en el tendón, que era lo realmente importante. 

—Mira, Haile —dijo—. El reto (Jaime también había aprendido que nunca se debe decir la palabra problema en una consulta) es que ya llevas mucho tiempo con esta tendinopatía. Si hubieses venido al día siguiente de sentir el primer dolor, todo hubiese sido mucho más fácil. Pero ahora ya las fibras se han inflamado y degenerado. Tenemos que conseguir que esas fibras se regeneren y vuelvan a estar fuertes, sanas y elásticas. Para conseguirlo contamos con tres aliados y un enemigo. Los aliados son el tiempo, que hace que el organismo se cure poco a poco; el tratamiento, que consigue reducir el tono muscular y el dolor, y la sangre, que cura porque lleva oxígeno a la zona lesionada. El enemigo es ese pequeño diablo que se encuentra detrás de las orejas de los corredores y que ordena, manda, suplica y obliga a los corredores a seguir corriendo, aunque sientan dolor. No tenemos que hacerle caso a ese mal bicho. Tenemos que tener esta frase grabada en la frente: «¡Nunca correr con dolor!».

—Sí —gritó Tendine en ese momento—. Síiiiiiii. Por fin alguien que habla con cordura. ¡Haile! ¡Hazle caso! ¡Por Dios! ¡Estoy harto de correr con dolor! Quiero deshacerme de esa piraña que me está mordiendo constantemente.

A Rusti le interesó lo del dolor.

—¡Cuéntame! ¿Por qué te duele al correr?

—Bueno, el dolor lo que hace es proteger el cuerpo para que no nos lesionemos más. El cuerpo sabe que, si corremos mucho tiempo con dolor, la lesión va a empeorar y, en mi caso, que soy de los tendones más fuertes pero frágiles del cuerpo, me puedo hasta romper. Entonces ya no estaríamos hablando de una tendinopatía, sino de una rotura. Lo que realmente nos pasa es que nuestras fibras, que son de colágeno (muy elásticas) se van degenerando y endureciendo. A veces, incluso se inflaman. Lo que, en un momento dado, puede ser un dolor de un par de días, se puede alargar meses o años.

—Vaya —dijo Rusti—. Así que lo importante es que la lesión desaparezca rápido, que no dure mucho tiempo. 

—¡Exacto! —expuso Tendine. 

—¿Puedo añadir un par de datos? —. Esta vez era el viejo sofá el que quería meter su cuña. 

—Claro que sí —dijeron Rusti y Tendine a la par—. ¡Ilumínanos!

—¡Allá voy! En general, en la población, la tendinopatía afecta a entre el dos y el cinco por ciento de las personas. Sin embargo, es más común en los atletas. Por ejemplo, múltiples estudios han demostrado que cada año alrededor del diez por ciento de los corredores desarrollan tendinopatía de Aquiles. Además, aproximadamente el cincuenta por ciento de todas las lesiones deportivas son lesiones en los tendones. ¡Toma ya! —. Terminó diciendo el viejo sofá.

A Haile en ese momento se le pusieron los ojos como platos. 

—¿Correr sin dolor? Pero, ¡yo soy profesional y tengo que correr!

—Por eso he dicho que correr sin dolor es un tema controvertido. Pero déjame que te explique. A mi entender, en lesiones de los tendones, hay tres tipos de dolor. El descendente, el ascendente y el «a posteriori». El descendente es el dolor que se siente en los primeros minutos del entrenamiento y que va desapareciendo a los pocos minutos. El corredor siente como si el tendón se va calentando y llega un momento en el que el corredor se puede hasta olvidar de la lesión. Este es el dolor bueno, con él se puede correr con cuidado pero no demasiado. Es nuestro semáforo naranja. El ascendente es el dolor que va aumentando a medida que pasan los minutos y que, en algunos casos, nos impide terminar el entrenamiento. Nos indica que queda prohibido correr con este dolor. Equivale a nuestro semáforo rojo.  Luego está el «a posteriori», el que aparece después de correr, por la noche o a la mañana siguiente. Este dolor no es tan grave como el ascendente, pero aun así, hay que tener cuidado y ver cómo evoluciona después de uno o dos días.

—Ya entiendo —comentó Haile—. Pero no puedo estar parado mucho tiempo. Perdería toda mi forma. Llevo toda la vida corriendo y me angustio mucho si no corro. 

—Claro. Puedes hacer muchas cosas. Por suerte contamos con muchas alternativas: La máquina elíptica, la piscina o la bicicleta. Puedes hacer horas y horas de estas actividades y no perderás tanto la forma. Tu piensa una cosa: si corres con dolor, es como si estuvieses cavando tu propia tumba. En sentido figurado, claro. No tiene ningún sentido correr con mucho dolor, ya que, tarde o temprano, vas a tener que parar. El dicho «más vale tarde que nunca» no lo podemos aplicar aquí —terminó diciendo Jaime.

—¡Viva! ¡Vamos a ir a la piscina! —gritó Tendine, que estaba a la vez hablando con Rusti y escuchando a Jaime. 

—Qué suerte —dijo Rusti con envidia—. Yo nunca he ido a una piscina. Si me tirasen a una, supongo que me hundiría como un ancla. Además, con lo viejo que estoy…

—¡Qué va, Rusti! Si estás hecho un chaval. Yo creo que, si te ponemos con las patas hacia arriba, puedes hasta servir como tabla de surf.

—Sí, claro, y con Jaime encima. Los dos lloraron de risa, incluso se escuchó al sofá desternillarse.  

Jaime ya casi estaba terminando el tratamiento que consistía en presiones y movilizaciones. 

—¿Ya casi hemos terminado. ¿Cómo te encuentras? —preguntó Jaime en ese momento a Haile.

Haile movió el pie y dijo: 

—Bastante mejor. Noto como que el pie está más suelto.

—Eso es porque, con el tratamiento, hemos incrementado la circulación sanguínea de la zona y, en consecuencia, ha aumentado la temperatura. Haile, ¿conoces la «ley de la arteria»?

—Ni idea, pero me interesa.

—Te explico. Viene a decir lo siguiente: La sangre circula por las arterias y así llega a todas las partes del cuerpo. Por estas tuberías viajan a los tejidos lesionados los nutrientes, el oxígeno y los componentes esenciales para la curación. A su vez, por este mismo torrente sanguíneo, las sustancias de deshecho, las que generan la inflamación, pueden volver por las venas y serán expulsadas del cuerpo. De esta forma se consigue una limpieza de la zona y una renovación de las fibras y de las células. Los tratamientos de fisioterapia, los masajes y los ejercicios están encaminados a que la sangre llegue de forma correcta y sin trabas a las zonas lesionadas.

—Muy interesante. Nadie me lo había contado de forma tan sencilla. Es más fácil confiar en un proceso una vez que se entiende como funciona todo. ¿Sabes lo que hemos llegado a hacer en mi pueblo? Me da hasta vergüenza contártelo.

—Soy todo oídos.

—La última vez que estuve en casa subimos corriendo al monte Entoto, que está cerca de Adis Abeba. Normalmente, nos detenemos en la iglesia de Santa María a beber agua bendita para que nos ayude a correr más rápido y ganar carreras. Pero esta vez mis compañeros me dijeron: Deberías ponerte el agua bendita en tu tendón. Tonto de mí, lo hice.

A Jaime le conmovió esta historia y dijo: 

—Lo del agua no lo sé, pero, como yo siempre digo, a los tendones hay que tratarlos con cariño. Hay que darles masajes, estirarlos, ponerles agua caliente, no estresarlos y, solo así, semana tras semana, se irán curando. Ninguna tendinopatía crónica se va a curar con un tratamiento milagroso. Igual que para ponerse en forma corriendo, hay que ir poco a poco, hay que meter las horas y cuidados necesarios.

—Eso es lo duro —replicó Haile—. A veces, no tengo la paciencia necesaria y me creo que todo va a ir bien. Luego, salgo a correr y veo que me sigue doliendo. Llevo ya un año así.

—Pobre Haile. Se me están saltando las lagrimas con toda esta conversación —comentó   Tendine—. Llevamos ya recorridos tantos kilómetros que somos como una familia.

—Qué tonto eres Tendine. Claro que sois familia, incluso más que eso —dijo Rusti.

Jaime, en ese momento, se sentía a gusto y siguió con sus explicaciones. 

—Por mi experiencia casi siempre pasa lo mismo. En una tendinopatía, lo primero que mejora es el dolor matinal, nada más despertarse el paciente. Lo siguiente es el dolor al andar o al subir escaleras. Logramos el verdadero avance cuando la persona pasa una mañana, una tarde o un día entero sin acordarse del dolor, sin pensar en él. A partir de este momento, podemos decir que la curación va por buen camino, que estamos bajando por la pista de esquí correcta. Ahora solo queda quitarse el dolor al correr. Este es el punto más complejo. El truco para esto es empezar a correr en pequeñas dosis. El primer día cinco minutos, luego siete, después diez y así hasta llegar a cuarenta y cinco o cincuenta minutos. Siempre sin dolor. 

—Entiendo —dijo Haile asintiendo. 

—Para terminar, la curación es como un juego de la soga-tira. Por un lado, tira la curación y, por otro, todo aquello que hace daño a la lesión. Si corremos con dolor, aunque solo sea cinco minutos, esto desplazará la soga hacia el lado de la lesión y tendremos que recuperar el terreno perdido. Tan importante es considerar todo lo que hacemos por curarnos como lo que hacemos por empeorar la lesión.

—¡Oye! Este Jaime sabe mucho —exclamó Tendine—. Debería ser profesor. Pero seguro que no me puede contestar a esta pregunta. Antes, cuando me estaba tratando con las manos, me hacía bastante daño. Incluso ahora me duele un poco más. ¿No es esto lo contrario de lo que está contando? Primero habla de tratarme con cariño y luego me tortura.

—Esto te lo respondo yo —dijo Rusti—, que para eso llevo tantos años aquí soportando a los pacientes. El tratamiento de Jaime lo que hace es abrir el espacio entre la piel y el tendón para que la sangre y la linfa puedan circular con normalidad. Es lo que se llama presión negativa. Aparte, con los masajes que ha hecho al final, al apretar, consigue crear una ligera inflamación y esto ayuda a que el cuerpo mande más sangre oxigenada a la zona. Esta irritación que comentas desaparecerá y, mañana o al día siguiente, te dolerá menos. Esto es, como se dice en francés: reculer pour mieux sauter, es decir, hacer un poco de daño para que luego duela menos.

—¡Qué listo eres tu también, viejo Rusti!

Bueno, ya estamos llegando al final —comentó Jaime. 

—Jaime, solo una pregunta más. Cuando corro, aunque no me duela mucho, noto como que no tengo fuerza para empujar; como que la pierna no soportara bien mi peso, y eso que yo peso muy poco. ¿Esto tiene alguna explicación?

—Claro que sí. Te lo explico. Las lesiones también suelen provocar pérdida de fuerza en el tendón y su correspondiente músculo. Hay que tener en cuenta que la pérdida de fuerza se produce muy rápidamente, mientras que mejorar la fuerza tarda mucho más. Se dice que la relación puede ser de tres a uno, es decir, si no utilizas bien un músculo durante un mes, ya sea por lesión o por inactividad, se tardan tres meses en volver a tener el mismo nivel de fuerza. Por lo tanto, para ti, que llevas un año con dolor, todavía queda mucho tiempo para que vuelvas a tener unos valores de fuerza como los que tenías antes. Pero llegarás si eres constante.

—Muchas gracias, Jaime. Ya me voy mucho más tranquilo y con las ideas más claras. ¿Nos vemos la semana que viene?

—¡Claro que sí! ¿Mismo día?, ¿misma hora?

—¡Hecho! Solo una última pregunta. Esta camilla que tienes, ¿no está un poco vieja ya? Parece que se va a derrumbar en cualquier momento.

—¡Oye! ¡Un poco de respeto! —gritó con toda su fuerza Rusti, aunque sabía que, por ahora, no podía comunicarse con los humanos. 

Las aventuras de la camilla Rusti: Artrosis de cadera.

Tiempo de lectura: 12 minutos

La vieja camilla ya hace años que había cumplido con su cometido. Años y años soportando el peso de pacientes doloridos y magullados, cada uno con sus problemas y sus historias, cada uno con sus miedos y esperanzas. Se había ganado a pulso el apodo que alguien le puso alguna vez: Rusti. 

Había visto tiempos mejores. Hubo incluso una época en la que tuvo el privilegio de recorrer el mundo, viajando junto a otro equipaje en la bodega de los aviones y alojándose en lujosos hoteles. Esos eran los good old times, los viejos y gloriosos años. Ahora ya llevaba mucho tiempo en la consulta, día tras día trabajando con su fisioterapeuta, Jaime —como hace tantos años—  en perfecta sintonía. Creaban un binomio perfecto, uno trabajaba con sus manos y el otro soportaba al paciente con sus patas; uno asentía y entablaba conversación, el otro escuchaba en silencio. De vez en cuando, ciertos crujidos al cambiar el paciente de posición, como si de una ventana oxidada se tratase, rompían este baile perfectamente orquestado.

—Una buena camilla tiene que crujir. 

Eso decía entonces Jaime, como queriendo disculparse por el estado de la camilla. 

—Crujir es signo de experiencia y señal de un trabajo bien hecho. No hay nada más triste que una camilla plegada y sin un paciente encima.

La camilla se había acostumbrado a esta consulta, con el sol entrando en diagonal por la ventana al mediodía, con ese sofá observando inmóvil los tratamientos de Jaime. Había cierta magia en todo lo que ahí ocurría, una secuencia de acciones perfectamente orquestadas: recibir al paciente, preguntarle ¿qué tal va el hombro? o ¿qué tal va la espalda?, colgar la chaqueta en el perchero, sentarse en el sofá para quitarse los zapatos, tumbarse en la camilla, y ahí, en ese momento, es cuando se hacía la magia, como le gustaba decir a Jaime. Aunque no había nada mágico en todo lo que ahí ocurría. Solo un buen tratamiento manual, una conversación que solía inclinarse del lado del paciente y bastantes anécdotas y risas.

El día que todo cambió no parecía ser diferente a los demás. En apariencia todo iba según lo planeado, ya habían recibido a la paciente, Katherine, una señora ya mayor con dolor en las caderas. Jaime, como suele ser costumbre, había salido de la habitación para lavarse las manos mientras Katherine se iba tumbando en la camilla. En esa postura es donde la volvió a encontrar al entrar. 

—Bueno, vamos a ver cómo soltamos esas caderas —dijo Jaime—. ¿Qué tal ha pasado los últimos días? 

—Pues así así. Las caderas me duelen bastante al estar sentada, sobre todo la derecha. Incluso por la noche en la cama no consigo encontrar la posición correcta. Es bastante molesto. Pero estoy mejor que hace unas semanas. Me duelen menos al andar —contestó Katherine. 

Ni que lo digas. Ya va siendo hora de que alguien mueva este viejo esqueleto —dijo alguien en ese momento, en una fina voz solo perceptible por Rusti.

¿Quién ha dicho eso? ¿Qué misterio es este? —preguntó Rusti sorprendido, a la vez que algo asustado.

