Estaba atrapado en un espacio pequeño, una caja dura y oscura. No había ventanas ni puertas a la vista. Estaba solo, rodeado de paredes de madera, húmedas y frías.
Tenuemente, a lo lejos, escuchaba conversaciones, frases sueltas, cuyo significado no llegaba a descifrar. Trataba de taparse los oídos, pero las voces no se detenían.
Era una situación angustiante, no conseguía comprender cómo había acabado ahí. De una de las paredes colgaba una placa de latón que indicaba: D24. No conocía el significado, pero le daba mala espina. Comenzaba a ponerse muy nervioso, no estaba seguro qué era peor: la claustrofobia que sentía o el miedo a lo que le pudiese ocurrir.
De repente, la caja se empezó a deslizar lentamente hacia un lado. Su corazón empezó a latir muy rápido, intentó gritar, pero su voz estaba atrapada en su garganta. La caja paró de moverse y se dio cuenta de que, desde un extremo, entraba un halo de luz.
—La salida —pensó. Se desplazó lentamente hacia el lado desde donde provenía la luz y se asomó por la rendija que se había abierto. Lo que vio le asustó aun más. Mirase donde mirase, arriba, abajo, a la izquierda o a la derecha, solo se veían cientos de pequeños cajones, cada uno con su correspondiente placa de latón, su letra y su número.
—¿Cuál sería el significado de esta cajonera? —Supuso que en cada caja había alguien como él, pero su cajón era el único que estaba medio abierto.
—Vamos a ver ese menisco —escuchó de repente decir a alguien—. Tenemos que valorar si operarlo o no —La voz se iba acercando cada vez más, con pasos que hacían retumbar las paredes. Sabía que no había escapatoria y gritó con terror:
—No, por favor. ¡Sacadme de aquí! ¿Dónde están mis compañeros? ¡Socorro! ¡Que alguien me ayude!
En ese momento se despertó.
—Tranquilo, has tenido una pesadilla —escuchó decir a una voz tranquila y reconfortante. Era Rusti que lo observaba—. Llevas un buen rato temblando y diciendo cosas sin sentido. ¿De qué tenías miedo?
—No me acuerdo muy bien, pero había muchos cajones y alguien me dijo que me iban a operar —dijo todavía algo asustado.
—Ah, ya entiendo. Es la pesadilla de la cajonera. No es la primera vez que la oigo mencionar. Luego te cuento todo sobre ella. Pero antes de eso, ¿cómo te llamas?
—Me llamo Meniskus y soy uno de los meniscos de la rodilla de Ansu Fati.
—¿He oído menisco? —se escuchó decir al viejo Sofá—. Antes de embarcarnos en esta nueva aventura es importante saber qué es un menisco. Os lo cuento aunque no os interese.
—¡Venga! —contestó Rusti—. ¡Ilumínanos!
—Pues aquí va: El menisco es un tipo de cartílago que se encuentra en la rodilla. Cada rodilla tiene dos meniscos, uno en la parte interior, en forma de C (menisco medial), y otro en la parte exterior, en forma de U (menisco lateral). El menisco es una estructura fibrocartilaginosa que actúa como amortiguador y estabilizador de la rodilla. Sirve de unión entre el fémur y la tibia, los dos huesos largos de la pierna. Sin los meniscos, estos huesos chocarían los unos con los otros, como parachoques entre dos vagones de un tren.
—¡Qué bien lo ha resumido el viejo Sofá! —dijo Meniskus—. Pero luego os cuento con más detalle. Somos mucho más que un simple cartílago. Ahora, por favor, vamos a escuchar a este nuevo terapeuta al que hemos venido a ver, que estoy un poco asustado. ¿Cómo se llama?
—Se llama Jaime. No te preocupes que Ansu está en buenas manos.
—Eso espero —dijo Meniskus con precaución.
