Las aventuras de la camilla Rusti: Artrosis de cadera.

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La vieja camilla ya hace años que había cumplido con su cometido. Años y años soportando el peso de pacientes doloridos y magullados, cada uno con sus problemas y sus historias, cada uno con sus miedos y esperanzas. Se había ganado a pulso el apodo que alguien le puso alguna vez: Rusti. 

Había visto tiempos mejores. Hubo incluso una época en la que tuvo el privilegio de recorrer el mundo, viajando junto a otro equipaje en la bodega de los aviones y alojándose en lujosos hoteles. Esos eran los good old times, los viejos y gloriosos años. Ahora ya llevaba mucho tiempo en la consulta, día tras día trabajando con su fisioterapeuta, Jaime —como hace tantos años—  en perfecta sintonía. Creaban un binomio perfecto, uno trabajaba con sus manos y el otro soportaba al paciente con sus patas; uno asentía y entablaba conversación, el otro escuchaba en silencio. De vez en cuando, ciertos crujidos al cambiar el paciente de posición, como si de una ventana oxidada se tratase, rompían este baile perfectamente orquestado.

—Una buena camilla tiene que crujir. 

Eso decía entonces Jaime, como queriendo disculparse por el estado de la camilla. 

—Crujir es signo de experiencia y señal de un trabajo bien hecho. No hay nada más triste que una camilla plegada y sin un paciente encima.

La camilla se había acostumbrado a esta consulta, con el sol entrando en diagonal por la ventana al mediodía, con ese sofá observando inmóvil los tratamientos de Jaime. Había cierta magia en todo lo que ahí ocurría, una secuencia de acciones perfectamente orquestadas: recibir al paciente, preguntarle ¿qué tal va el hombro? o ¿qué tal va la espalda?, colgar la chaqueta en el perchero, sentarse en el sofá para quitarse los zapatos, tumbarse en la camilla, y ahí, en ese momento, es cuando se hacía la magia, como le gustaba decir a Jaime. Aunque no había nada mágico en todo lo que ahí ocurría. Solo un buen tratamiento manual, una conversación que solía inclinarse del lado del paciente y bastantes anécdotas y risas.

El día que todo cambió no parecía ser diferente a los demás. En apariencia todo iba según lo planeado, ya habían recibido a la paciente, Katherine, una señora ya mayor con dolor en las caderas. Jaime, como suele ser costumbre, había salido de la habitación para lavarse las manos mientras Katherine se iba tumbando en la camilla. En esa postura es donde la volvió a encontrar al entrar. 

—Bueno, vamos a ver cómo soltamos esas caderas —dijo Jaime—. ¿Qué tal ha pasado los últimos días? 

—Pues así así. Las caderas me duelen bastante al estar sentada, sobre todo la derecha. Incluso por la noche en la cama no consigo encontrar la posición correcta. Es bastante molesto. Pero estoy mejor que hace unas semanas. Me duelen menos al andar —contestó Katherine. 

Ni que lo digas. Ya va siendo hora de que alguien mueva este viejo esqueleto —dijo alguien en ese momento, en una fina voz solo perceptible por Rusti.

¿Quién ha dicho eso? ¿Qué misterio es este? —preguntó Rusti sorprendido, a la vez que algo asustado.

No obtuvo una rápida respuesta y, mientras tanto, Jaime seguía con sus maniobras y con su conversación.

—Es normal que las caderas duelan más cuando no se mueven y el dolor se alivie con el movimiento. Es un tema de lubricación. El movimiento hace que las articulaciones se calienten y se lubriquen. A mí me gusta mucho una frase que una vez escuché en los Estados Unidos de América: Motion is lotion. Quiere decir que el movimiento produce un aumento del liquido sinovial, que es el “aceite” de las articulaciones. Es bastante sencillo: si nos movemos, se crea este líquido y, normalmente, el dolor disminuye y la movilidad mejora.

—Ya me imaginaba que moverme me venía bien. Es una pena. No sabes todo lo que me he movido yo en mi vida. ¿Sabes que yo corría maratones? No se lo he contado a mucha gente, pero era bastante conocida cuando vivía en Boston.

—No tenía ni idea —contestó Jaime con curiosidad—. Cuéntame un poco más sobre tus aventuras. Tenemos tiempo.