No obtuvo una rápida respuesta y, mientras tanto, Jaime seguía con sus maniobras y con su conversación.

—Es normal que las caderas duelan más cuando no se mueven y el dolor se alivie con el movimiento. Es un tema de lubricación. El movimiento hace que las articulaciones se calienten y se lubriquen. A mí me gusta mucho una frase que una vez escuché en los Estados Unidos de América: Motion is lotion. Quiere decir que el movimiento produce un aumento del liquido sinovial, que es el “aceite” de las articulaciones. Es bastante sencillo: si nos movemos, se crea este líquido y, normalmente, el dolor disminuye y la movilidad mejora.

—Ya me imaginaba que moverme me venía bien. Es una pena. No sabes todo lo que me he movido yo en mi vida. ¿Sabes que yo corría maratones? No se lo he contado a mucha gente, pero era bastante conocida cuando vivía en Boston.

—No tenía ni idea —contestó Jaime con curiosidad—. Cuéntame un poco más sobre tus aventuras. Tenemos tiempo.

Rusti, ahí abajo, no podía contenerse. ¿Quién le estaba hablando? No podían ser ni Jaime ni Katherine a los que había escuchado. Tampoco parecía que ellos hubiesen escuchado nada.

¿Con quién estoy hablando? —volvió a repetir Rusti.

Con quién va a ser. Con el cartílago de la pobre Katherine —contestó la voz.

¿Y cómo es que te puedo escuchar?

Siempre hemos estado aquí. Todas las partes del cuerpo podemos hablar y nos comunicamos entre nosotras. Estamos constantemente chismorreando sobre las cosas más triviales. La verdad es que lo pasamos muy bien. Por ejemplo, nadie quiere hablar con los huesos, que son muy gruñones, mientras que a todos nos gusta escuchar las historias de los músculos, que son de lo más divertidas. En definitiva, somos una gran familia. Lo que pasa es que rara vez tenemos contacto con alguien de fuera. Será que tu eres alguien muy especial, alguien con mucha experiencia. ¿Cómo te llamas?

Yo soy Rusti, la camilla de Jaime. Llevo muchos años aquí, pero nunca había escuchado a nadie que no fuera Jaime y sus pacientes.

Katherine seguía conversando con Jaime, como si nada. 

—Pues verás. Yo corría en la universidad. Te podrás imaginar que eso fue hace muchos, muchos años. En esa época casi no había equipos de chicas. Solo nos dejaban correr pruebas muy cortas, como 800 o 1500 metros. Yo veía a los chicos correr por los campos y pensaba: “Yo también quiero correr horas y horas”. Así que empecé a correr con ellos y me encantaba. Me gustaba la sensación de paz cuando corría. Ahora creo que lo llaman algo así como las endorfinas de los corredores.

—Madre mía, Katherine, quién la ha visto y quién la ve. No tenía ni idea. Siga, que soy todo oídos.

Mientras decía esto, Jaime empezó a mover la pierna de Katherine, flexionando la cadera y llevando la rodilla hacia la tripa. 

—¡Uy ! ¡Qué gusto! —exclamó el cartílago—. Esto de que me muevan es un placer. Es como meterme en un baño caliente. Estoy harto de estar todo el día sentado en el sofá. Eso de pasar horas y horas viendo la tele no me viene nada bien. Lo que yo quiero es libertad, movimiento, actividad. Cuando me muevo, me caliento y me lubrico. Es una de las mejores sensaciones del mundo.

—Pero, ¿qué es el cartílago realmente? —preguntó Rusti. 

—¿Que qué es el cartílago? Somos algo muy importante para las articulaciones. Las articulaciones son las partes que conectan dos huesos, como en la rodilla o la cadera. Sin nosotros las personas no podrían andar, montar en bici, nadar o correr. Al estar los huesos hechos de un material duro, en el movimiento rozarían entre sí y se desgastarían como las piedras de un río. Las superficies articulares, donde toca un hueso con otro, tienen que deslizarse suavemente unas con otras y nosotros nos ocupamos de que estén lubricadas para que se reduzca el roce. Aparte, nuestra función es absorber los golpes. Somos como una almohada. Vamos, que sin nosotros no habría ni aventuras ni Juegos Olímpicos.

Katherine seguía contando su historia: 

—Sí, esto es solo el principio. Una tarde estábamos tomando algo en un bar y un compañero me dijo: «¿Por qué no corres el maratón de Boston?». En esos años este era casi el único maratón que había. Ahora hay uno en cada ciudad. Pero entonces no dejaban correr a las mujeres. Supongo que pensaban que no éramos lo suficientemente fuertes. Yo les pregunté a mis amigos: “¿Cómo podía hacer para correr este maratón? Me descubrirían seguro y todo el mundo se reiría de mí”. 

Tom, su compañero, lo tenía muy claro.

—Muy fácil. ¿Cómo firmas tus exámenes de la universidad? —le preguntó. 

—Firmo K.V. Switzer.

—Pues así lo tienes que hacer. Cuando rellenes la inscripción para la carrera, firma K.V. Switzer. Luego, en la salida te pones un gorro y nadie se va a dar cuenta. 

A Katherine, solo el hecho de pensar en lo que iba a hacer la ponía nerviosa, pero a la vez pensaba que era una idea magnífica. Siempre tuvo una vena aventurera. Le gustaban las historias de mujeres que hacían cosas increíbles. 

—Solo una última cosa —le dijo a Tom—. Si corro el maratón, es con una condición.

—¿Cuál? —preguntó Tom. 

—Tienes que correr conmigo. 

Su amigo se rió con fuerza.

—De acuerdo. Así lo haremos —dijo. 

—Katherine —dijo Jaime—, voy a tener que reservarte dos horas seguidas para que me cuentes todas tus historias. En una sola sesión no tenemos ni para empezar.

—Te lo resumo ahora y luego, si quieres, en otra sesión te cuento más historias. 

»El 19 de abril de 1967 hacía mucho frío. Había estado nevando toda la noche. Esto jugó a mi favor cuando me presenté en la salida del maratón, ya que muchos corredores iban en chándal. Así podía pasar desapercibida y no me iban a reconocer fácilmente. Tom estaba a mi lado, creo que incluso más nervioso que yo. Mi intención no era armar un gran revuelo. Solo quería terminar un maratón y tener algo con que reírme con mis amigos. 

»La carrera empezó bien, nadie se fijaba en mí. Tom y yo fuimos corriendo varias millas, pero en la milla 4 algo pasó. Me di cuenta de que me habían descubierto cuando un señor muy enfadado se abalanzó sobre mi gritando: «¡Fuera de mi carrera y dame tu dorsal!». Más tarde supe que era el director de la carrera. 

»Gracias a Tom, que lo bloqueó, pude seguir corriendo y conseguí terminar. Nunca había estado tan nerviosa y emocionada como entonces. En ese momento me di cuenta de que esta aventura mía no iba a pasar desapercibida. Fue increíble la repercusión que tuvo en los periódicos. A partir de aquí mi vida cambió. El correr nunca me ha abandonado desde entonces. Siempre ha estado presente en mi vida. Lugar a donde iba, lugar donde buscaba un parque o paseo para correr. Mis caderas han estado bien, solo me han empezado a doler hace unos años. Ahora cuento contigo, Jaime, para que pueda seguir andando y corriendo varios años más. ¿Te ha gustado la historia?

—¡Claro que sí! Me ha encantado. Son historias como estas las que hacen que la gente se aficione a correr. Casi se me saltan las lagrimas.

Rusti, por otro lado, no tenía más que preguntas.

Pero, para que el cartílago sea tan blando, ¿de qué está hecho?

—El cartílago es como la piel de una naranja por dentro, una delgada capa de tejido elástico y resistente que recubre los bordes de los huesos —explicó el cartílago—. Lo importante es que somos capaces de absorber, amortiguar y permitir el deslizamiento de las articulaciones. Lo negativo del cartílago es que no nos llega mucha sangre y esto hace que nos desgastemos con los años y que no nos regeneremos. La sangre es la que consigue que los tejidos vuelvan a crecer. Por lo tanto, para que seamos blanditos y elásticos necesitamos la ayuda de un líquido, el líquido sinovial, que es un fluido viscoso, transparente y con consistencia de clara de huevo. Este líquido forma una fina capa sobre el cartílago articular infiltrándose en él. Durante el movimiento, el líquido se extrae mecánicamente del cartílago para mantener la capa de líquido sobre la superficie del cartílago y disminuir la fricción entre las superficies articulares. El líquido sinovial reduce la fricción entre los cartílagos y otros tejidos en las articulaciones para lubricarlas y amortiguar el impacto durante el movimiento. ¡Menudo rollo te estoy metiendo!

—Para nada —contestó Rusti—. Al contarme esto me acuerdo de mis pobres patas que crujen cuando los pacientes se dan la vuelta. La sensación que comentas de movimiento y libertad me recuerda a cuando Jaime me echa un poco de aceite en las bisagras. En ese momento todo mejora y parece que soy una camilla joven.

—Claro que sí. Tenemos que formar un partido político: ¡Juntos por una vida más viscosa! 

Esto último le hizo mucha gracia a Rusti. 

En ese momento ocurrió algo aun más sorprendente. Rusti y el cartílago escucharon otra voz. Esta era una voz grave, profunda, como de alguien muy mayor que decía: 

¿He oído la palabra cartílago?

—Bueno, el que faltaba —dijo Rusti. 

—Este viejo sofá no es capaz de estarse calladito y, para hacerse el interesante, siempre tiene que interrumpir con datos y estadísticas. 

—Justo a esto iba —comentó en voz alta—. Aquí va algo interesante. La artrosis o desgaste del cartílago afecta a alrededor de 302 millones de personas en el mundo, y es una de las causas principales de discapacidad. Se encontraba entre las 30 enfermedades más comunes en el mundo en 2016, habiendo crecido su prevalencia un 30 % desde el 2006. De hecho, las cifras de la Organización Mundial de la Salud, OMS, muestran que el 28 % de los mayores de 60 años tiene artrosis y en el 80 % de los casos causa una limitación de sus movimientos. 

»¿Qué? ¿Os ha gustado este dato? —preguntó el sofá. 

—Que sí, que sí —dijo el cartílago—. Que ya sabemos que eres muy inteligente.

Jaime, mientras trataba a Katherine, empezó a pensar en todos los pacientes con dolores de cadera que había tratado. Eso es algo que le pasaba de vez en cuando. Su trabajo le hacía evadirse mentalmente de la habitación y viajar a otros tiempos. 

Estaba esa señora que, cuando venía a la consulta, dejaba a su perro en casa viendo la televisión. O ese otro señor que solo quería poder seguir bailando con su esposa; lo de andar le daba igual. 

O ese tenista de élite que, para seguir jugando, se puso una prótesis de cadera. 

Todos estos pacientes tenían sus dolores y sus limitaciones particulares. Pero también tenían algo en común: la degeneración del cartílago de sus caderas. 

Pensó entonces: «¿Por que todavía no han inventado o desarrollado un producto u operación para recuperar el cartílago de las personas?». 

De su época en California conocía de primera mano la terapia de células madre, pero no se quedó muy impresionado con sus efectos. Quizás era demasiado pronto y todavía tenían que evolucionar esa técnica. También pensó en aquel año cuando trabajaba con tenistas de élite y fueron a Alemania a probar un tratamiento de plaquetas. El doctor también aseguraba que su terapia regeneraba el cartílago, pero no fue el caso cuando lo probaron. El efecto del tratamiento no duró eternamente. 

Jaime conocía muy bien el posible final de muchos pacientes con dolores de cadera. Se resistía a admitirlo, pero la realidad es que mucha gente acababa con prótesis de cadera. 

¿Era éste el inevitable final? 

Quería pensar que había esperanza si la gente con dolores podía cambiar su estilo de vida y hábitos diarios de actividad.

Katherine, quizás ya cansada de contar su historia, cosa que probablemente había hecho miles de veces, cambió de tema y volvió a sus caderas. 

—¡Cuéntame entonces! Si dices que el movimiento es lo más importante para las articulaciones, ¿por qué a mí, que tanto he corrido, me duelen las caderas?

—Este es el gran dilema —replicó Jaime. 

»Hay una lucha entre el movimiento y el desgaste, un tira y afloja. Realmente, el cuerpo de las personas no estaba pensado para vivir tantos años. Hace 300 años las personas vivían 35 años de media, solo hace 100 años la esperanza de vida era de 50 años y ahora la media en Europa o Norteamérica está en unos 80 años. Año tras año; gracias a la medicina, el ejercicio y la alimentación; las personas fallecen mucho más tarde. Estructuras como el cartílago o los discos vertebrales se van desgastando con los años. Hay varios factores que pueden acelerar este desgaste. Por un lado, está la suerte. En tu vida puedes tener un accidente que destroce, por ejemplo, tu rodilla. El cartílago de esta rodilla, en consecuencia, se puede desgastar más rápido. Por otro lado, está el uso excesivo, como el que pueden tener los atletas profesionales o la gente con  algunas profesiones físicas. Es como si condujeses un coche a velocidad máxima todos los días. La goma de las ruedas se desgastará mucho más rápido que si conduces a 80 km/h. Estas son cosas que pueden acelerar el desgaste. Pero en el otro lado de la cuerda está la inactividad, la obesidad y algunas enfermedades como la diabetes. Este poco movimiento que realizan las personas hará que las articulaciones se retraigan y no se muevan en todo su rango. Esto es igualmente peligroso.

—Qué interesante —dijo Katherine. 

—Lo que tienes que tener en cuenta es que el movimiento hace que las articulaciones se mantengan flexibles y se puedan mover en todas las direcciones. El desgaste es inevitable. Pero no es lo mismo llegar a los 70 años pudiendo andar, agacharse o incluso reptar que casi no poder levantarse del sofá. Un amigo mío me decía: «Yo a los 70 años quiero poder hacer lo mismo que hace un bebe de un año como ponerme de cuclillas, sentarme en el suelo y poder levantarme y tocarme la planta de los pies». Veo que tú, Katherine, puedes hacer estas 3 acciones sin problemas. Tú has sido una persona deportista y tus caderas se mueven bastante bien. Una persona sedentaria, que no se ha movido mucho en su vida, normalmente puede tener tus mismos dolores, pero, aparte, no puede andar y moverse tan bien como tú.

—Jaime, tienes toda la razón del mundo. Además, lo explicas muy bien.

La sesión estaba a punto de terminar, pero Rusti y el cartílago seguían con su conversación:

Hermano —dijo Rusti ya con confianza —. ¡Qué alegría haberte conocido! Katherine suele venir los martes a las 10:00 h a su sesión con Jaime. Seguiremos conversando. También contigo, viejo sofá.

—Claro que sí, de aquí no me mueve nadie —contestó el cartílago—. Bueno, moverme espero que sí, ya me entiendes. Lo que quiero decir es que aquí seguiremos la semana que viene.

—No puedo estar más contento. Por fin puedo saber todos los secretos del cuerpo de los pacientes que pasan por aquí. Ya me veía retirado en un trastero con un montón de maletas encima. El día de hoy ha sido como el comienzo de una segunda juventud —terminó diciendo Rusti.