—Buenos días. Mi nombre es Jaime, soy fisioterapeuta y vamos a intentar curarte esa rodilla. Pero antes, ¡cuéntame qué es lo que ha pasado! —empezó diciendo Jaime.
—Pues verás. Yo me llamo Ansu Fati y soy jugador de fútbol profesional. Juego en el primer equipo del Barcelona.
—Pero, ¿no eres demasiado joven para jugar en el Barcelona? ¿Cuántos años tienes? —preguntó Jaime.
Tímidamente, Ansu respondió:
—Bueno, la verdad es que tengo 18 años.
—¿Y eres de España? Lo digo por el nombre —preguntó Jaime.
—Sí, soy español —contestó con orgullo Ansu—. Aunque nací en Guinea Bissau, con seis años mi familia y yo nos mudamos a Sevilla.
—¿Guinea qué? —preguntó la camilla Rusti.
A lo cual el viejo Sofá contesto rápidamente:
—Rusti, no nos hagas perder tiempo, que la historia de Ansu nos interesa. De todas formas, para tu información, Guinea-Bissau es un país ubicado en África occidental, limitando con Senegal al norte y Guinea al sur y este. Su capital y ciudad más grande es Bissau.
Ajeno a esta conversación, Ansu seguía contando su historia.
—En Sevilla jugábamos al fútbol mi hermano y yo. Siempre nos decían que éramos muy buenos y ya con diez años hablaron con mi padre para que me fuera a la cantera del Barcelona, a La Massia. Era una oferta muy buena para mi familia y a mí lo que más me gustaba era jugar al fútbol. Así que nos mudamos todos a Barcelona y, desde entonces, no he parado de jugar. Debuté en primera división con dieciséis años y en la selección española con diecisiete.
—Muy interesante —comentó Jaime—. Pero supongo que si hoy estás aquí, en mi consulta, es porque tu historia tan bonita se ha torcido un poco.
—¡Qué razón tienes! Estoy aquí porque hace unas semanas me he hecho daño en la rodilla. Estaba jugando un partido contra el Betis. En una jugada cerca de la portería me hicieron una entrada y sentí un fuerte dolor en la rodilla izquierda. Pude terminar la primera mitad, pero luego, en el vestuario, la rodilla se me hinchó y los doctores me dijeron que tenían que hacerme una resonancia magnética para ver el alcance de la lesión.
—¿Y se vio algo en la resonancia? —preguntó Jaime.
—Por desgracia, sí: rotura del menisco interno de mi rodilla derecha.
—Vaya, lo siento. ¿Qué te han dicho los doctores que tienes que hacer? —se interesó Jaime.
Rusti, Meniskus y el viejo Sofá se habían quedado mudos escuchando esta historia tan emotiva. A Meniskus casi se le saltaban las lagrimas.
—¿Así que te has roto, Meniskus? —dijo Rusti—. Por eso tienes pesadillas. Pobrecito, lo siento mucho.
—Si, me da hasta vergüenza comentarlo. Por mi culpa, Ansu no puede jugar. Cuando le hicieron la entrada en el partido, yo sentí como que un rayo me atravesaba por dentro y ahora una parte de mí está rota. No sé qué me va a pasar. Tengo mucho miedo. No quiero que me corten, como le he oído decir a algún médico.
—No te preocupes, Meniskus —dijo Rusti—. Todo va a salir bien. Al final, todo se soluciona, ya verás.
—Ojalá. No quiero tener más pesadillas de cajones. ¿Qué significado tendrán?
—Eso te lo puedo explicar yo —empezó a contar Rusti.—. En tiempos pasados tenían la costumbre de clasificar todas las partes del cuerpo individualmente. Se organizaban con letras y números. Así, por ejemplo, el tendón del supraespinoso era E12 o el ligamento interno de la rodilla, el T34. Se lo imaginaban como una pared llena de cajoncitos, con cada parte del cuerpo dentro de su cajón. Cuando una se esas estructuras se rompía, lo que se intentaba era, en sentido figurado, sacar esa parte, repararla y volver a meterla en su cajón correspondiente. Era un sistema muy analítico, pero, a la vez, muy entendible y razonable.