Rusti, ahí abajo, no podía contenerse. ¿Quién le estaba hablando? No podían ser ni Jaime ni Katherine a los que había escuchado. Tampoco parecía que ellos hubiesen escuchado nada.

¿Con quién estoy hablando? —volvió a repetir Rusti.

Con quién va a ser. Con el cartílago de la pobre Katherine —contestó la voz.

¿Y cómo es que te puedo escuchar?

Siempre hemos estado aquí. Todas las partes del cuerpo podemos hablar y nos comunicamos entre nosotras. Estamos constantemente chismorreando sobre las cosas más triviales. La verdad es que lo pasamos muy bien. Por ejemplo, nadie quiere hablar con los huesos, que son muy gruñones, mientras que a todos nos gusta escuchar las historias de los músculos, que son de lo más divertidas. En definitiva, somos una gran familia. Lo que pasa es que rara vez tenemos contacto con alguien de fuera. Será que tu eres alguien muy especial, alguien con mucha experiencia. ¿Cómo te llamas?

Yo soy Rusti, la camilla de Jaime. Llevo muchos años aquí, pero nunca había escuchado a nadie que no fuera Jaime y sus pacientes.

Katherine seguía conversando con Jaime, como si nada. 

—Pues verás. Yo corría en la universidad. Te podrás imaginar que eso fue hace muchos, muchos años. En esa época casi no había equipos de chicas. Solo nos dejaban correr pruebas muy cortas, como 800 o 1500 metros. Yo veía a los chicos correr por los campos y pensaba: “Yo también quiero correr horas y horas”. Así que empecé a correr con ellos y me encantaba. Me gustaba la sensación de paz cuando corría. Ahora creo que lo llaman algo así como las endorfinas de los corredores.

—Madre mía, Katherine, quién la ha visto y quién la ve. No tenía ni idea. Siga, que soy todo oídos.

Mientras decía esto, Jaime empezó a mover la pierna de Katherine, flexionando la cadera y llevando la rodilla hacia la tripa. 

—¡Uy ! ¡Qué gusto! —exclamó el cartílago—. Esto de que me muevan es un placer. Es como meterme en un baño caliente. Estoy harto de estar todo el día sentado en el sofá. Eso de pasar horas y horas viendo la tele no me viene nada bien. Lo que yo quiero es libertad, movimiento, actividad. Cuando me muevo, me caliento y me lubrico. Es una de las mejores sensaciones del mundo.

—Pero, ¿qué es el cartílago realmente? —preguntó Rusti. 

—¿Que qué es el cartílago? Somos algo muy importante para las articulaciones. Las articulaciones son las partes que conectan dos huesos, como en la rodilla o la cadera. Sin nosotros las personas no podrían andar, montar en bici, nadar o correr. Al estar los huesos hechos de un material duro, en el movimiento rozarían entre sí y se desgastarían como las piedras de un río. Las superficies articulares, donde toca un hueso con otro, tienen que deslizarse suavemente unas con otras y nosotros nos ocupamos de que estén lubricadas para que se reduzca el roce. Aparte, nuestra función es absorber los golpes. Somos como una almohada. Vamos, que sin nosotros no habría ni aventuras ni Juegos Olímpicos.

Katherine seguía contando su historia: 

—Sí, esto es solo el principio. Una tarde estábamos tomando algo en un bar y un compañero me dijo: «¿Por qué no corres el maratón de Boston?». En esos años este era casi el único maratón que había. Ahora hay uno en cada ciudad. Pero entonces no dejaban correr a las mujeres. Supongo que pensaban que no éramos lo suficientemente fuertes. Yo les pregunté a mis amigos: “¿Cómo podía hacer para correr este maratón? Me descubrirían seguro y todo el mundo se reiría de mí”. 

Tom, su compañero, lo tenía muy claro.

—Muy fácil. ¿Cómo firmas tus exámenes de la universidad? —le preguntó. 

—Firmo K.V. Switzer.

—Pues así lo tienes que hacer. Cuando rellenes la inscripción para la carrera, firma K.V. Switzer. Luego, en la salida te pones un gorro y nadie se va a dar cuenta. 