—Brindo por eso con una copa de líquido sinovial —dijo con gracia el cartílago. 

Rusti se quedó pensando en lo que acababa de pasar. No entendía por qué justamente ahora podía hablar con el cuerpo de los pacientes, después de tantos años de duro trabajo. Tampoco por qué nunca se había comunicado con el sofá, que llevaba mucho tiempo a su lado. 

¿Habría un motivo especial? ¿Era esto parte de un plan más complejo? 

Con esta idea en la cabeza, se quedó esperando a que Jaime terminara su sesión. Jaime y Katherine estaban ya en los últimos minutos de la sesión.

—Katherine, lo que me tienes que prometer es que no vas a dejar de moverte. Piensa en tu época de maratoniana y lánzate a la calle cada día. ¡Márcate pequeños objetivos como llegar hasta el quiosco que está al final de la calle o subir las escaleras del puente peatonal que cruza la carretera! ¿Cómo se dice? Partido a partido, día a día.

—Te lo prometo, Jaime. Además, tus tratamientos también me están ayudando mucho. ¿Te puedo hacer una última confesión?

—Sí, claro, dispara.

—A veces en la cama, con la luz apagada, nada más despertarme, antes de levantarme, todavía con los ojos cerrados, me imagino estar corriendo con el equipo de la universidad, subiendo y bajando colinas y esquivando árboles por los senderos del bosque. Es un momento muy feliz. Luego me levanto y me topo de frente con la realidad. Ya no tengo 20 años y ya no corro maratones, apenas puedo caminar rápido unos minutos antes de cansarme. Pero voy a seguir luchando por mi cuerpo, cuidando mis articulaciones y alimentándolas con el liquido mágico: el movimiento.

—Bien dicho Katherine. ¡Hasta la semana que viene!

Así terminó está sesión, una sesión aparentemente normal para Jaime, pero iluminadora para su fiel camilla Rusti. Lo que no podía imaginar Rusti es que este sería el primer encuentro de una larga lista en la que conocería en detalle todos los secretos del cuerpo. Tampoco sabía que todos estos encuentros iban a desembocar en un final sorprendente, casi mágico. Pero para llegar ahí todavía tenía que soportar el peso de muchos pacientes. Ya llamaba a la puerta el siguiente paciente. Rusti no podía contenerse de la emoción. 

¿Con quién podría hablar esta vez?

El hombro congelado.

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El hombro congelado es un término muy apropiado para describir esta lesión. Las personas que padecen de esta patología sienten como si su hombro se hubiese enquistado, paralizado, apelmazado… Tal vez si solo fuese éste el problema, no sería una lesión tan invalidante. A estas limitaciones hay que sumarles las molestias constantes, el dolor al dormir y el dolor al mover el brazo, sobre todo por encima de la cabeza.

Médicamente el hombro congelado también es llamado capsulitis adhesiva. No es raro ver a personas de mediana edad con este dolor, incluso sin practicar deporte habitualmente. Esta lesión aparece por capricho, a veces tiene un comienzo claro, debido a una caída o lesión pero, en otras ocasiones, simplemente aparece. En definitiva es un problema realmente desafiante ya que no es solamente doloroso, si no que produce una discapacidad en el paciente con el consecuente detrimento de su calidad de vida. 

Desde el punto de vista médico no es menos complicado. El debate es continuo sobre su diagnóstico, su clasificación, incluso qué nombre darle. Tampoco hay consenso en las opciones de tratamiento. ¿No se debe hacer nada, dejar que la naturaleza siga su curso? ¿Hay  movilizar con dolor, sin dolor, tratarlo, no tratarlo o simplemente supervisar la evolución?

Si hacemos un rápido repaso a algunos estudios, en la población general la incidencia está entre el 2 % y 5 % y es más común en mujeres entre 40  y 60 años de edad. Si nos centramos en los estudios de calidad, describen consistentemente los altos niveles de dolor y discapacidad que sufren los pacientes y el profundo efecto que tienen en su calidad de vida. A menudo tienen una recuperación prolongada, si realmente se recuperan por completo, y hay muchas dudas sobre cuáles son las mejores opciones de tratamiento.

Se puede decir que la historia del hombro congelado ha sido un desafío desde hace siglos. Codman, en 1934, describe como el hombro congelado es una condición «difícil de definir, difícil de tratar y difícil de explicar desde el punto de vista de la patología». ¿Ha habido algún progreso desde 1934? Puede que alguno, pero desafortunadamente todavía no entendemos completamente por qué el hombro congelado sucede.

Podemos ahora lanzar una reflexión: ¿Por qué los monos y los simios no sufren de hombro congelado? ¿Qué podemos aprender de la naturaleza? ¿Será por que no paran de mover los brazos?

Por mi experiencia, en esta reflexión encontramos una buena respuesta a los orígenes y causas de tener un hombro congelado. Esta es la teoría del estrés oxidativo que se crea en toda la articulación del hombro por poco uso. Pero esto es solo una teoría. Otras abogan por una predisposición genética, una respuesta inmune del cuerpo, una inflamación metabólica, hormonal o, incluso, la diabetes. Por lo tanto la causa no la sabemos, tampoco nos importa mucho en esta lesión. Lo que nos importa es la solución. Se habla de una curación entre 4 meses y 2 años.¿Qué influye en que sean 4 meses o 2 años? A mi entender el trabajo de fisioterapia y ejercicios diarios que hagamos en casa. El simple reposo no mejora la lesión. Hay que movilizar, lubricar, calentar, ejercitar, masajear el hombro siempre que se pueda. Esta es, en mi opinión, la solución al hombro congelado. Pero hay que tener en cuenta que, aun en el mejor de los casos, la curación de un hombro congelado siempre va a ser lenta y progresiva. ¡Los milagros no existes!

La importancia de la elección.

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UN VIAJE POR EL MUNDO DE LAS TERAPIAS

La elección de cada terapia, de cada tratamiento es una de las cuestiones más complejas dentro de la medicina y fisioterapia. Es importante conocer los tratamientos estrella de cada médico y fisioterapeuta para según qué lesión, aparte de tener información detallada sobre distintos métodos antiguos y nuevos.  En general, saber a quien acudir en cada fase de la lesión no es una situación fácil. La mejor manera de navegar por esta maraña de información solo se puede conseguir con un correcto asesoramiento. No podemos fiarnos de recomendaciones de amigos y familiares. Ahí estamos dejando nuestra salud en manos de la suerte y, la salud, es lo más importante que tenemos.

La lógica nos dice que un solo método no puede curar una lesión que lleva instaurada en nuestro cuerpo durante mucho tiempo. Todos y cada uno de los creadores de las terapias que describimos en este artículo hacen especial hincapié – en entrevistas y publicaciones- en la importancia de un trabajo global, que incluya ejercicios de rehabilitación y prevención junto a buenos hábitos de salud y alimentación para que la lesión no vuelva a aparecer. Toda recuperación tiene que seguir unos plazos establecidos, unos plazos marcados por nuestro organismo. De lo contrario el riesgo de recaída es muy alto.

Supongamos por un momento que disponemos de tiempo y fondos ilimitados para desplazarnos libremente por el mundo. Luego imaginemos que llevamos ya un año con un dolor crónico en el hombro, que no nos deja dormir, o de una molestia persistente en la rodilla que nos impide subir y bajar escaleras. Numerosas visitas a médicos, fisioterapeutas y muchas horas navegando por youtube no han conseguido mejorar nuestra situación. Estamos ya en la fase de desesperación. 

Ahora os propongo un juego, solo por darnos el gusto. Juguemos a ser Cristiano Ronaldo o Tiger Woods: Tenemos el jet privado en la pista de despegue para poder visitar a los mejores especialistas y realizar los tratamientos más innovadores.

Yo empezaría el viaje en Düsseldorf, Alemania. Ahí, en ese pequeño pueblo a orillas del río Rin, se encuentra nuestro primer especialista: Dr. Wehling. Su historia es de novela. En un momento de inspiración en 1986, este especialista en medicina molecular consiguió crear una “poción mágica” con unos poderes antiinflamatorios nunca antes vistos. Según comenta, su método – el Regenokine – es 120 veces más efectivo que un tratamiento más convencional como el PRP (tratamiento de plasma rico en plaquetas). En su libro “The End of Pain” describe como el mismo Papa Juan Pablo II le dio las gracias por curar sus rodillas maltrechas de tanto rezar arrodillado. A Alex Rodríguez, jugador de baseball, también con rodillas doloridas, nada más salir de la clínica le dieron ganas de subir esprintando la primera colina que se encontró. El ya fallecido Kobe Bryant publicó en sus redes sociales numerosos detalles sobre el tratamiento. Regenokine es una terapia invasiva que utiliza factores de crecimiento de la sangre del paciente para estimular la curación natural del área lesionada. En la primera sesión se le extrae sangre al paciente que luego se calienta y se centrifuga. Este proceso separa diferentes partes de la sangre. A continuación se selecciona un suero concentrado lleno de sustancias antiinflamatorias que se inyecta en el área lesionada.

El suero generalmente proporciona un alivio inmediato del dolor, pero pueden pasar varias semanas antes de que las propiedades antiinflamatorias surtan efecto. El tratamiento Regenokine se usa para tratar prácticamente todas las lesiones de articulaciones, ligamentos, músculos y tendones. ¿Y dónde está la trampa? Pues tiene dos. La primera es que el tratamiento se realiza durante cinco días consecutivos, con lo que es imprescindible pasar unas mini vacaciones en Alemania. La segunda, la peor, el precio: De 10.000 a 15000 Euros por todo el tratamiento.

El viaje continúa y nos dirigimos ahora a Londres. Ahí acudiremos al London Independant Hospital, donde se encuentra el radiólogo Dr. Otto Chan. Dr. Chan y su equipo se han especializado en una técnica llamada High Volume Injections (HVI). High volume injections son inyecciones para aliviar el dolor crónico en articulaciones y tendones. En el procedimiento se inyecta un volumen bastante alto de solución (30-40 ml) en el espacio entre el tendón y la vaina del tendón, donde viajan los vasos sanguíneos y nervios, o en la misma articulación. Esta solución contiene solución salina normal y anestésico local. La solución separa y libera los vasos y nervios creando un espacio. Es como si hinchásemos un globo con agua. Esto ayuda a restablecer el proceso de curación, liberar adherencias y, finalmente, reducir el dolor. Según el Dr. Chan, los efectos en casos como la tendinopatía del supraespinoso o el temido “hombro congelado”, son inmediatos. El paciente sale de la consulta con mayor movilidad y menor dolor. Aun así recalca que es importante complementar su tratamiento con un buen protocolo de fisioterapia y rehabilitación. No es de extrañar que Dr. Chan colabore en el torneo de tenis de Wimbledon todos los años. 

Nuestro siguiente especialista no es fácil de localizar. Tendremos que mirar en la página web de la ATP (Asociación de Tenis profesional) y buscar el torneo que se esté disputando esa semana. Ahí, en una habitación de alguno de los hoteles oficiales, es donde el italiano Dr. Pier Francesco Parra monta su “campamento”. No es extraño ver una cola de jugadores en algún  pasillo de hotel, pero lo que es realmente digno de reseñar es ver los nombres de los jugadores, entre los cuales se encuentran varios top 10 del ranking. Dr. Laser, como se le denomina en su página web, lleva años paseando su laser por los aeropuertos de todo el mundo, como si fuese su recién nacido. A la pregunta de por qué su laser es tan efectivo, su contestación es simple: “Mi laser es muy potente y tiene un porcentaje de curación elevada. La diferencia entre mi láser y cualquier otro láser menos potente es la penetración del haz de luz, que varía entre 2 y 5 cm. Es decir, a mayor potencia, mayor profundidad y a más fibras se puede llegar.”

Si todavía nos quedamos con ganas volver a Alemania podemos visitar a Hans Wilhelm Mueller Wohlfahrt y sus “magic hands”. Mueller- Wohlfahrt ha trabajado décadas para el equipo de futbol Bayern Munich y ha tratado a personajes como Usain Bolt, Paula Radcliffe, Maurice Greene, o músicos como Bono. Su terapia, para algunos controvertida, es un misterio. Huyendo de la química y de los medicamentos convencionales, sus tratamientos son infiltraciones en las que combina sustancias homeopáticas con otras más curiosas como extracto de cresta de gallo o derivados de sangre de ternera. En varias entrevistas habla abiertamente de su animadversión por las pruebas diagnósticas como la resonancia magnética, de su confianza en el diagnóstico con las manos e incluso de una energía y fuerza que viene de la mano de Dios. Dr. Feelgood, otro de sus apodos, basa casi todo su diagnóstico médico en sus manos y considera que muchas de las lesiones musculares no se diagnostican correctamente, lo que lleva al deportista a estar demasiado tiempo parado.

Por último nos vamos a referir a dos terapias manuales que se llevan realizando desde hace muchísimos años en todo el mundo. 

La primera se creó en los años 60 del siglo pasado por Dr. Cyriax , en Londres. Sus masajes son diferentes a los masajes convencionales, lo llama masaje transverso profundo o, simplemente Cyriax. Este tipo masaje aplica fricciones que cruzan las fibras musculares y resulta muy efectivo en el tratamiento de tendinopatías o lesiones musculares. Su efecto analgésico y de re-ordenación de las fibras de colágeno lo hacen muy popular, con el único inconveniente que es muy doloroso y algunos pacientes no lo pueden soportar. 

En USA encontramos un método de tratamiento similar al Cyriax, con la diferencia que las presiones se aplican en dirección longitudinal en vez de transversal. La terapia se llama ART y fue creada por el quiropractor Dr.  en San Diego, California. ART es una técnica manual que trata de alinear y regenerar las fibras musculares. Como indica su nombre, Active Release Technique, durante el tratamiento el paciente realiza un movimiento articular activo mientras que el terapeuta realiza una fuerte presión acompañando el movimiento. Es un tratamiento muy efectivo también para todo tipo  de lesiones musculares o tendinosas. En un principio adoptado por quiropractores, en la actualidad se realiza en múltiples consultas de fisioterapia a lo largo y ancho de Estado Unidos. Tanto que ya hasta existe la expresión: Voy a ART. 

Todos estos tratamientos solo son una pequeña muestra del menú de tratamientos que existe en el mundo. Hay tantos tratamientos como lesiones en el cuerpo. 

Una de las cuestiones más importantes es dejarse asesorar por profesionales y no hacer caso a recomendaciones de conocidos, a consejos encontrados en internet o a campañas de marketing. Una vez que hemos elegido un tratamiento hay que ser pacientes y constantes. No podemos cambiar de tratamiento antes de agotar los plazos establecidos. Ir saltando de un tratamiento a otro tampoco tiene mucho sentido. Hay que confiar en el proceso. Solo así, con buenas elecciones, con paciencia y con constancia, tendremos las mejores oportunidades de cuajarnos. 