—Claro, por eso mi cajón se abrió en el sueño.
—Exacto. Pero, con los años, se ha ido viendo que el cuerpo humano no funciona así. Todas las partes del cuerpo se necesitan unas a otras, se apoyan unas a otras, dependen unas de otras. Es algo extremo decir que un esguince de tobillo puede provocar un dolor de cuello, pero por ahí van los tiros. Una parte del cuerpo no se daña por sí sola. Una lesión casi siempre viene precedida de un mal funcionamiento o desgaste de otras estructuras. Tampoco una lesión se cura solamente tratando la zona dolorosa. En cada tratamiento hay que tener en cuenta las articulaciones, músculos y tendones de alrededor. Es una relación de ida y vuelta, una autopista de dos sentidos.
—Ahora que lo mencionas —comentó Meniskus—. Los días antes de lesionarme el cuádriceps se quejaba de estar muy cansado. «No aguanto más tantos partidos». Eso decía constantemente.
—¡Lo has entendido!. Todas las partes del cuerpo se ayudan unas a otras. El cuádriceps no tiene la culpa de que te hayas lesionado, pero puede que haya influido negativamente en tu lesión —terminó diciendo Rusti.
Ansu seguía comentando con Jaime lo que le habían dicho los médicos:
—Según ellos hay tres opciones: La primera es no hacer nada, dejar pasar el tiempo y confiar en que el menisco se cure por sí solo o, por lo menos, no moleste. Parece ser que los meniscos rotos, aunque no vuelvan a pegarse, pueden colocarse en una buena posición y no molestar. Pero claro, eso puede llevar mucho tiempo y el club quiere que vuelva a jugar cuanto antes. Me dicen que tampoco hay ninguna garantía de que el menisco llegue a curarse solo, eso varía según cada persona y la gravedad de la lesión.
—Eso tiene sentido. Los meniscos son un tipo especial de cartílago que tiene un suministro de sangre bajo, lo que significa que poseen una capacidad limitada para repararse a sí mismos. Las lesiones se curan, sobre todo con sangre oxigenada. Por eso, por ejemplo, los músculos se curan mucho antes que otras estructuras del cuerpo, ya que tienen un aporte sanguíneo mucho mayor —explicó Jaime.
Ansu continuó:
—La segunda solución es extirpar el fragmento de menisco dañado; en esencia, cortar el trozo que se ha roto. Es lo que se llama una menisectomía parcial. Se intenta conservar la mayor parte posible del menisco. La recuperación, en este caso, es mucho más rápida. En unos dos meses podría estar jugando otra vez. La tercera es la más compleja: suturar el menisco, es decir, coser la parte rota y volver a ponerla en su sitio. Esta opción, según me han dicho, es mejor que la anterior, pero tiene menos garantías de éxito y estaría cuatro o cinco meses parado.
—Sí que te lo has estudiado bien —dijo con sorpresa Jaime—. Tendrás que pensar muy bien lo que quieres hacer.
—¡La primera, por favor! ¡La primera! —gritó Meniskus—. O la tercera. Pero no elijas la dos, por favor —A Meniskus le daba pánico que le cortasen.
—¿Tú qué opinas? —preguntó Ansu a Jaime.
—Mi opinión es que la operación siempre tiene que ser la última opción. Como dijo el famoso doctor Juvenal Urbino: «El bisturí es la prueba mayor del fracaso de la medicina».
—Ahora me acabas de rematar. ¿Quién es este doctor? ¿Dónde pasa consulta? —preguntó Ansu.
Jaime contestó ya en un tono divertido:
—El doctor Juvenal Urbino fue quien se casó con Fermina Daza.
—No te sigo, Jaime. ¿Me estás tomando el pelo? —dijo un poco molesto Ansu.