A Katherine, solo el hecho de pensar en lo que iba a hacer la ponía nerviosa, pero a la vez pensaba que era una idea magnífica. Siempre tuvo una vena aventurera. Le gustaban las historias de mujeres que hacían cosas increíbles. 

—Solo una última cosa —le dijo a Tom—. Si corro el maratón, es con una condición.

—¿Cuál? —preguntó Tom. 

—Tienes que correr conmigo. 

Su amigo se rió con fuerza.

—De acuerdo. Así lo haremos —dijo. 

—Katherine —dijo Jaime—, voy a tener que reservarte dos horas seguidas para que me cuentes todas tus historias. En una sola sesión no tenemos ni para empezar.

—Te lo resumo ahora y luego, si quieres, en otra sesión te cuento más historias. 

»El 19 de abril de 1967 hacía mucho frío. Había estado nevando toda la noche. Esto jugó a mi favor cuando me presenté en la salida del maratón, ya que muchos corredores iban en chándal. Así podía pasar desapercibida y no me iban a reconocer fácilmente. Tom estaba a mi lado, creo que incluso más nervioso que yo. Mi intención no era armar un gran revuelo. Solo quería terminar un maratón y tener algo con que reírme con mis amigos. 

»La carrera empezó bien, nadie se fijaba en mí. Tom y yo fuimos corriendo varias millas, pero en la milla 4 algo pasó. Me di cuenta de que me habían descubierto cuando un señor muy enfadado se abalanzó sobre mi gritando: «¡Fuera de mi carrera y dame tu dorsal!». Más tarde supe que era el director de la carrera. 

»Gracias a Tom, que lo bloqueó, pude seguir corriendo y conseguí terminar. Nunca había estado tan nerviosa y emocionada como entonces. En ese momento me di cuenta de que esta aventura mía no iba a pasar desapercibida. Fue increíble la repercusión que tuvo en los periódicos. A partir de aquí mi vida cambió. El correr nunca me ha abandonado desde entonces. Siempre ha estado presente en mi vida. Lugar a donde iba, lugar donde buscaba un parque o paseo para correr. Mis caderas han estado bien, solo me han empezado a doler hace unos años. Ahora cuento contigo, Jaime, para que pueda seguir andando y corriendo varios años más. ¿Te ha gustado la historia?

—¡Claro que sí! Me ha encantado. Son historias como estas las que hacen que la gente se aficione a correr. Casi se me saltan las lagrimas.

Rusti, por otro lado, no tenía más que preguntas.

Pero, para que el cartílago sea tan blando, ¿de qué está hecho?

—El cartílago es como la piel de una naranja por dentro, una delgada capa de tejido elástico y resistente que recubre los bordes de los huesos —explicó el cartílago—. Lo importante es que somos capaces de absorber, amortiguar y permitir el deslizamiento de las articulaciones. Lo negativo del cartílago es que no nos llega mucha sangre y esto hace que nos desgastemos con los años y que no nos regeneremos. La sangre es la que consigue que los tejidos vuelvan a crecer. Por lo tanto, para que seamos blanditos y elásticos necesitamos la ayuda de un líquido, el líquido sinovial, que es un fluido viscoso, transparente y con consistencia de clara de huevo. Este líquido forma una fina capa sobre el cartílago articular infiltrándose en él. Durante el movimiento, el líquido se extrae mecánicamente del cartílago para mantener la capa de líquido sobre la superficie del cartílago y disminuir la fricción entre las superficies articulares. El líquido sinovial reduce la fricción entre los cartílagos y otros tejidos en las articulaciones para lubricarlas y amortiguar el impacto durante el movimiento. ¡Menudo rollo te estoy metiendo!

—Para nada —contestó Rusti—. Al contarme esto me acuerdo de mis pobres patas que crujen cuando los pacientes se dan la vuelta. La sensación que comentas de movimiento y libertad me recuerda a cuando Jaime me echa un poco de aceite en las bisagras. En ese momento todo mejora y parece que soy una camilla joven.

—Claro que sí. Tenemos que formar un partido político: ¡Juntos por una vida más viscosa! 

Esto último le hizo mucha gracia a Rusti. 

En ese momento ocurrió algo aun más sorprendente. Rusti y el cartílago escucharon otra voz. Esta era una voz grave, profunda, como de alguien muy mayor que decía: 

¿He oído la palabra cartílago?