 

Referencias: 

https://www.nytimes.com/2007/09/01/sports/tennis/01notes.html

https://www.youtube.com/watch?v=XTwpSq3n9Go

https://www.france24.com/en/20180330-mueller-wohlfahrt-maverick-doctor-with-magic-hands

https://en.wikipedia.org/wiki/Hans-Wilhelm_Müller-Wohlfahrt

https://www.welt.de/sport/plus205380895/Sportarzt-Mueller-Wohlfahrt-Ueber-50-Prozent-aller-Diagnosen-von-Muskelverletzungen-stimmen-nicht.html?notify=success_subscription

https://www.sueddeutsche.de/muenchen/mueller-wohlfahrt-gott-glaube-1.4675444

Coaching de lesiones

Tiempo de lectura: 3 minutos

Ahora que me estoy acercando a una edad respetable es un buen momento para reflexionar y hacer valoración sobre lo que he estado haciendo en los últimos 25 años. Puedo quedarme pensando 20 minutos, buscar algo relevante o importante, algo que haya marcado una diferencia, pero por muchas vueltas que le de a la cabeza todo se reduce a lo mismo: Ayudar, con mis manos, a gente con dolor. Da lo mismo quien sea, atletas profesionales, niños de 12 años, abuelitas de 85 años… todo es lo mismo. Todos/as buscan un alivio a su dolor y se ponen en mis manos. Al principio me sentía un poco como un impostor. No entendía como hacían caso a lo que les decía, como confiaban en el juicio de un joven de 25 o 30 años. Pero muchos lo hacían y no han parado de hacerlo desde entonces. Ahora ya, años después, cuento con un arma muy importante a mi lado, la experiencia. Ya he tratado 10, 20 o 100 veces la mayoría de las lesiones que pasan por mi consulta. Mientras trato a esos pacientes se me vienen a la cabeza situaciones similares que ya he tratado hace muchos años – “esta es la misma lesión que aquella persona en San Diego”- o -“a esa paciente le vino bien esta forma de tratar la lesión, voy a hacer lo mismo”-. 

También he aprendido a leer a los pacientes, a saber quienes se van a preocupar por curarse o quienes vienen a por el milagro. Esto es muy importante, ya que en función de las características del paciente y su lesión he aprendido a ajustar el tratamiento y, sobre todo, el mensaje que quiero dar. Algunos pacientes se preocupan por hacer ejercicios en casa, por ir al gimnasio, por no jugar al tenis o correr con dolor. Otros nunca llegan a hacer nada, vienen, se tratan y nos vemos la próxima semana. La experiencia es algo muy importante y sin ella es muy difícil ayudar a que a una persona le desaparezca el dolor. 

Aun así en los últimos años ha crecido en mi un sentimiento de frustración. En muchos casos no me quedo satisfecho con el devenir de los pacientes y su dolencia. Siento como que algo falta, como que los tratamientos a veces no son suficientes. Falta un componente más, algo que mejore la probabilidad de curación del paciente y, por ello, después de darle muchas vueltas, he decidido dar un giro profesional para complementar y mejorar lo que vengo haciendo. 

Por lo tanto – redoble de tambores – os presento el nuevo y único servicio de coaching de lesiones. ¿De que se trata? En esencia, se trata de ayudar a pacientes con dolencias crónicas. Normalmente estos pacientes están en una situación de desamparo y no saben por que dirección seguir. Ya han probado muchos tratamientos, han visitado a múltiples médicos y fisioterapeutas. Lo que tienen en común es que, después de meses o años, su dolor sigue ahí.

El primer objetivo es reducir o mejorar el dolor, pero el segundo objetivo, también muy importante, es reducir la ingesta de medicamentos y, sobre todo, evitar las intervenciones quirúrgicas. Consigamos que el cuerpo, con nuestra ayuda, se cure por si solo. 

Tengo la confianza y convicción que todo puede mejorar. Solamente hay que escuchar, hablar y encontrar la solución al problema. Existen infinidad de tratamientos, miles de especialistas, millones de opiniones. El camino a la curación está ahí, solo hay que encontrarlo. El éxito normalmente viene por una combinación de acciones y técnicas. Una intervención, un tratamiento, una cirugía… no suele ser suficiente.

Con este nuevo servicio lo que quiero es ayudar. No solo tratar, cobrar y pasar página, ya sea con éxito o fracaso. Quiero que al paciente le cambie la calidad de vida, que pueda volver a estar sentado sin dolor, a conducir más de 1 hora, a jugar al padel con los amigos o a correr por el campo.

Aparte de mis tratamientos, he seleccionado cuidadosamente una red de profesionales y servicios que nos pueden ayudar a conseguir el objetivo y que complementan perfectamente mis tratamientos.

Todo empieza por una conversación antes de pasar a la acción. Juntos buscaremos la solución.

 

La historia de un dolor de espalda.

Tiempo de lectura: 4 minutos

“Qué alegría poder pasar una velada tan divertida, después de la que ha caído.” Esto fue lo que pensó Esther al llegar a su casa después de una noche de cena, copas y risas con los amigos de siempre. En aquél frío día de febrero, en el que parecía que iba a nevar, celebraron su 45 cumpleaños. No hicieron nada especial, simplemente estar sentados, comer, beber y contar batallas del pasado. El tiempo pasó como si nada, la única preocupación de Esther era la de escuchar aquellas historias, aportar sus propias experiencias y reírse a carcajada limpia con sus compañeros del instituto. 

Nada que ver con su 46 cumpleaños. Solo había pasado un año pero nada fue igual. Quedaron en el mismo restaurante, los mismos amigos, pero había una gran diferencia. Esther ya no podía concentrarse en las conversaciones, lo intentaba con toda su voluntad, pero un dolor puntiagudo, en la espalda, entre las escápulas, la impedía estar sentada con comodidad. Ya no se reía tanto. Intentaba reclinarse bien en el respaldo de la silla, apoyar los codos sobre la mesa, sentarse recta como una pianista… nada servía, el dolor seguía ahí. Después de los postres sucumbió al dolor, aceptó la derrota y se marchó a casa. Necesitaba imperiosamente tumbarse en la cama para que ese persistente dolor desapareciese. Esa era la única posición en la que estaba cómoda y podía respirar. Eso casi siempre, ya que últimamente, a veces hasta en la cama sentía el dolor. Tumbada ahí en su cama, mientras que sus amigos estaban de copas, pensaba en qué había cambiado su vida para que ya ni pudiese estar más de una hora sentada sin que el dichoso puñal de la espalda hiciese acto de presencia. 

Esther era una enfermera de profesión y vocación. Llevaba más de 20 años rotando por distintos departamentos del hospital, ayudando a pacientes con variedad de enfermedades. Ahora llevaba ya 6 meses de baja. Fue por recomendación de una compañera, que al verla gemir de dolor al guardar unos clasificadores en una estantería, le dijo que por favor se pidiese la baja, que no podía seguir viéndola así. Ya había ido a ver a varios médicos; una resonancia, una ecografía, un TAC, una analítica de sangre. Ventajas de trabajar en un hospital. Pero nadie le había dado una solución, tampoco una explicación. No había hernias, protusiones, estenosis, osteofitos, fracturas… Todos coincidían y pensaban que su problema era muscular. Tal vez la pandemia, el estrés, la inactividad, la premenopausia, o algo llamado fibromialgia. Daba lo mismo. La cuestión es que el dolor no mejoraba. Esther se había gastado parte de sus ahorros en osteópatas, quiropractores y fisioterapeutas. Si por lo menos supiese la causa del dolor. Si se hubiese lesionado el hombro jugando al padel, si se hubiese pinzado un menisco entrenando para un maratón, esto al menos tendría sentido.

Consultando con el doctor Google tampoco encontró nada esclarecedor. Solamente comprobó que había mucha gente con su mismo dolor. Lo llamaban contractura interescapular, dorsalgia o contractura paravertebral. ¿Pero una contractura no podía durar meses o años? Eso es lo que pensó. Ella se llenaba de optimismo cuando pensaba que no tenía ninguna lesión grave, nada que se viese en las imágenes radiológicas, pero el pesimismo aparecía, como una nube negra, cada vez que el dolor se hacía insoportable. 

En esta situación dejamos por el momento a Esther, un personaje ficticio pero con una patología muy real y similar a la de muchos pacientes que pasan por mi consulta diariamente. 

En el caso de los dolores inter – escapulares todo parece muy sencillo. Es un dolor muscular que empieza un día sin motivo aparente. La posible explicación es la del círculo vicioso de dolor – contractura – debilidad – incapacidad, una rueda que se desliza como una avalancha colina abajo. Para solucionar el problema hay que cortar este círculo vicioso. Fortalecer los músculos, oxigenar la zona y conseguir realizar los movimientos dolorosos sin que moleste. Esta, por lo menos, es la teoría. Pero como hemos comentado, en este tipo de lesiones, las “no explicables”, las que normalmente aparecen en la espalda, no se pueden utilizar la misma lógica ni los mismos procedimientos que con una lesión más común, como un codo de tenista o una tendinopatía de aquiles. En éstas, más predecibles, podemos saber casi con total seguridad como va a evolucionar la lesión. Con lo tratamientos adecuados, los ejercicios en casa, las recomendaciones correctas, la mejoría está casi asegurada.

El dolor de Esther, o otros similares como las lumbalgias o el dolor de cuello, requiere un enfoque diferente, más complejo. Lo podemos llamar un tratamiento de ensayo – error. Al no saber cómo va a reaccionar la lesión, primero tenemos que encontrar el tratamiento que sirva como llave para esa puerta concreta. En la primera sesión realizaremos el tratamiento más efectivo según nuestra experiencia, siempre dentro de la filosofía Thimblex. Normalmente este tratamiento ya provocará mejoría. En la segunda sesión, viendo como ha evolucionado el dolor, volveremos a repetir el mismo tratamiento, si el primero ha sido efectivo, o lo intentaremos cambiar si los resultados no han sido satisfactorios. Así en sucesivas ocasiones hasta conseguir una mejoría, por pequeña que sea. Una vez que logremos esa mejoría nos tenemos que agarrar a ella, con uñas y dientes, y seguir por ese camino. Esto no quiere decir que el paciente ya esté curado, simplemente habremos ganado un set, el partido todavía queda lejos. Tampoco que ese sea el único tratamiento factible. 

Esta forma de trabajar es la mejor manera de obtener buenos resultados. Siempre que el paciente siga confiando en nosotros y que siga acudiendo a la consulta, la curación está casi asegurada. Utilizaremos el mismo procedimiento con los ejercicios que tiene que realizar el paciente en casa, lo que nosotros llamamos micro ejercicios. Estos ejercicios están seleccionados para poder ser realizados 2 o 3 veces al día. Son ejercicios muy específicos y con ellos pretendemos influenciar positivamente sobre los músculos y articulaciones relacionados con la lesión. Este binomio de tratamiento Thimblex y micro ejercicios es la combinación ganadora. 

¿Por tanto, qué le podemos recomendar a Esther? Muy sencillo. Que se llene de optimismo, que luche y trabaje día a día para deshacerse de ese dolor, que confíe en el fisioterapeuta, que deje de buscar soluciones en internet, que no escuche a la gente con consejos de tratamientos milagrosos y que visualice su 47 cumpleaños rodeada, entre risas, de sus amigos de siempre. 

¿Qué camino elegir para curar tu lesión?

Tiempo de lectura: 3 minutos

Recuerdo una película que vi hace años: “Dos vidas en un instante”. Empezaba con la protagonista, Helen (Gwyneth Paltrow), despidiéndose de su pareja y saliendo del apartamento rumbo al metro. Una vez en el andén la trama se dividía en dos. En la primera ella se daba cuenta que se había olvidado algo en casa y volvía al apartamento, donde se encontraba a su pareja en brazos de otra mujer. En la segunda, ella cogía el tren y seguía con su día a día sin tener conocimiento que su novio le estaba siendo infiel. La película va saltando de una versión a otra y, solamente en una de ellas, ella consigue llegar a un final feliz “hollywoodiano”.

Uno se puede preguntar. ¿Qué tiene esto que ver con lesiones y fisioterapia? En esencia todo y nada: Siempre hablando de lesiones articulares, musculares o tendinosas, una lesión tiene un comienzo, un punto de salida, como el momento en el que Helen llega al andén del metro y decide volver al apartamento. El corredor o corredora normalmente puede identificar con exactitud ese momento: “Me empezó a doler el día de las series en la pista.” A partir de aquí la “trama” de la lesión puede transcurrir por varios caminos y el corredor o corredora, con sus acciones, es 100% responsable del desenlace de la lesión. 

El corredor o corredora puede hacer caso omiso al dolor y decidir seguir corriendo con este pensamiento en la mente: “¡Ya se pasará!”. Esta lógicamente sería la versión que suele acabar mal. Al seguir entrenando y acudiendo a carreras el dolor se va a ir instaurando poco a poco en su cuerpo. Puede que tenga días con menos dolor, días en los que ve el final del túnel, pero estos días suelen solaparse con otros malos que le llevan a perder la paciencia. Los tratamientos de fisioterapia pueden ayudar mucho, pero su eficacia se ve disminuida si al salir de la consulta el paciente se va a hacer cuestas o series con dolor. Siguiendo este camino la lesión rara vez desaparece. Pasados unos meses es posible que la situación siga siendo la misma. Toca sentarse, evaluar, ver opciones y casi siempre hay que tomar la dolorosa decisión de parar unos meses. Lo que podría haberse solucionado en 2 semanas se convierte en un calvario de 5 o 6 meses que puede acabar en tratamientos como las infiltraciones o incluso en operaciones. Una vez que una lesión se cronifica (dolor más de 4 semanas) las cartas con las que jugamos van a ser peores. Va a costar mucho más esfuerzo conseguir desquitarse de ella. 

La versión del final feliz es naturalmente la más bonita y puede seguir los siguientes pasos desde que se siente el primer dolor. El corredor o corredora decide parar y descansar unos días, momento que aprovecha para ir al gimnasio, a la piscina o a hacer ciclismo. Acude al fisioterapeuta con dos objetivos claros: Por un lado descartar que la lesión sea seria y necesite consultar con un médico y, por otro, recibir tratamientos que aceleren la recuperación. La lesión, poco a poco, va a ir doliendo menos, ya no duele al andar o subir escaleras, y llega un momento en el que decide correr 8 o 10 minutos para ver como se encuentra. Esta carrera corta solo se deberá de realizar si no hay dolor, o si el dolor es casi inapreciable. Correr con dolor, aunque sean 2 kilómetros, puede agravar y atrasar la recuperación. Si todo va bien y no hay dolor esas pequeñas carreras se pueden ir aumentando día tras día hasta que se consiga correr unos 45 minutos sin dolor. En este momento se puede decir que se ha curado y puede retomar sus entrenamientos. 

Todo este proceso, en el mejor de los casos, puede durar de 1 a 2 semanas. Un tiempo casi inapreciable si se compara con lo que puede pasar si tomamos el camino equivocado. 

Casi todas las películas de Hollywood tienen un final feliz. Helen, es decir Gwyneth, acaba feliz al lado de James, su amigo confidente de toda la vida. Para que vosotros corredores, los protagonistas de vuestra historia, acabéis felices corriendo por parques y bosques, solamente tenéis que elegir la versión correcta desde el principio y seguir esta máxima: ¡Nunca correr con dolor! Correr con agujetas o dolores musculares es aceptable y, a veces, necesario, pero correr con un pinchazo en un tendón o dolor en una articulación no tiene ningún sentido a largo plazo. 