Por abajo, el viejo Sofá no dejaba de gritar:
—Yo lo sé, yo lo sé, yo sé quién es el doctor Juvenal Urbino. Es el que se murió al caerse de una escalera intentando coger un loro.
—No te preocupes. Estaba de broma. Ya conocerás a este doctor en el futuro. Es un personaje ficticio que sale en la novela «El Amor en Tiempos de Cólera», una historia muy bonita que tienes que leer algún día. Ahora en serio, yo creo que lo que tienes que hacer es esperar un tiempo hasta que la inflamación baje un poco y ver como está la rodilla. Como me gusta decir: «Mejor un menisco roto que no molesta que medio menisco». Hay que intentar preservar el menisco todo lo que se pueda. Si, pasadas unas semanas, la rodilla te duele mucho al andar o no la puedes doblar bien, entonces te puedes plantear la operación. Pero antes tienes que conseguir que la inflamación baje. La operación es siempre la última opción.
—Pero, ¿qué problema tiene que me quiten el menisco o un trozo del menisco? —preguntó Ansu.
—A corto plazo no mucho. Hace años se tendía a extirpar todo el menisco una vez que un jugador se lesionaba. Incluso hubo un doctor muy famoso que metía los meniscos en botes de cristal y los guardaba en una estantería. Tenía varias paredes llenas de botes. Pero con los años, sobre todo si se seguía jugando al fútbol, el jugador desarrollaba una artrosis prematura. Sin el menisco, los dos huesos chocan y friccionan entre sí y el cartílago, la capa que cubre los huesos, que está hecha para durar entre ochenta y noventa años, se desgastaba prematuramente. Los jugadores aguantaban unos años jugando y luego casi siempre tenían que retirarse. Algunos incluso acababan con una prótesis de rodilla. Así que es muy importante preservar el menisco siempre que se pueda.
—Menudo carnicero ese doctor. No me cae nada bien —dijo Meniskus—. A mí lo que me gustaría explicarle a todos estos expertos, que hablan tanto, es que aquí abajo somos una familia. Todos nos apoyamos. No sirve de nada que intenten curarme si no consiguen relajar los músculos cuádriceps o isquiotibiales. Nunca me curaré si los músculos de las piernas de Ansu están descompensados o si sus caderas están bloqueadas y no se mueven bien. Tenemos que funcionar todos como un equipo, desde el portero hasta el delantero. Pero veo que ahí arriba están obcecados en curarme a mí y se van a olvidar de los demás.
Como si Jaime hubiese escuchado lo que decía Meniskus le preguntó:
—Ansu, ¿sabes lo que quiere decir holístico?
—Ni idea —contestó Ansu.
—Pues quiere decir que hay que entender el cuerpo como un todo integrado, en lugar de separarlo en partes o componentes individuales. Un enfoque holístico reconoce que todo está interconectado y que para comprender completamente algo es importante tener en cuenta todos los aspectos que lo conforman. En el caso de las lesiones, tenemos que analizar el estado de las articulaciones, los músculos, los tendones… todo puede influir en el tratamiento, pero, sobre todo, en la prevención de las lesiones.
Pero Ansu no estaba convencido y protestó:
—Pero mi lesión fue debida a una entrada de otro jugador. Fue un accidente.
—Nunca se sabe —dijo Jaime—. Puede que tus piernas estuvieran cansadas de otros partidos y no se hubiesen recuperado bien. Puede que tuvieses el tobillo bloqueado o la espalda rígida. Casi siempre hay una o varias causas por las que se producen las lesiones. Reconozco que algunas lesiones se producen por mala suerte o por un golpe fortuito. Pero aun en estos casos hay que analizar el mecanismo lesional, qué es los que ha pasado antes de producirse la lesión.