—Bueno, el que faltaba —dijo Rusti. 

—Este viejo sofá no es capaz de estarse calladito y, para hacerse el interesante, siempre tiene que interrumpir con datos y estadísticas. 

—Justo a esto iba —comentó en voz alta—. Aquí va algo interesante. La artrosis o desgaste del cartílago afecta a alrededor de 302 millones de personas en el mundo, y es una de las causas principales de discapacidad. Se encontraba entre las 30 enfermedades más comunes en el mundo en 2016, habiendo crecido su prevalencia un 30 % desde el 2006. De hecho, las cifras de la Organización Mundial de la Salud, OMS, muestran que el 28 % de los mayores de 60 años tiene artrosis y en el 80 % de los casos causa una limitación de sus movimientos. 

»¿Qué? ¿Os ha gustado este dato? —preguntó el sofá. 

—Que sí, que sí —dijo el cartílago—. Que ya sabemos que eres muy inteligente.

Jaime, mientras trataba a Katherine, empezó a pensar en todos los pacientes con dolores de cadera que había tratado. Eso es algo que le pasaba de vez en cuando. Su trabajo le hacía evadirse mentalmente de la habitación y viajar a otros tiempos. 

Estaba esa señora que, cuando venía a la consulta, dejaba a su perro en casa viendo la televisión. O ese otro señor que solo quería poder seguir bailando con su esposa; lo de andar le daba igual. 

O ese tenista de élite que, para seguir jugando, se puso una prótesis de cadera. 

Todos estos pacientes tenían sus dolores y sus limitaciones particulares. Pero también tenían algo en común: la degeneración del cartílago de sus caderas. 

Pensó entonces: «¿Por que todavía no han inventado o desarrollado un producto u operación para recuperar el cartílago de las personas?». 

De su época en California conocía de primera mano la terapia de células madre, pero no se quedó muy impresionado con sus efectos. Quizás era demasiado pronto y todavía tenían que evolucionar esa técnica. También pensó en aquel año cuando trabajaba con tenistas de élite y fueron a Alemania a probar un tratamiento de plaquetas. El doctor también aseguraba que su terapia regeneraba el cartílago, pero no fue el caso cuando lo probaron. El efecto del tratamiento no duró eternamente. 

Jaime conocía muy bien el posible final de muchos pacientes con dolores de cadera. Se resistía a admitirlo, pero la realidad es que mucha gente acababa con prótesis de cadera. 

¿Era éste el inevitable final? 

Quería pensar que había esperanza si la gente con dolores podía cambiar su estilo de vida y hábitos diarios de actividad.

Katherine, quizás ya cansada de contar su historia, cosa que probablemente había hecho miles de veces, cambió de tema y volvió a sus caderas. 

—¡Cuéntame entonces! Si dices que el movimiento es lo más importante para las articulaciones, ¿por qué a mí, que tanto he corrido, me duelen las caderas?

—Este es el gran dilema —replicó Jaime. 

»Hay una lucha entre el movimiento y el desgaste, un tira y afloja. Realmente, el cuerpo de las personas no estaba pensado para vivir tantos años. Hace 300 años las personas vivían 35 años de media, solo hace 100 años la esperanza de vida era de 50 años y ahora la media en Europa o Norteamérica está en unos 80 años. Año tras año; gracias a la medicina, el ejercicio y la alimentación; las personas fallecen mucho más tarde. Estructuras como el cartílago o los discos vertebrales se van desgastando con los años. Hay varios factores que pueden acelerar este desgaste. Por un lado, está la suerte. En tu vida puedes tener un accidente que destroce, por ejemplo, tu rodilla. El cartílago de esta rodilla, en consecuencia, se puede desgastar más rápido. Por otro lado, está el uso excesivo, como el que pueden tener los atletas profesionales o la gente con  algunas profesiones físicas. Es como si condujeses un coche a velocidad máxima todos los días. La goma de las ruedas se desgastará mucho más rápido que si conduces a 80 km/h. Estas son cosas que pueden acelerar el desgaste. Pero en el otro lado de la cuerda está la inactividad, la obesidad y algunas enfermedades como la diabetes. Este poco movimiento que realizan las personas hará que las articulaciones se retraigan y no se muevan en todo su rango. Esto es igualmente peligroso.