El poder de las manos

Tiempo de lectura: 2 minutos

Acabo de encontrar un artículo que me ha alegrado el día. Es un artículo publicado el 6 de Octubre de 2021 en “The Harvard Gazette” (Lindsey Brownell) y en él se habla de los efectos del masaje sobre los músculos. Ya solamente la introducción del artículo me ha convencido: 

“Los masajes sientan bien, pero ¿realmente aceleran la recuperación muscular? Resulta que lo hacen. Los científicos del Instituto Wyss y de la Escuela de Ingeniería y Ciencias Aplicadas John A. Paulson de Harvard aplicaron fuerzas precisas y repetidas (similares al masaje) a los músculos lesionados de patas del ratones y descubrieron que se recuperaban más fuerte y más rápido que los músculos no tratados, probablemente porque la compresión exprimía las células causantes de inflamación de el tejido muscular”

Ya me quedo más tranquilo. Resulta que casi todo lo que hecho laboralmente los últimos 25 años ha sido dar masajes. Siempre he sido un defensor del masaje y, en cierto sentido, un detractor de las máquinas terapéuticas en fisioterapia. En mi opinión un buen fisioterapeuta, antes que fisioterapeuta, debería ser un buen masajista. Aprender a tratar, sentir y curar con las manos. 

Es por este motivo que el estudio de la Universidad de Harvard ha tocado mi fibra sensible. Comentan los autores que en el proceso de regeneración de las fibras musculares existe una conexión muy clara entre el masaje y la función inmunológica. El masaje duplicó la tasa de regeneración muscular y redujo la cicatrización tisular después de dos semanas.

La explicación que dan es que con el masaje se consiguen “exprimir” fuera de las fibras musculares a neutrófilos y citoxinas (sustancias inflamatorias). Estas sustancias son importantes para la regeneración en las etapas iniciales de curación, pero es igualmente importante que la inflamación se resuelva rápidamente para permitir que los procesos regenerativos sigan su curso completo. 

Termina el artículo con esta conclusión del autor: «Estos hallazgos son notables porque indican que podemos influir en la función del sistema inmunológico del cuerpo de una manera no invasiva y libre de drogas”

En una época en la que se tiende cada vez más a la fisioterapia invasiva y eléctrica, este artículo se puede ver como algo “refrescante”.

Termino con esta reflexión propia: ¿Por qué empeñarnos en inventar y crear terapias tecnológicas sofisticadas o tratamientos invasivos si lo que tenemos en nuestras manos, lo que llevamos realizando cientos de años es efectivo, igual o más que cualquier aguja o corriente?

 

Correr o no correr. Esa es la cuestión.

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Sobre lo que hay que hacer una vez que sientes un dolor al correr. 

Un opositor a policía se hace daño en el tendón de aquiles corriendo series, dos semanas antes de la pruebas físicas que incluyen un 100 y un 800 metros lisos. A un corredor de montaña experimentado le empieza a doler la parte interna de la rodilla mientras prepara un Trail de 20 kilómetros. Estos son solo dos ejemplos de lesiones muy usuales en corredores. Tienen en común que son lesiones derivadas de la práctica deportiva, pero el enfoque a la hora manejar los descansos, las cargas y los tratamientos son muy diferentes. ¿Qué es lo recomendable cuando notas un dolor? ¿Parar completamente o seguir corriendo aunque duela?

La mejor forma para conocer la respuesta a estas preguntas es analizando cómo se ha producido la lesión, cuál y cómo fue el primer momento en el que el corredor sintió el dolor. Con esta información un terapeuta o médico experto puede pronosticar -si se siguen todas las pautas de recuperación recomendadas- cuanto tiempo va estar el atleta alejado de las zapatillas. Estamos hablando siempre de lesiones leves o medianas (grado 1 o 2) de tendones o músculos y lesiones de desgaste articular. Lesiones graves, rupturas severas o politraumatismos no siguen las mismas pautas de recuperación. 

Empecemos por el opositor a policía. Como hemos descrito el dolor apareció en un momento determinado en una serie de 200 metros. Sabemos exactamente el momento y la zona del dolor. También tenemos una idea de la severidad de la lesión ya que el dolor fue tan fuerte como para que el corredor tuviera que parar de correr; pero no tanto como para no poder andar sin molestias. Por ello podemos decir que la aparición de la lesión fue instantánea y aguda. Con toda esta información y ante la ausencia de hematoma o hinchazón, nuestro diagnóstico tentativo es el de tendopatía leve. Siempre es interesante corroborar este diagnóstico con una ecografía o resonancia magnética, pero frecuentemente no podemos contar con estos métodos. A partir de aquí entra en juego la primera regla que queremos comentar en este artículo: Una lesión que viene de forma repentina normalmente se cura sola. Si observamos las tablas de recuperación de distintos tejidos podemos comprobar que una lesión leve o moderada en un tendón tarda de tres a siete semanas en curarse. Si se trata de un músculo el tiempo de recuperación es menor, de una a cuatro semanas. Este tiempo puede parecer un mundo para un corredor, pero no es nada comparado con los meses que puede tardar en conseguir correr sin dolor si no sigue las siguientes recomendaciones: 

  1. Uno de los aspectos más impresionantes del cuerpo humano es la habilidad de curarse por si mismo. Si a un músculo o tendón le das la oportunidad y condiciones va a mejorar con el tiempo, sin excepción. 
  2. Por el contrario, si a ese músculo o tendón, mientras está lesionado, lo estresas con ejercicio intenso o movimientos dolorosos no vas a permitir que se cure y la lesión se puede cronificar. 
  3. Una lesión en un cuerpo humano sano se va a curar más rápidamente. Comer y beber bien, dormir bien, realizar ejercicio que no involucre a la zona lesionada siempre va a ser positivo. 

¿Que le podemos recomendar al opositor de policía? Que no corra con dolor, que procure mantenerse en forma con otro tipo de activad como la maquina elíptica o la bici, que mantenga la fuerza con ejercicios que no dañen a su tobillo, que se trate con fisioterapia y que unos días antes de la oposición empiece a correr de forma suave y progresiva. Lo más importante es que nunca corra con dolor. Ésto solo va a alargar el tiempo de recuperación. 

Pasemos ahora al corredor de montaña de mediana edad. En este caso la persona no recuerda cuando empezó a dolerle la rodilla. Tampoco le duele siempre. A veces el dolor le viene en gestos como salir del coche o al estar mucho tiempo sentado con la rodilla doblada, aunque mayoritariamente correr es lo que reproduce el dolor. Por la localización, la edad del corredor y el mecanismo de producción -aparición progresiva – podemos intuir que se trata de una lesión crónica de desgaste. Si hay que apostar por algo pondríamos todas nuestras fichas en un “sufrimiento” del menisco interno o algo relacionado con el cartílago. En conclusión nada que se pueda solucionar rápidamente con una operación o inyección. Al contrario que con el opositor a policía, lo que es recomendable en este caso es no parar. Una lesión de aparición progresiva tarda más en curarse pero no requiere reposo absoluto. Lo que hay que conseguir es adaptar la practica deportiva para que al realizarla no provoque dolor. La recuperación tiene que caminar paralelamente al entrenamiento. El tiempo de recuperación en este caso depende de muchos factores, no suele ser suficiente con el reposo. Siguiendo estas indicaciones podremos mejorar un dolor crónico suficientemente como para poder seguir corriendo sin dolores molestias. Hablamos de mejorar lo suficiente ya que muchas lesiones crónicas derivadas de la actividad y edad nunca llegan a curarse totalmente: 

  1. Lo primero que podemos influenciar es el lugar por donde corremos, siendo el césped la superficie ideal, pero la más práctica y accesible para corredores suelen ser los caminos de tierra. 
  2. Lo segundo que podemos mejorar es la técnica de carrera. Existen nuevas escuelas de correr como el Chi Running que se basan en correr con pasos mas cortos y el centro de gravedad bajo. Este puede disminuir el estrés que soportan las rodillas y caderas.
  3. Fortalecimiento de pies. Se dice que los buenos corredores corren con los pies. Trabajar ejercicios de técnica de carrera, fuerza, elasticidad de tobillos y, en general, movilidad de las piernas puede ayudar enormemente.
  4. Hacer sesiones combinadas con bicicleta o eliptica. Por ejemplo, para una sesión de una hora, hacer la mitad en bicicleta y la otra corriendo, sin descanso entre las dos. Conseguiremos los beneficios de una sesión de una hora pero nuestras rodillas solamente “sufrirán” el impacto durante 30 minutos. 
  5. Correr en días alternos. Siempre dejar un día entre medias para que el cuerpo pueda recuperarse. 
  6. Sesiones de fisioterapia que combinen la movilidad articular y la liberación fascial y muscular son muy efectivas en este tipo de lesiones. Articulaciones sueltas y músculos “disparando” bien es la clave del éxito. 
  7. Correr siempre sin dolor, sobre todo si el dolor va aumentando a medida que pasan los kilómetros. 

Hemos podido ver dos ejemplos de lesiones. En los dos casos la forma en la que afrontemos la lesión será clave para poder volver a correr sin dolor lo antes posible. Es importante resaltar que un tejido (tendón, músculo) dañado tarda un tiempo determinado en curarse. Esto es inamovible, no hay forma de acelerar la regeneración por muchos métodos mágicos que nos ofrezcan. Por otro lado una lesión crónica puede empeorar con reposo al perder tono muscular y flexibilidad en las articulaciones. Saber qué hacer en cada caso es la clave del éxito y todo empieza por confiar en un profesional con experiencia tratando lesiones similares. 

 

Fundamento 2 de la terapia Thimblex

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LA CLINICA ES SOBERANA

(la importancia de escuchar al paciente)

¿Hacia dónde debe dirigir la mirada el fisioterapeuta, hacia el paciente que nos describe las características de su lesión o hacia la pantalla del ordenador donde se encuentran los resultados de las pruebas radiológicas?

Históricamente a los fisioterapeutas les valían para diagnosticar y prescribir el tratamiento con su mirada, sus pruebas diagnósticas y su experiencia. Ellos eran los únicos responsables de su diagnóstico y tratamiento. Hoy parece que esta responsabilidad está compartida. Otro saber, el tecnológico, le disputa ese protagonismo. 

 

La realidad es que en raras ocasiones el paciente que acude a una consulta de fisioterapia no ha realizado ya alguna prueba diagnóstica; desde una simple radiografía o algo más complejo como una ecografía o resonancia magnética. A su vez con el diagnóstico médico y con la información de estas pruebas, que se pueden leer en el informe, el paciente en muchas ocasiones se ha pasado horas investigando en internet las causas y los tratamientos más efectivos para su dolencia. Podemos decir que el paciente ya acude a la consulta de fisioterapia “viciado o sugestionado” por la información recibida, con una idea aproximada – a veces errónea – de cuáles son los pasos que tiene que seguir para curarse. Por su parte el fisioterapeuta, aun antes de ver al paciente, ya ha recibido información de la lesión del mismo, bien por que ha leído el informe de la resonancia o ecografia o bien por que el paciente le ha comunicado con qué lesión cree venir. 

Este exceso de información, previa a la primera sesión, va en detrimento de un buen diagnóstico fisioterapéutico. El primer encuentro entre paciente y fisioterapeuta debería ser como una hoja en blanco en la que se va dibujando la historia de la lesión, empezando por el primer instante en el que aparece la lesión y terminando por el estado de la lesión en ese momento.  

Esta primera consulta será siempre una conversación entre el terapeuta y el paciente, un cruce de preguntas y respuestas tipo: ¿Cómo empezó la lesión, en qué gestos duele más, qué es lo que alivia el dolor? Una vez finalizada esta conversación se pasará al segundo paso, al estudio minucioso de la zona dolorosa, de los movimientos que molestan, de los músculos que están desactivados o contracturados, de la calidad de la piel o de la amplitud de las articulaciones. Aquí entra en juego otra arma importantísima que posee un buen terapeuta, la palpación. En todo este proceso la mirada y los sentidos del terapeuta tienen que estar puesta en el paciente y no en una pantalla. El paciente es el centro de atención. Con todos los datos obtenidos en esa primera “entrevista” el terapeuta ya puede tener una idea bastante clara de la lesión del paciente, material informativo suficiente para empezar con el tratamiento.   

El tercer paso se centra en la confirmación o rechazo de nuestro diagnostico mental, y para descartar posibles complicaciones en forma de fracturas óseas o roturas de tejidos blandos, será analizar las pruebas radiológicas con las que contemos. Este debe de ser el primer momento en el que el foco de atención se desvía del paciente y pasa al ordenador, resonancia o pantalla.

El orden de los pasos comentados: a) conversación, b) estudio-palpación de la zona dolorosa y c) confirmación “tecnológica” es a mi entender el mejor camino hacia la curación. Si a estos tres pasos le añadimos la experiencia del terapeuta, sobre todo tratando lesiones similares y, más importante, su intuición, entonces las posibilidades de éxito y curación aumentan exponencialmente. 

Como dice el titulo de este articulo, la clínica es soberana y esto quiere decir que lo que nos cuenta el paciente, sus síntomas, dolores, quejas son una información muy importante a tener en cuenta. Los avances tecnológicos y científicos buscan dar una respuesta concreta y precisa a la lesión, pero no todas las respuestas están en las imágenes. Hay que buscar más allá, hacer una labor de detective, de Dr. House, de Sherlock Holmes. La explicación de una lesión puede encontrarse en cosas tan triviales como la forma de dormir del paciente, el modelo de silla que utiliza en el trabajo o en qué mano lleva las bolsas de la compra.

Fundamento 1 de la terapia Thimblex

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La noción de que una lesión o dolor se va a curar solamente con un tratamiento no es realista. Toda curación requiere de la colaboración y participación activa por parte del paciente. 

“What comes easy won’t last, and what lasts won’t come easy.” 

Ntsiki Kacaleni

Tres características negativas del ser humano pueden entrar en juego a la hora de recuperarse de una lesión crónica, ya sea deportiva o postural. 

La primera es la pereza, la falta de motivación o simplemente la falta de interés. “Quien algo quiere algo le cuesta”. Esta es una frase que también es aplicable a la recuperación de lesiones. Todo tratamiento tiene que ir acompañado de ejercicios en casa, de una vida sana y de una alimentación correcta. ¡Si quieres curarte tienes que salir de tu zona de confort! Es fundamental que participes activamente, siempre siguiendo unas indicaciones claras, sencillas y que tengan su lógica. 

La segunda es la impaciencia. Cada vez más nuestra sociedad está marcada por la inmediatez. Queremos resultados ahora mismo. No estamos acostumbrados a ser constantes, a luchar por algo,  a ser obstinados; y la recuperación de una lesión crónica necesita justo eso, obstinación y testarudez. Hay que trabajar día a día aunque los resultados positivos no sean visibles o notables al principio, ya que, tarde o temprano, llegarán. 

