La historia de un dolor de espalda.

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“Qué alegría poder pasar una velada tan divertida, después de la que ha caído.” Esto fue lo que pensó Esther al llegar a su casa después de una noche de cena, copas y risas con los amigos de siempre. En aquél frío día de febrero, en el que parecía que iba a nevar, celebraron su 45 cumpleaños. No hicieron nada especial, simplemente estar sentados, comer, beber y contar batallas del pasado. El tiempo pasó como si nada, la única preocupación de Esther era la de escuchar aquellas historias, aportar sus propias experiencias y reírse a carcajada limpia con sus compañeros del instituto. 

Nada que ver con su 46 cumpleaños. Solo había pasado un año pero nada fue igual. Quedaron en el mismo restaurante, los mismos amigos, pero había una gran diferencia. Esther ya no podía concentrarse en las conversaciones, lo intentaba con toda su voluntad, pero un dolor puntiagudo, en la espalda, entre las escápulas, la impedía estar sentada con comodidad. Ya no se reía tanto. Intentaba reclinarse bien en el respaldo de la silla, apoyar los codos sobre la mesa, sentarse recta como una pianista… nada servía, el dolor seguía ahí. Después de los postres sucumbió al dolor, aceptó la derrota y se marchó a casa. Necesitaba imperiosamente tumbarse en la cama para que ese persistente dolor desapareciese. Esa era la única posición en la que estaba cómoda y podía respirar. Eso casi siempre, ya que últimamente, a veces hasta en la cama sentía el dolor. Tumbada ahí en su cama, mientras que sus amigos estaban de copas, pensaba en qué había cambiado su vida para que ya ni pudiese estar más de una hora sentada sin que el dichoso puñal de la espalda hiciese acto de presencia. 

Esther era una enfermera de profesión y vocación. Llevaba más de 20 años rotando por distintos departamentos del hospital, ayudando a pacientes con variedad de enfermedades. Ahora llevaba ya 6 meses de baja. Fue por recomendación de una compañera, que al verla gemir de dolor al guardar unos clasificadores en una estantería, le dijo que por favor se pidiese la baja, que no podía seguir viéndola así. Ya había ido a ver a varios médicos; una resonancia, una ecografía, un TAC, una analítica de sangre. Ventajas de trabajar en un hospital. Pero nadie le había dado una solución, tampoco una explicación. No había hernias, protusiones, estenosis, osteofitos, fracturas… Todos coincidían y pensaban que su problema era muscular. Tal vez la pandemia, el estrés, la inactividad, la premenopausia, o algo llamado fibromialgia. Daba lo mismo. La cuestión es que el dolor no mejoraba. Esther se había gastado parte de sus ahorros en osteópatas, quiropractores y fisioterapeutas. Si por lo menos supiese la causa del dolor. Si se hubiese lesionado el hombro jugando al padel, si se hubiese pinzado un menisco entrenando para un maratón, esto al menos tendría sentido.

Consultando con el doctor Google tampoco encontró nada esclarecedor. Solamente comprobó que había mucha gente con su mismo dolor. Lo llamaban contractura interescapular, dorsalgia o contractura paravertebral. ¿Pero una contractura no podía durar meses o años? Eso es lo que pensó. Ella se llenaba de optimismo cuando pensaba que no tenía ninguna lesión grave, nada que se viese en las imágenes radiológicas, pero el pesimismo aparecía, como una nube negra, cada vez que el dolor se hacía insoportable. 

En esta situación dejamos por el momento a Esther, un personaje ficticio pero con una patología muy real y similar a la de muchos pacientes que pasan por mi consulta diariamente. 

En el caso de los dolores inter – escapulares todo parece muy sencillo. Es un dolor muscular que empieza un día sin motivo aparente. La posible explicación es la del círculo vicioso de dolor – contractura – debilidad – incapacidad, una rueda que se desliza como una avalancha colina abajo. Para solucionar el problema hay que cortar este círculo vicioso. Fortalecer los músculos, oxigenar la zona y conseguir realizar los movimientos dolorosos sin que moleste. Esta, por lo menos, es la teoría. Pero como hemos comentado, en este tipo de lesiones, las “no explicables”, las que normalmente aparecen en la espalda, no se pueden utilizar la misma lógica ni los mismos procedimientos que con una lesión más común, como un codo de tenista o una tendinopatía de aquiles. En éstas, más predecibles, podemos saber casi con total seguridad como va a evolucionar la lesión. Con lo tratamientos adecuados, los ejercicios en casa, las recomendaciones correctas, la mejoría está casi asegurada.

El dolor de Esther, o otros similares como las lumbalgias o el dolor de cuello, requiere un enfoque diferente, más complejo. Lo podemos llamar un tratamiento de ensayo – error. Al no saber cómo va a reaccionar la lesión, primero tenemos que encontrar el tratamiento que sirva como llave para esa puerta concreta. En la primera sesión realizaremos el tratamiento más efectivo según nuestra experiencia, siempre dentro de la filosofía Thimblex. Normalmente este tratamiento ya provocará mejoría. En la segunda sesión, viendo como ha evolucionado el dolor, volveremos a repetir el mismo tratamiento, si el primero ha sido efectivo, o lo intentaremos cambiar si los resultados no han sido satisfactorios. Así en sucesivas ocasiones hasta conseguir una mejoría, por pequeña que sea. Una vez que logremos esa mejoría nos tenemos que agarrar a ella, con uñas y dientes, y seguir por ese camino. Esto no quiere decir que el paciente ya esté curado, simplemente habremos ganado un set, el partido todavía queda lejos. Tampoco que ese sea el único tratamiento factible. 

Esta forma de trabajar es la mejor manera de obtener buenos resultados. Siempre que el paciente siga confiando en nosotros y que siga acudiendo a la consulta, la curación está casi asegurada. Utilizaremos el mismo procedimiento con los ejercicios que tiene que realizar el paciente en casa, lo que nosotros llamamos micro ejercicios. Estos ejercicios están seleccionados para poder ser realizados 2 o 3 veces al día. Son ejercicios muy específicos y con ellos pretendemos influenciar positivamente sobre los músculos y articulaciones relacionados con la lesión. Este binomio de tratamiento Thimblex y micro ejercicios es la combinación ganadora. 

¿Por tanto, qué le podemos recomendar a Esther? Muy sencillo. Que se llene de optimismo, que luche y trabaje día a día para deshacerse de ese dolor, que confíe en el fisioterapeuta, que deje de buscar soluciones en internet, que no escuche a la gente con consejos de tratamientos milagrosos y que visualice su 47 cumpleaños rodeada, entre risas, de sus amigos de siempre.