Ahora Ansu se quedó un momento pensando y dijo:
—Jaime, me parece superinteresante lo que estás comentando. Supongo que esto se puede aplicar a todos los aspectos de la vida. Por ejemplo, en un equipo de futbol trabajan el entrenador, los médicos, los fisioterapeutas, los nutricionistas, los jugadores… hasta los aguadores. Si uno de estos componentes falla, todo el equipo pierde. ¿Qué tengo que hacer exactamente entonces?
—Te canto la receta entonces: Como entrante, tenemos unas raciones antiinflamatorias. Esto lo conseguimos con tratamientos como el hielo, la bicicleta suave, la piscina y cualquier otro método que reduzca la inflamación. De plato principal, contamos con una activación muscular para quitarle presión al pobre menisco: ejercicios de fortalecimiento de toda la pierna, la cadera e, incluso, abdominales y lumbares. Y como postre, tenemos una serie de ejercicios de estiramientos y propiocepción, es decir, conseguir que no pierdas la movilidad y el equilibrio de la pierna. ¿Entonces todo solucionado? Tenemos un plan al que agarrarnos, que siempre es importante.
—Me encanta el plan de Jaime, me encanta el sol que entra por la ventana, me encantan las palomas cantando en los arboles, me encanta todo lo que hay en esta consulta, me encanta la vida. Me gustaría quedarme aquí a vivir. ¡Qué contento estoy! —comentó exultante Meniskus.
Rusti le contestó con gracia:
—Es muy interesante ver el efecto energizante de la fisioterapia manual y holística sobre los pacientes. Entran hundidos y salen más contentos que una perdiz. A veces pienso que tendría que haber sido psicólogo. De todas formas, Meniskus, si has escuchado bien a Jaime, ha dicho que hay que dejar pasar tiempo, tener paciencia y ver cómo evoluciona la lesión.
—Sí, le he escuchado bien. Pero cualquier cosa es mejor que la perspectiva de un bisturí y de volver a tener pesadillas sobre cajones.
—La esperanza es lo último que se pierde —terminó diciendo Rusti.
Así terminó la sesión. Jaime y Ansu se despidieron y este prometió mantener a Jaime informado sobre el devenir de su lesión. Por abajo, Meniskus también se despidió del viejo Sofá y de Rusti. Había sido una sesión muy intensa y todos estaban exhaustos. Rusti, como siempre cuando terminaba un día de trabajo, se quedaba pensando sobre el significado de todo aquello. Es como si estuviese haciendo un curso acelerado sobre el cuerpo humano. Más aun, es como si una fuerza mayor intentara comunicarle algo que todavía no lograba entender. Ya habían pasado muchos pacientes y había hablado con muchas partes del cuerpo. Cada una le había contado sus problemas, sus frustraciones, pero, sobre todo, aquello que les hacía sentirse bien. Espacio, lubricación, movimiento, colaboración, ejercicio… eran todo cosas que el cuerpo necesitaba para funcionar a la perfección. Siguió dándole vueltas a la cabeza, pero decidió posponer estos pensamientos para otro día. Ahora tocaba descansar y esperar a ver qué nuevas aventuras les traerían futuros pacientes.
P.D. Meses después de esa sesión de Ansu, un paciente se dejó olvidado un periódico deportivo sobre el viejo Sofá. Curiosamente, estaba abierto sobre una página en la que ponía:
«El calvario de Ansu Fati. El canterano del Barça, lesionado 389 días en las últimas dos temporadas, afronta otro obstáculo en una corta carrera marcada por las grandes expectativas. El joven delantero del Barça se operó por tercera vez de su lesión en la rodilla izquierda. En la primera operación suturaron el menisco roto, pero esta solución no fue exitosa».
Al final, no había podido ser y acabaron cortando al pobre Meniskus, la temida opción dos. Esto le dio mucha pena a Rusti y al viejo Sofá. En la vida las cosas no siempre salen como uno quiere. Pero se aferraron a lo positivo que ponía en el artículo, que Ansu estaba ya jugando a un buen nivel y marcando goles.