Para toda recuperación el paciente se tiene que involucrar. No existe otra forma: trabajo y constancia. Como tampoco existen los tratamientos mágicos. Esta es la tercera ansiedad negativa del ser humano: La búsqueda del milagro. Actualmente no existe en el mundo ninguna inyección, cirugía, pastilla, manipulación, masaje… que cure una lesión crónica en una o varias sesiones y sin la colaboración del paciente. La responsabilidad de la recuperación tiene que ser compartida, por el terapeuta con su tratamiento por un lado y por el trabajo del paciente por otro. Hay que desconfiar de aquellos que nos quieren vender un tratamiento milagroso y confiar más en aquel terapeuta que nos explique la situación, nos de confianza y nos acompañe en el duro camino de la recuperación. 

Por otro lado hay una característica del ser humano que casi siempre vence a todo lo negativo y no es otra que la persistencia. Quizás no a la primera, pero con el tiempo, el paciente va a identificar a quien realmente quiere ayudarle o el tratamiento que realmente le va a ayudar. Es aquí donde se produce la magia y no en las inyecciones o cirugías. Es la voluntad del paciente por curarse y, por qué no, su cabezonería, lo que va a marcar la diferencia. El tratamiento tiene que ser el empujón inicial que hace rodar al tren, pero lo que realmente consigue que el viaje llegue a su destino, a la curación, va a ser el trabajo diario y la colaboración por parte del paciente.

3 ejercicios que te mantendrán alejado de las lesiones

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Creo que lo leí en algún post de Facebook. Una de esas fórmulas mágicas que tanto venden en la actualidad. “Si haces esto vivirás sano y feliz”. No le presté atención en un primer momento pero más tarde fui recordando lo que ponía en el artículo y me pareció que realmente tenía mucho sentido. Decía algo así como que simplemente haciendo tres ejercicios o acciones al día se podía tener un cuerpo equilibrado y evitar lesiones. Me recordó un poco a algo que le enseñaron a mi hija en California en un curso de ciclismo, el ABC check que hay que hacer antes empezar a montar en bici. Comprobar el Air (aire de las ruedas), Brakes (frenos) y Chain (cadena). 

Lógicamente el cuerpo humano no es una máquina ni tampoco tiene ruedas ni cadena. Pero si tiene articulaciones, pulmones y corazón (entre otras muchas cosas) y son en estas tres estructuras en las que se centraba el post de Facebook. La idea es que manteniendo las articulaciones libres y el sistema cardiovascular trabajando de manera eficaz podemos mantenernos alejados de muchos dolores y patologías. 

Así que, sin mayor dilación, aquí están los tres ejercicios que hechos todos los días conseguirán mantenerte alejando de lesiones: 

  1. Postura de cuclillas o Malasana durante 2 minutos al día. Para la mayoría de nosotros ya solo adoptar esta postura puede ser algo incómodo o difícil al principio. Pero con constancia todo el mundo puede llegar a mantener esta postura por un espacio prolongado de tiempo. Esta postura es una maravilla ya que garantiza que los tobillos, rodillas, caderas y columna lumbar tengan una movilidad correcta.  
  1. Colgarse de los brazos 2 minutos al día. Este ejercicio consigue mantener los hombros y la columna vertebral en buenas condiciones y evitar rigideces que puedan llevar a lesiones.  Igual que con el primer ejercicio al principio no es fácil realizarlo de forma prolongada pero con la práctica se puede conseguir. Podemos empezar haciendo series de 15 – 20 segundos e ir aumentando con los días.
  1. Por último, andar. Los 10000 pasos recomendados en las aplicaciones del móvil son una buena medida, equivalen a unos 6 kilómetros que provocarán una activación del sistema cardiovascular y muscular. Los beneficios son ampliamente conocidos y van desde disminuir la tensión arterial, controlar el colesterol, mantener el peso a raya hasta actuar como terapia psicológica y anti estrés. No tenemos por qué hacer los 10000 pasos de una tacada. Pequeños paseos repartidos durante el día es perfectamente válido. 

Todo esto suena muy simple pero como dijo alguien alguna vez… la simplicidad es la máxima sofisticación. 

Grandes novedades.

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La próxima vez que acudas a mi consulta de la Calle Costa Rica o de Las Rozas vas a experimentar en primera persona las últimas novedades que he introducido. Para empezar he adquirido un software nuevo con el que juntos vamos a poder registrar los avances en el dolor, en el lugar del dolor y, en general, en el estado de la lesión. Cada sesión iremos anotando los distintos cambios para así poder evaluar tu progreso. 

También en cada sesión vamos a realizar un rápido análisis termográfico. Durante las últimas semanas me he estado formando en una novedosa técnica de evaluación utilizando una cámara termográfica. Nunca he visto nada igual. El método es rápido y nos va a dar una idea bastante detallada de las zonas a tener en cuenta a la hora de realizar el tratamiento.

Como siempre el tratamiento es 100% manual y seguimos contando con el programa “preventOK” para que puedas realizar los ejercicios en casa. 

En definitiva este es uno de los mayores cambios que voy a realizar en mis más de 25 trabajando como fisioterapeuta. 

Espero que sea de vuestro agrado. 

Un abrazo. Juan. 

Toda curación empieza por una hipótesis.

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Durante todos los años que he estado trabajando como fisioterapeuta siempre me he apoyado en cuatro herramientas de diagnóstico: 

  • Mi experiencia. 
  • Mi intuición. 
  • Varias pruebas funcionales articulares y musculares. 
  • Mis manos. 

Me han sido muy útiles pruebas complementarias de diagnóstico como la resonancia magnética o la ecografía, pero mayormente estas pruebas las he considerado importantes para descartar que el paciente tuviera roturas o lesiones más graves. Nunca he querido hacer yo las ecografías ni me considero un experto leyendo resonancias. Eso se lo dejo a los especialistas. 

Recientemente he descubierto dos herramientas de diagnóstico que se complementan muy bien con las que he comentado arriba:

  • El análisis de las adherencias de la piel, lo que yo llamo stoppers. 
  • La termografía clinica. 

Los stoppers son, a mi entender, zonas del cuerpo donde existe un estancamiento de fluidos que puede llegar a afectar negativamente a los músculos. A groso modo, al pegarse la piel al músculo se impide una correcta vascularización con el consecuente detrimento en la eficacia del músculo y los movimientos. Este análisis y tratamiento es el que yo llamo Thimblex. 

Por último he introducido la termografía como ayuda al diagnóstico. Es una forma de analizar el cuerpo, buscando siempre las variaciones en la temperatura que pueden ser debidas o causadas por contracturas, roturas o inhibiciones musculares. 

En definitiva, lo que pretendo con cada paciente es dar con la causa de los dolores o, por lo menos, crear una hipótesis que sirva como guía de tratamiento.

Diez razones por las que elegir Thimblex

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En este artículo puedes leer todas las ventajas de la terapia Thimblex y sus centros en Madrid.

  1. Llueve, truene o nieve trabajamos con las ventanas abiertas. Desde que entramos en esta desafortunada pandemia hemos seguido las indicaciones de las autoridades y la comunidad científica. Limpieza de sala entre cada paciente, mascarillas FfP2 en todo momento y ventilación adecuada. No hemos tenido ningún problema hasta la fecha y esperamos seguir así.
  2. Te lavamos el coche mientras recibes el tratamiento y además te ahorras el parking. Esta es una iniciativa que surge de la conveniencia de tener uno de los mejores túneles de lavado de coche en el mismo edificio. Por cada bono de 4 – 6 – 8 sesiones podrás lavar el coche una vez de forma gratuita.
  3. Complementamos todas las sesiones con el programa de ejercicios en casa preventok.com. Horas después de terminar el primer tratamiento recibirás por correo electrónico o WhatsApp los videos con los ejercicios que consideramos puedes realizar en casa por tu cuenta. De esta forma nos ayudarás a que nuestros tratamientos sean mucho más eficaces.
  4. 25 años de experiencia en nuestras manos. Juan Reque lleva más de 25 años trabajando con las manos: 13 años viajando por el mundo tratando a los mejores tenistas, 15 años con consulta propio en Madrid, Los Angeles y San Diego y miles de tratamientos realizados. Su método, como no puede ser de otra forma, es muy suyo y muy particular. Una combinación de todo lo que ha aprendido en todos estos años.La figura del fisioterapeuta
  5. Realización de tu mapa corporal. Esta es una última novedad. En todos los pacientes nuevos se realizará un estudio de las tensiones musculares y fasciales que rodean a la lesión. Nosotros lo llamamos la búsqueda de los “stoppers”. Esta es una magnifica forma de poder hacer un seguimiento y ver la evolución de la lesión semana tras semana.
  6. Dos centros en las mejores zonas de Madrid. Nuestras consultas cubren la zona norte de Madrid. Por un lado la zona de Chamartín/Arturo Soria/Plaza Castilla y por otro la zona de Las Rozas/Majadahonda/Pozuelo/Torrelodones. Las dos consultas tienen facilidad de aparcamiento, sala de espera, luz exterior y ventanas.
  7. Nuestra famosa goma elástica. Durante el mes de febrero los pacientes que compren un bono recibirán una de nuestras gomas elásticas para realizar los ejercicios. Los ejercicios de nuestro programa están diseñados para ser realizados con esta goma o alguna similar. El valor de la goma es de 15 Euros.
  8. Posibilidad de reserva online. Nuestra página web permite hacer reserva online. Solo hay que seguir los pasos, elegir el centro y hacer la reserva. Recibirás una confirmación una vez que hayas realizado la reserva de forma correcta.
  9. Tratamiento con los dedales Thimblex. Juan Reque lleva ya más de 7 años desarrollando su forma de tratamiento que utiliza sus dedales. Se utilizan para liberar la piel y la fascia y para activar músculos «dormidos». Estos dedales se complementan perfectamente con otros tratamientos como las movilizaciones o el masaje transverso profundo.
  10. Por último confianza al 100%. Si consideramos que no somos capaces de tratar tu lesión o que hacen falta pruebas diagnósticas o que veas a otro especialista te lo diremos sin problema. Solo tratamos lesiones que sabemos que pueden mejorar (mejora no quiere decir curación total). Es tal nuestra confianza en nuestro método que si el paciente, con una lesión que sabemos que podemos tratar, no mejora en las sesiones establecidas le devolveremos su dinero. 

Lista de terapias para lesiones deportivas

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Durante los últimos 20 años he estado investigando y probando diferentes terapias para tratar lesiones crónicas deportivas. He hecho una lista con las más significativas que podéis ver en este artículo. Para gustos los colores, hay infinidad de formas distintas de tratar una lesión. Cada una tiene su justificación y su lógica. Para mi lo importante es que el terapeuta esté convencido de que su terapia tiene sentido y es efectiva. Al final la experiencia es lo que diferencia a un terapeuta de otro. Probamos, vemos resultados, desechamos terapias y volvemos a probar. Ante todo hay que ser sinceros con el paciente y no intentar abarcar demasiado.

Por último. Aun habiendo visto y probado todas estas terapias considero que Thimblex es la opción más efectiva en esta lista de lesiones:

– Tendinopatía de manguito de rotadores
– Tendinopatía de biceps braquial (dos cabezas)
– Codo de tenista (epicondilitis)
– Codo de golfista (epitrocleitis)
– Lesión de menisco interno
– Tendinopatía rotuliana de rodilla
– Tendinopatía patelar de rodilla
– Tendinopatía aquíla
– Fascitis plantar

Estas son las terapias que he podido probar o ver de primera mano:

  • REGENOKINE
  • INDIBA
  • EPI
  • HIGH VOLUME INJECTIONS
  • CORTICOIDES
  • NEUROMODULACION PERCUTÁNEA
  • ONDAS DE CHOQUE
  • PRP
  • PROLOTERAPIA
  • LASER
  • CELULAS MADRE

Si alguien está interesado en alguna de estas terapia que no dude en ponerse en contacto conmigo via email (jrequek@gmail.com) y le puedo mandar toda la información y mi opinión.

 

 

 

La búsqueda del movimiento libre.

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Os presento a Bob. Bob es la última incorporación a mi consulta. Es mi ayudante en la búsqueda de lo que yo llamo “stoppers”, adherencias que imposibilitan el libre movimiento entre piel – fascia – músculo y que son, a mi entender, los causantes de muchas de las lesiones crónicas en tendones y articulaciones. Es muy difícil realizar un buen tratamiento sin un buen diagnóstico y yo he encontrado esta forma efectiva para dar explicación a muchas dolencias, buscando la relación entre la calidad de la piel y ciertas lesiones. Solamente restableciendo el libre movimiento entre los tejidos – mediante las técnicas Thimblex – se conseguirá una curación duradera de lesiones crónicas como tendinopatías aquíleas, patelares o problemas de hombro como impingement, capsulitis o problemas con los rotadores.  

Llevo ya más de 7 años probando, inventando, anotando y comparando distintas técnicas para el tratamiento de lesiones tendinosas y articulares. Todo este proceso es parte de mi terapia Thimblex que sigo desarrollando día a día, paciente tras paciente. 

Para entender mejor mis ideas aquí puedes leer algunas teorías que tratan de explicar la compleja relación entre los tejidos subcutáneos: 

“Andrzej Pilat (2003) describe como en el sistema fascial superficial sano, la piel puede moverse fácilmente sobre la superficie de los músculos. En la fibromialgia o el dolor miofascial crónico, casi siempre está adherida, sin posibilidad de desplazamiento libre.

Fama y Bueti (2011) describen que cuando el tejido fibroso se irrita forma adherencias que comprometen el funcionamiento de la fascia, limitan la circulación a través del tejido subyacente e inhiben la función debido a la isquemia.

Tom Myers en su libro Anatomy Trains describe tres causas de adherencias fasciales: lesión, desuso e inflamación. Las adherencias dan como resultado un movimiento limitado entre las fascias que envuelven los músculos y hacen que éstas se adhieran unas a otras. El deslizamiento entre la piel y los músculos se limita. También disminuye el flujo linfático y sanguíneo.

Quinn (2012) describe la formación de adherencias fasciales: las adherencias se forman por diversos motivos, como el desuso, la falta de estiramientos o las lesiones. La fascia y el tejido muscular subyacente pueden quedar unidos. Esto se llama adhesión y da como resultado un movimiento muscular restringido. También causa dolor y disminuye el rango de movimiento.

Stecco habla sobre un aumento de la viscosidad en el área lesionada que disminuye el deslizamiento entre el músculo y la fascia. También disminuye la activación de los músculos y esto provoca un reclutamiento inadecuado de las fibras.

El tratamiento con Thimblex se centra principalmente en eliminar las restricciones entre las láminas de tejido conectivo, especialmente entre la piel y la fascia superficial del músculo. Con el tratamiento Thimblex las adherencias pueden transformarse de una sustancia similar a un gel (que limita el movimiento) a un estado de más acuoso y flexible (Mark Lindsey, 2005).

Este nuevo estado restaurará la movilidad y la flexibilidad, abrirá las líneas de comunicación en todo el cuerpo al borrar la memoria somática del tejido, eliminará sustancias tóxicas que han quedado atrapadas en la malla de fibras y resolverá el dolor de los tejidos blandos. Todo esto permitirá que los vasos sanguíneos y los vasos linfáticos se dilaten (se abran), lo que aumentará la circulación de ambos fluidos.”

Correr sin dolor de rodillas.