—Qué interesante —dijo Katherine. 

—Lo que tienes que tener en cuenta es que el movimiento hace que las articulaciones se mantengan flexibles y se puedan mover en todas las direcciones. El desgaste es inevitable. Pero no es lo mismo llegar a los 70 años pudiendo andar, agacharse o incluso reptar que casi no poder levantarse del sofá. Un amigo mío me decía: «Yo a los 70 años quiero poder hacer lo mismo que hace un bebe de un año como ponerme de cuclillas, sentarme en el suelo y poder levantarme y tocarme la planta de los pies». Veo que tú, Katherine, puedes hacer estas 3 acciones sin problemas. Tú has sido una persona deportista y tus caderas se mueven bastante bien. Una persona sedentaria, que no se ha movido mucho en su vida, normalmente puede tener tus mismos dolores, pero, aparte, no puede andar y moverse tan bien como tú.

—Jaime, tienes toda la razón del mundo. Además, lo explicas muy bien.

La sesión estaba a punto de terminar, pero Rusti y el cartílago seguían con su conversación:

Hermano —dijo Rusti ya con confianza —. ¡Qué alegría haberte conocido! Katherine suele venir los martes a las 10:00 h a su sesión con Jaime. Seguiremos conversando. También contigo, viejo sofá.

—Claro que sí, de aquí no me mueve nadie —contestó el cartílago—. Bueno, moverme espero que sí, ya me entiendes. Lo que quiero decir es que aquí seguiremos la semana que viene.

—No puedo estar más contento. Por fin puedo saber todos los secretos del cuerpo de los pacientes que pasan por aquí. Ya me veía retirado en un trastero con un montón de maletas encima. El día de hoy ha sido como el comienzo de una segunda juventud —terminó diciendo Rusti.

—Brindo por eso con una copa de líquido sinovial —dijo con gracia el cartílago. 

Rusti se quedó pensando en lo que acababa de pasar. No entendía por qué justamente ahora podía hablar con el cuerpo de los pacientes, después de tantos años de duro trabajo. Tampoco por qué nunca se había comunicado con el sofá, que llevaba mucho tiempo a su lado. 

¿Habría un motivo especial? ¿Era esto parte de un plan más complejo? 

Con esta idea en la cabeza, se quedó esperando a que Jaime terminara su sesión. Jaime y Katherine estaban ya en los últimos minutos de la sesión.

—Katherine, lo que me tienes que prometer es que no vas a dejar de moverte. Piensa en tu época de maratoniana y lánzate a la calle cada día. ¡Márcate pequeños objetivos como llegar hasta el quiosco que está al final de la calle o subir las escaleras del puente peatonal que cruza la carretera! ¿Cómo se dice? Partido a partido, día a día.

—Te lo prometo, Jaime. Además, tus tratamientos también me están ayudando mucho. ¿Te puedo hacer una última confesión?

—Sí, claro, dispara.

—A veces en la cama, con la luz apagada, nada más despertarme, antes de levantarme, todavía con los ojos cerrados, me imagino estar corriendo con el equipo de la universidad, subiendo y bajando colinas y esquivando árboles por los senderos del bosque. Es un momento muy feliz. Luego me levanto y me topo de frente con la realidad. Ya no tengo 20 años y ya no corro maratones, apenas puedo caminar rápido unos minutos antes de cansarme. Pero voy a seguir luchando por mi cuerpo, cuidando mis articulaciones y alimentándolas con el liquido mágico: el movimiento.

—Bien dicho Katherine. ¡Hasta la semana que viene!

Así terminó está sesión, una sesión aparentemente normal para Jaime, pero iluminadora para su fiel camilla Rusti. Lo que no podía imaginar Rusti es que este sería el primer encuentro de una larga lista en la que conocería en detalle todos los secretos del cuerpo. Tampoco sabía que todos estos encuentros iban a desembocar en un final sorprendente, casi mágico. Pero para llegar ahí todavía tenía que soportar el peso de muchos pacientes. Ya llamaba a la puerta el siguiente paciente. Rusti no podía contenerse de la emoción. 

¿Con quién podría hablar esta vez?