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En este artículo voy a hablar de mi experiencia personal. Lo quiero hacer por que supongo que alguno de vosotros puede que se encuentre en una situación similar a la mía. Esta no es otra que ser un aficionado al running, ya bien entrados los 40, actualmente sin lesiones y con un pasado estrechamente vinculado con problemas de rodilla. 

Más concretamente con dos lesiones: Una lesión aguda de menisco interno hace 7 años (como me dijo un amigo en ese momento, “se te ha puesto la rodilla como un botijo”.) y ese famoso término, condromalacia rotuliana, que llevo escuchando desde que tenía 30 años. Sigo corriendo, casi todos los días, sin dolores. En mi mente visualizo como desde que hice mis mejores marcas en maratón y media maratón, hace unos 10 años, mi forma física ha caído en picado. Me siento identificado con el término en inglés, free falling. Pero creo que desde hace un tiempo he conseguido tirar del freno de mano y parar esa caída. Incluso pienso que estoy ascendiendo otra vez hacia arriba como el submarinistas que sube lentamente, descomprimiendo, a la superficie. Por lo menos eso es lo que atesoran los tiempos en las carreras de los últimos años.

Pero no quería hablar de marcas y carreras. Quería escribir sobre esas dos lesiones que he mencionado anteriormente: Desgaste del menisco interno y del cartílago de la rodilla. Tengo consciencia que esas lesiones están ahi, pero eso no me ha impedido seguir practicando el deporte que me gusta. Muchos pacientes que vienen a mi consulta con ese diagnóstico hablan como si les hubieran sentenciado a muerte, deportivamente hablando. Yo no comparto esa teoría, pienso que se puede seguir corriendo con casi cualquier lesión de rodilla. La clave está en dar con la combinación ganadora, con ese ritmo de entrenamientos, cargas, terapias que nos posibiliten correr sin dolores, sin que se hinche o duela la rodilla. 

Es ahora cuando voy a desvelar mi secreto, mi santo grial para poder seguir corriendo con mis taras biomecánicas, a mi edad y con mi peso (por que el peso tampoco es excusa para no poder correr, como he escuchado muchas veces): 

  1. Constancia: Un gran entrenador me dijo una vez; si te paras de oxidas. No hay que correr todos los días, pero casi. Hay que mantener las articulaciones lubricadas y eso se consigue con el movimiento. Así que aunque solo sean 30 minutos, una vuelta en bici o un paseo largo con el perro, hay que moverse todos los días. 
  2. Ejercicios preventivos: El secreto está en esos diez o quince minutos de ejercicios suaves para mantener los músculos disparando de forma correcta y las articulaciones libres. No hay por que apuntarse a un gimnasio o ir a clases de yoga. En casa, antes o después de correr, se pueden hacer muchos ejercicios con gomas elásticas o con el propio peso corporal.
  3. Terapia Thimblex: Método terapéutico que he desarrollado en los últimos años. Es una forma diferente de ver las lesiones y que me está dando grandes resultados, tanto en mi propia rodilla como con mis pacientes. La idea detrás de este método es la siguiente. Con el ejercicio, con la edad, con las sobrecargas se crean inflamaciones y adherencias entre la piel y lo que se encuentre debajo de la misma. En el caso de la rodilla puede ser el tendón patelar o del cuádriceps, el espacio entre los huesos o simplemente el hueso. Cualquier persona puede hacer la prueba en casa. Tirar de la piel alrededor de la rótula hacia arriba usando dos dedos. Veréis como hay sitios en los que no se siente nada y otros en los que el pellizco es doloroso. Esto es debido a una adherencia. Para explicar esta teoría me gustaría citar a Andrej Pilat: “…en el sistema fascial superficial sano, la piel puede moverse fácilmente sobre la superficie de los músculos. En la fibromialgia o el dolor miofascial crónico, casi siempre está adherida, sin posibilidad de desplazamiento libre.” Liberar estas adherencias es muy efectivo limpiar la zona de sustancias tóxicas y mejorar el funcionamiento de músculos y tendones.  
  4. Mi arma secreta: La mejor forma de correr sin impacto. Para ello utilizo una bicicleta elitpica de que se llama Elliptigo. He sustituido muchos días de carrera por sesiones con esta bicicleta. Considero que los beneficios son muy similares a los de la carrera pero sin el ya famoso desgaste articular. 

 

En definitiva, el movimiento nos lleva hacia delante y yo he encontrado mi forma de correr “sin lesiones”. ¿Cuantos años podré seguir corriendo? Supongo que a no ser que me caiga o me resbale muchos años. Mi objetivo es poder seguir corriendo a mi mejor nivel. Esto quiere decir acabar las carreras con la sensación de haber competido a mi máximo nivel y, sobre todo, hacerlo sin dolores.

Nuevos proyectos para 2021

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Este extraño 2020 se ha acabado. Podría adjuntar un – “¡Por fin!” – a esta primera frase pero echando la vista atrás tampoco considero que todo haya ha sido negativo para Thimblex. Definitivamente ha habido avances e incluso sorpresas positivas. Para empezar el haber encontrado la ubicación de la Calle Costa Rica. Es una gozada trabajar en esta consulta. Tenemos tranquilidad, fácil aparcamiento, rayos de sol entrando por la ventana toda la mañana y la posibilidad de trabajar con la ventana abierta aun en los días de frío. Luego está la comodidad de contar con una sala de espera espaciosa en la que los pacientes pueden reposar unos minutos antes de entrar al tratamiento. No puedo estar más contento con la elección de esta consulta y esto se ha visto reflejado en el número de pacientes que he tratado, siguiendo siempre una curva ascendente desde Septiembre.  

Para 2021 tengo grandes planes y proyectos. Uno de ellos me hace especial ilusión de poder ofertar. Creo que después de 25 años tratando lesiones deportivas y dolores cotidianos puedo, en determinadas lesiones, garantizar la mejora de la misma. Es justamente esto lo que quiero ofrecer. Una garantía de mejora. Tan convencido estoy de la eficacia de Thimblex que me comprometo a devolver el dinero al paciente en caso de que no mejore en un plazo de 6 o 8 sesiones, siempre que siga mis indicaciones a rajatabla y no realice otros tratamientos en paralelo. La lista de lesiones es la siguiente: 

  • Dolor crónico de hombro ya sea debido a una tendinopatía del supraespinoso o una capsulitis adhesiva. 
  • Tendinopatía crónica del tendon de Aquiles. 
  • Dolor crónico de rodilla ya sea por un desgaste del menisco, una condromalacia rotuliana o una tendinopatía del tendón rotulado o del cuádriceps. 

Más novedades. Estoy convencido que la combinación ganadora para curarse de una lesión es la que intercala tratamiento con ejercicios. Para que este binomio pueda funcionar quiero regalar una goma elástica (valorada en 15 Euros) a todos aquellos pacientes que compren un paquete de 6 o 8 sesiones. De esta forma podrán realizar los ejercicios en casa siguiendo los vídeos personalizados que les vamos mandando. 

Otra novedad que me hace especial ilusión es la creación de un estudio funcional para cada paciente. En este informe se podrán ver factores que se pueden mejorar como fuerza muscular específica, rango articular o adhesiones de la piel. Todo esto se le enviará a cada paciente después de la primera sesión y se irá actualizando a medida que pasen las sesiones. 

Por último recordar que estoy trabajando en Monte Rozas los lunes y jueves por la mañana. No dudéis en reservar vuestra sesión en www.thimblex.com

¿Cómo ha cambiado la pandemia nuestros hábitos deportivos?

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Hubo una época, durante el confinamiento de marzo, en la que por fuerza mayor tuvimos que reinventarnos e idear actividades que pudiésemos realizar dentro de las cuatro paredes de nuestra casa. Los privilegiados tenían una bicicleta de spinning en casa, otros se atrevían, furtivamente, con las escaleras y los más osados bajaban a correr, embozados en la oscuridad, al parking del edificio. Populares youtubers mantuvieron activos a infinidad de deportistas. Por el contrario, y en el lado opuesto, han sido muy frecuentes las lesiones por sobrecargas puntuales y explosivas.

Pero esa época, ese mal sueño, ya ha pasado. Ya podemos salir, ir a gimnasios, ir a clases de yoga, spinning, pilates… eso, por lo menos, en teoría. La práctica es bien diferente. Una gran cantidad de gimnasios todavía están cerrados, algunos para siempre. Los estudios de yoga, pilates, crossfit ofrecen clases muy reducidas y obligan a llevar mascarillas. Los gimnasios o clubs con áreas exteriores han podido realizar sus clases en el césped. Pero empieza el frío. Muchos equipos de futbol, baloncesto o voleibol todavía no han retomado sus entrenamientos. Las artes marciales tampoco han vuelto al tatami. Luego está el miedo. Mucha gente no se atreve a ir al gimnasio para compartir esfuerzo y sudor con extraños. A otros nos les apetece hacer deporte con mascarilla con lo que prefieren no ir. ¿Quiere esto decir que hemos dejado de hacer deporte? ¿O estamos obligados a subir escaleras y a correr solos por el monte?

Nada más lejos de la realidad. Puede que el deporte haya sufrido un desplazamiento hacia algo más individual o a la práctica en el exterior. Hay varios deportes que han notado una subida notable, tanto en el número de participantes como en la venta de material para realizar el mismo. La gente está ávida de actividad, de salir a la calle. En muchos casos el objetivo es socializar haciendo deporte, otros buscan perderse en sus pensamientos. Un caso muy reseñable es el deporte del padel. Como nos ha comentado el director de una escuela de padel en Madrid, el número de practicantes ha subido “una barbaridad”. Las clases y reservas en horario de mañanas entre semana han subido un 30 %, siempre respecto al mismo mes del año anterior. Esto, según explica, es debido sobre todo al teletrabajo. Los fines de semana es donde más han notado el incremento, sobre todo los sábados y domingos por la tarde donde la reserva de pistas ha pasado del 50% al 90-95%. Ejercicio, amigos, risas… eso es lo que les pide el cuerpo a mucha gente.

Luego está el ejemplo contrario. El de la gente a la que le gusta evadirse en solitario para desconectar de la pandemia mientras escucha su música favorita o simplemente se sumerge en pensamientos que le trasladan lejos del virus. Basta con darse un paseo por cualquier parque o monte para ver a miles y miles de ciclistas recorriendo sus carreteras y caminos. La subida en practicantes es visible pero se puede también corroborar con números. Según las Asociación de Marcas y Bicicletas de España (AMBE), “el incremento de las compras de bicicletas es de un 400% en nuestro país.” El mundo del ciclismo puede presumir de salir ganando de esta pandemia.

Las carreras populares también han sabido adaptarse a la nueva realidad. Desde hace un tiempo ya se vienen realizando carreras de 5 o 10 kilómetros con salida escalonada. No tienen salidas masivas con pistoletazo, pero AC/DC o Carros de Fuego retruenan y siguen emocionando a los corredores. Las ganas son tales que en una carrera que se va a realizar en Madrid las inscripciones se han agotado en una tarde. Puede que la situación que nos ha tocado vivir en este 2020 nos haga valorar más lo privilegiados que somos por poder realizar las actividades donde y cuando queramos. Se dice que uno no valora lo que tiene hasta que se lo quitan. Esto mismo puede que haya pasado con nuestra relación con el deporte. En cuanto nos han dejado volver a hacerlo lo estamos aprovechando al 110%. 

 

Lógicamente salir a hacer deporte como si no hubiese un mañana – como algunos lo estamos haciendo – indudablemente tiene sus aspectos positivos en cuanto a la liberación de estrés, pérdida de peso y bienestar en general. Pero pasar de 0 a 100 en dos días puede tener sus consecuencias negativas. La combinación de los meses de inactividad, aumento de peso en algunos, rigidez articular y muscular en casi todos y falta de ejercicio en general es una mezcla explosiva que atrae a muchas lesiones cuando volvemos a hacer deporte. Prueba de ello son la cantidad de pacientes que acuden en estos días al fisioterapeuta. Las clínicas de fisioterapia están trabajando a tope y la lista de lesiones que están tratando va desde las clásicas tendinitis de rodilla o codo por demasiado deporte hasta los dolores de espalda o cuello por trabajar en la mesa de la cocina debido al teletrabajo. 

Para evitar que esta situación de sobre- actividad nos afecte negativamente hay que seguir algunas pautas básicas dentro del deporte. Todo debe empezar con un buen calentamiento o, por lo menos, por una entrada progresiva al deporte que vamos a hacer. En el caso del tenis podemos empezar jugando a media pista o en el caso del running hacer los primeros kilómetros casi andando. Luego está el número de horas que pasamos haciendo ese deporte. Demasiado de lo mismo nunca es bueno. Una regla muy fácil de adoptar es practicar el deporte en días alternos. Si dejamos descansar a nuestros tendones y articulaciones un día entero antes de darles otra paliza el riesgo de que se lesionen disminuye bastante. Si aun así nos cuesta demasiado adoptar esta regla del day on – day off y el cuerpo nos sigue pidiendo marcha entonces otra formula puede ser practicar otro deporte o actividad el day off. Un día jugamos al padel y el otro vamos al gimnasio o piscina. Por último está el entrenamiento invisible, todos los ejercicios y acciones que podemos hacer para evitar las lesiones. Entre los más destacados están los ejercicios con gomas elásticas, los estiramientos o las movilizaciones articulares, pero también podemos incluir en este grupo relajarse con un buen masaje, ponerse hielo o calor, ir al fisioterapeuta o simplemente darse un buen baño caliente con sal soñando con esa época en la que nunca nos habíamos puesto una mascarilla. 

 

Cinco consejos que te harán correr hasta los 70 años (o más)

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¡Vamos a ser sinceros! Una vez rebasada nuestra juventud, una vez que ya hemos conseguido hacer nuestros mejores marcas, normalmente en nuestra treintena, lo que nos queda es seguir disfrutando del deporte que más nos gusta, el running. Lo importante es seguir sintiéndose competitivo, a un nivel inferior, pero ver que podemos apretar, que unas buenas semanas de entrenamientos elevan nuestro nivel y, sobre todo, que lo podemos hacer sin dolores. 

Aquí van cinco consejos para que puedas seguir devorando kilómetros muchos años. 

  1. Trabaja la movilidad articular. Lo llaman el aceite para las articulaciones, el lubricante de nuestro cartílago articular. Para conseguir esta lubricación basta con realizar movimientos de nuestras articulaciones acompasadamente en todas las direcciones. Este movimiento segrega un líquido viscoso en las articulaciones llamado líquido sinovial. El líquido sinovial reduce la fricción entre los cartílagos y otros tejidos en las articulaciones para lubricarlas y amortiguarlas durante el movimiento. Por lo tanto, movilidad, movilidad, movilidad… todos los días 10 minutos puede marcar la diferencia. 
  2. Técnica de carrera. Los ejercicios de técnica de carrera se hacen para ser más eficientes en nuestra zancada pero también para fortalecer los músculos de los pies. Cuando se dice que se te cae la cadera al correr o que no empujas los suficiente con los pies suele ser debido a una debilidad muscular de los músculos de la pierna y los pies. Ejercicios como el skipping, el “segundos de triple”, las escaleras tienen todos como objetivo mejorar nuestra forma de correr y, consecuentemente, disminuirán el riesgo de padecer lesiones. 
  3. Cross training. Esto quiere decir practicar otro deporte. A los corredores nos cuesta mucho “desperdiciar” una sesión de carrera por otra actividad que no sea correr. Pero los efectos positivos de montar en bici, nadar, ir al gimnasio o hacer Pilates son innegables. Una o dos veces por semana tenemos que realizar alguna de estas actividades que nos va a ayudar a fortalecer los músculos que se descompensan con tanta carrera. 
  4. Nutrición. Muy difícil. Cuidar de la alimentación es extremadamente complicado si ya estamos haciendo deporte. Es muy fácil caer en teoría de pensar que ya que estamos corriendo podemos comer lo que queramos. Hay que cuidar la alimentación siempre, corramos o no. Evitar los azúcares, las grasas y el alcohol. Solamente siguiendo este consejo llegaremos muy lejos. 
  5. Estiramientos. Se diferencia de la movilidad en cuanto a que los ejercicios de estiramiento se hacen sin movimiento. Un ejemplo sería intentar tocarse los pies con las manos e intentar aguantar esa posición durante 20 o 30 segundos. Los estiramientos son muy importantes e inciden más sobre las fascias de los músculos y las cápsulas articulares. Estirar por la noche viendo la televisión podría ser una buena opción. 

Movilidad de hombro

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A la hora de rehabilitar o curarse de una lesión de hombro un factor que casi siempre hay que tener en cuenta es la flexibilidad o elasticidad de los movimientos de hombro. Sobre todo a partir de cierta edad un dolor de hombro es sinónimo de pérdida de movimiento. Todo tratamiento, por tanto, debe de ir encaminado a mejorar esas movilidad y los mejores ejercicios para conseguirlo son los dinámicos, es decir, los que a base de un ejercicios suave consiguen mantener e incluso mejorar el rango articular. Los discos de movimiento como los que se pueden ver en este video ayudan en gran medida a conseguir este objetivo.

No dudes en consultarnos sobre distintos ejercicios para mejorar la movilidad de hombro.

El misterioso dolor ciático

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Existen a mi entender dos tipos de lesiones. Las primeras, para mi las “fáciles”, las que se sabe como van a evolucionar si se realizan los tratamientos correctos y el paciente colabora (sobre todo en no empeorarla). Las segundas, las que yo llamo “misteriosas”. Estas lesiones no siguen un patrón preestablecido. El mismo tratamiento en dos pacientes con casos parecidos y puede tener un resultado totalmente contrario. Dentro de este segundo tipo de lesiones se encuentra la del nervio ciático. 

En esta serie de artículos voy a intentar describir las vicisitudes a la hora de tratar una lesión del nervio ciático. 

¿Qué es una ciática?

El término «ciática» se refiere a un dolor que irradia a lo largo del trayecto del nervio ciático, que se ramifica desde la parte inferior de la espalda a través de las caderas y los glúteos y hacia abajo de cada pierna. Por lo general, la ciática afecta solo a un lado del cuerpo.

La ciática se produce con más frecuencia cuando una hernia de disco, un espolón óseo en la columna vertebral o un estrechamiento de la columna vertebral (estenosis del conducto vertebral) comprimen parte del nervio. Esto causa inflamación, dolor y, a menudo, algo de entumecimiento en la pierna afectada.

El dolor y la incapacidad es muy variable. Va desde mucho dolor en diferentes partes de la pierna hasta entumecimiento de la pierna o el pie. El dolor puede agravarse por la noche durmiendo pero en otros casos empeora con la actividad. 

¿Por qué aparece?

Normalmente aparece un día sin previo aviso. Hay varias factores que pueden influir en su aparición: 

  • Edad. Los cambios en la columna vertebral relacionados con la edad, como las hernias de disco y los espolones óseos, son las causas más frecuentes de la ciática.
  • Obesidad. Al aumentar la sobrecarga en la columna vertebral, el exceso de peso corporal puede contribuir a los cambios espinales que desencadenan la ciática.
  • Profesión o actividad deportiva. Un trabajo que requiere que gires la espalda, cargar objetos pesadas o conducir durante largos períodos podría estar relacionado con el desarrollo de la ciática, pero no hay pruebas concluyentes de esta relación. A su vez hay varios deportes que sobrecargan esta zona de la espalda. 
  • Permanecer sentado durante mucho tiempo. Las personas que permanecen sentadas durante mucho tiempo o tienen un estilo de vida sedentario son más propensas a padecer ciática que las personas activas.

¿Se puede prevenir?

No siempre es posible prevenir una lesión del nervio ciático. Tampoco se sabe a ciencia cierta que hacer o que no hacer. Como norma general se pueden seguir estas indicaciones que pueden ayudar a que no aparezca:

  • Haz ejercicio regularmente. Para mantener la espalda fuerte, presta especial atención a los músculos del llamado core, es decir, los músculos del abdomen y de la parte inferior de la espalda. 
  • Mantén una buena postura al sentarte. Elige un asiento con un buen soporte lumbar, apoyabrazos y base giratoria. Puedes colocar una almohada o una toalla enrollada en la parte baja de la espalda para mantener su curva normal. Mantén las rodillas y cadera alineadas.
  • Utiliza una mecánica adecuada. Si estás de pie durante períodos prolongados, apoya un pie en un banquito o en escalón. Esto puede ayudar a sentir menos dolor. Cuando levantes objetos pesados, deja que las piernas hagan el esfuerzo, dobla las rodillas.

¿Por qué acudir al fisioterapeuta?

Un buen tratamiento de fisioterapia debe de ir encaminado a mejorar tres aspectos importantes:

  1. Recuperar la movilidad de movimientos que se hayan acortado. El más común suele ser levantar la pierna estirada, ya sea tumbado o de pie. Este es el movimiento que más se ve afectado por una irritación del nervio ciático. Relajar la musculatura. 
  2. Relajar la musculatura que se haya ido contracturando con el tiempo. Normalmente suele ser los músculos glúteos, los músculos lumbares y los músculos posteriores de la pierna. 
  3. Recuperar la seguridad en ciertas acciones realizando ejercicios funcionales. 

5 motivos por los que acudir al fisioterapeuta

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  1. “Antes de que sea demasiado tarde”. Este es el principal factor por el que debes acudir al fisioterapeuta si un dolor no se va en unos días. Hay dolores que desaparecen a los dos o tres días. Estos suelen ser dolores tipo agujetas o provocados por un ejercicio o movimiento al que no estás acostumbrado. Una vez pasado este espacio de tiempo el dolor se convierte en lesión y la lesión se puede volver crónica. Es antes de que el dolor se vuelva lesión cuando debes acudir al fisioterapeuta, para frenar la progresión de la lesión. La figura del fisioterapeuta
  2. Los consejos de un buen fisioterapeuta te pueden ayudar mucho. Si el fisioterapeuta tiene experiencia ya habrá tratado la misma lesión en multitud de ocasiones. Sabrá, por tanto, cual es el mejor tratamiento, los mejores ejercicios y lo que debes y no debes hacer para esa lesión en concreto. Esta información es muy valiosa. 
  3. No poder realizar la actividad que tanto te gusta es un fastidio. Vivir con un dolor muscular o articular constante es inaceptable. Todos deberíamos de ser capaces de vivir sin dolor. La frase… ya me he acostumbrado a vivir con este dolor… no es aceptable. Por tu bienestar y por el de la gente que te rodea – hartos de tus quejas – tienes que acudir al fisioterapeuta para quitarte ese dolor que se ha instaurado cómodamente en tu cuerpo. Tratamiento Thimblex
  4. Un fisioterapeuta te puede ayudar a salir de la famosa “espiral negativa”. Para los que no la conozcan, la espiral negativa del dolor es un círculo en el que el dolor provoca debilidad en los músculos, lo que a su vez provoca un mala funcionalidad (hacemos gestos para intentar no sentir el dolor) de la zona, lo que nos lleva a más dolor. Si quieres salir de ese dolor que sientes tienes que cortar este círculo vicioso y una buena manera es con la ayuda de un fisioterapeuta. Masaje realizado por un fisioterapeuta
  5. Un fisioterapeuta te hará ahorrar dinero y tiempo. Si eres capaz de solucionar tu lesión acudiendo a un fisioterapeuta te ahorrarás futuras visitas a médicos especialistas, pruebas diagnósticas caras, plantillas, medicamentos y otras terapias por las que irás pasando. Acudir a un fisioterapeuta tiene un coste, pero nada comparado con lo que te puedes gastar si esa lesión se prolonga en el tiempo. 

5 consejos a tener en cuenta cuando se tiene dolor de hombro

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  1. La mayoría de las lesiones de hombro cursan con inflamación. Sobre todo la inflamación se encuentra en un espacio que se llama “espacio subacromial”, espacio por el que pasa el músculo supraespinoso y donde se aloja la bolsa serosa (que provoca la famosa bursitis). Esta inflamación es una de las causas que provoca dolor cuando levantamos el brazo para coger algún objeto. Por lo tanto, cada vez que levantas el brazo y sientes dolor estás creando más inflamación, o por lo menos no estás dejando que la inflamación desaparezca. Es muy importante, en consecuencia, no realizar gestos que te duelan. ¡Utiliza el brazo “no lesionado” para acciones que sabes que te van a doler (servir agua de una jarra, coger las tazas del café, ponerte el cinturón en el coche…)!

  1. ¡Dormir sobre el lado lesionado! Algo muy difícil de evitar si llevas toda tu vida durmiendo de lado. Pero esta es una de las causas más relevantes que no ayuda a la curación de tu hombro doloroso. Si te levantas con el hombro dolorido no estás ayudando a su recuperación. ¿Cómo puedes evitarlo? No hay un consejo definitivo en este aspecto. Para empezar duérmete en otra postura, esto es lo más fácil y evidente. Tal vez cambia de lado de la cama. Hay pacientes que incluso se atan la muñeca a la cintura para no poder subir el brazo. Usa tu imaginación e intenta no sentir el hombro dolorido por las mañanas. 

  1. ¡Manos arriba! Mejor dicho, brazos arriba. Utilizamos aquí las psicología inversa. Si te duele el hombro al levantar el brazo tienes que levantarlo periódicamente. No es cuestión de que te pongas a jugar al volleyball. Pero sí que hay que levantar el brazo de forma controlada un par de veces al día. ¿Contradice este punto al punto nr. 1 arriba descrito? En parte si pero hay una sutil diferencia. No es lo mismo levantar el brazo sintiendo dolor 20 veces al día que hacerlo un par de veces de forma muy controlada. El peligro de levantar el brazo es que cada vez te cueste más y llegue un momento en el que ya no puedas ni hacerlo aunque lo intentes. La cápsula articular (membrana fibrosa que recubre la articulación) se va acostumbrando a esa nueva posición en la que el brazo no pasa por encima del hombro y sus fibras acabarán por acortarse. Muy importante, por tanto, levantar el brazo de forma periódica. Puedes hacerlo cada vez que estás en la cocina, cada vez que coges el ascensor o incluso sentado viendo la televisión. 

Tratamiento de lesión de hombro

  1. Movilidad antes que fuerza. Existe una creencia errónea (a mi entender) de pensar que cuando un hombro duele hay que fortalecerlo. Hay que fortalecer, sí, pero una vez que el movimiento no provoque dolor. La primera fase de toda recuperación de hombro debe de ir encaminada a recuperar la movilidad. Dejaremos el trabajo de gomas y pesas para más adelante. 
  2. ¿A cuantos practicantes de yoga les duele el hombro? En mi consulta hay muchos. Hay ciertos ejercicios que parecen inocuos pero que pueden empeorar la lesión. O, por lo menos, no van a ayudar a que la lesión se recupere. Planchas, fondos, el famoso “downward dog”… todos son ejercicios que cualquier persona con dolor hombro debe de evitar. Ya habrá tiempos y ocasiones en el futuro para hacer esos ejercicios cuando el dolor desaparezca.  

Trucos para quitarte ese dolor de hombro (que ya dura demasiado)

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¿Te creías que las vacaciones iban a acabar con ese dolor tan molesto en tu hombro? Por un momento, disfrutando de esas cañitas en la playa, parecía que tu hombro había mejorado. Pero ha sido volver a casa, a la rutina y ese viejo dolor ha vuelto de inmediato. el hombro vuelve a dolerte por las mañanas, al levantar el brazo para coger las tazas de café, al intentar ponerte en forma haciendo flexiones o incluso al coger el ticket del parking. 

¡No desesperes! Es el momento de ponerte en acción, ponerte en manos de expertos y quitarte ese dolor que lleva ahí ya demasiado tiempo. 

MUCHOS DOLORES TIENEN LA MISMA CAUSA

A no ser que tu dolor sea debido a un accidente, a un movimiento violento o a una caída de la bici la causa de tu dolor va a sonar a algo similar a esto:

  • Tendinopatía del tendón del supraespinoso. 
  • Bursitis subacromial. 
  • Inflamación en el espacio subacromial. 
  • Calcificaciones en el tendón del supraespinoso. 
  • Tendinopatía del tendón subescapular. 

Puede que en el informe de la resonancia ponga uno de estos diagnósticos, en la mayoría de los casos van a ser dos o tres. ¡No te preocupes! Cualquier dolor crónico de hombro se puede mejorar con el tratamiento adecuado. 

LAS LESIONES CRÓNICAS DEBILITAN LOS MÚSCULOS CERCANOS A LA LESIÓN

Incluso deportistas de élite que están compitiendo puede que tengan músculos que no actúan de forma correcta. La expresión que describe esté fenómeno es mucho más gráfica en inglés que en español: “Muscles are not firing well”. Es decir, los músculos no están “disparando” de forma correcta. Esto le puede ocurrir a los músculos que están directamente relacionados con el dolor, pero puede que también otros músculos adyacentes estén comprometidos. Para la curación de una lesión es fundamental identificar estos músculos y tratarlos en consecuencia. Todas las sesiones de Thimblex empiezan con un análisis muscular detallado usando aparatos especialmente diseñados para ello. 

LA MOVILIDAD ES LA PRIMERA VÍCTIMA

Levantar el brazo es una acción muy fácil hasta que el hacerlo te provoque dolor. Entonces dejarás de levantar el brazo y, pasadas unas semanas, esta simple acción te resultará muy difícil de hacer. A partir de aquí la movilidad irá disminuyendo día a día hasta que llegue el día en el que no puedas subir el brazo hasta arriba o llevar el brazo por detrás de la espalda. Este proceso que hemos descrito es muy común en dolores crónicos de hombro. Una buena parte de los tratamientos Thimblex van a ir encaminados a recuperar esa movilidad perdida lo que ayudará a la disminución del dolor. 

TRATAMIENTOS ENCAMINADOS A RECUPERAR LA FUERZA Y LA MOVILIDAD

La mejor forma de curar una lesión es llevando todo a la normalidad. Los músculos “dormidos” tienen que volver a “disparar” de forma correcta. Los movimientos limitados tienen que dejar de estar limitados. Esta es la única manera de recuperar un hombro doloroso. Todo lo demás son parches, tratamientos que quizás mejoran el dolor por un espacio de tiempo pero que nunca consiguen llevar a la articulación a la normalidad.