Las aventuras de la camilla Rusti: Tendinopatía del tendón de Aquiles.

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Con el paso de los años, Jaime había dejado de ser un fisioterapeuta convencional. Realmente, nunca fue completamente uno de ellos. Desde sus comienzos como terapeuta, siempre estuvo más interesado en el tratamiento con sus manos que en las últimas tendencias tecnológicas. El curso de masaje en aquel piso de La Latina, con las escaleras de madera desgastadas y con un constante olor a lentejas, le marcó demasiado como para valorar otras alternativas que no fueran sus manos. No fue por no probar otras opciones. Como le gusta decir a sus pacientes: «Yo lo he probado todo, desde el martillo de siete puntas hasta el láser más moderno, y no hay nada más fiable que el tacto de las yemas de los dedos».

A veces, en esos momentos en los que durante una sesión su mente se evade y retrocede a tiempos pasados o vislumbra futuros sueños, piensa en la simplicidad de todo aquello. Entonces piensa: «No hay nada más sencillo que curar con las manos». Se podría incluso ver como algo primitivo. Realmente era así. Al igual que un violinista que solamente acaricia las cuerdas del violín con su arco, Jaime no tiene más inventario que sus manos. Esas manos, o más bien, sus manos sobre los hombros o rodillas de otras personas, le permitieron viajar y trabajar por distintos lugares del mundo. Muchas veces recordaba aquel pueblecito de la costa este australiana donde estuvo trabajando una temporada ayudando a Iván, un experimentado y bigotudo fisioterapeuta de origen colombiano. Echaba de menos esos años tratando a tenistas profesionales en torneos de tenis por todo el planeta, cambiando de idioma cada 15 minutos. Tampoco se olvidaba de su primer trabajo en el balneario de los Alpes austriacos cuando aprovechaba las 2 horas de comida para hacer unas cuantas bajadas a las pistas de esquí, para luego volver otra vez a los pacientes. Se acordaba de esos 10 años en California, donde aprendió que las manos no solo sirven como herramienta curativa, sino también para relajar el cuerpo y la mente en esos selectos spas con música de Kenny G y sonido de agua cayendo de una cascada. 

Siempre pensó que contaba con una red de seguridad: «Si vienen mal dadas, hacemos las maletas y podemos retroceder el camino recorrido y volver a cualquiera de los destinos en los que ya estuvimos o explorar nuevos y excitantes lugares». Pero, por ahora, estaba bien donde estaba; en su consulta, con la camilla Rusti y el viejo sofá. En esos pensamientos se encontraba Jaime cuando sonó el timbre de la puerta. Se trataba de su siguiente paciente, que llegaba con algo de retraso. Era una tarde lluviosa de diciembre. Desde la consulta se escuchaban los coches pasando a toda velocidad por encima de los charcos. Hacía frío, no tanto como para que cayeran los primeros copos de nieve del año, pero suficiente como para que los pacientes acudieran a la consulta enfundados en abrigos, gorros y bufandas. Al abrir la puerta, se topó de frente con una persona pequeña, bajita, de piel cobriza a la que casi solo se le veían unos ojos pequeños y una sonrisa enorme.

—¿El fisioterapeuta Jaime? —preguntó. 

—Sí, soy yo. Para servirle.

—Me llamo Haile Gebrselassie y vengo porque me duele el tendón de Aquiles. 

—Pues estás en el sitio correcto, pasa por aquí —dijo Jaime sonriendo. 

Acto seguido pasaron a la sala de tratamiento donde esperaba Rusti con gran nerviosismo. 

—¿Podría hablar otra vez con alguna parte del cuerpo? ¿Lo que pasó en la última sesión fue algo pasajero? —se dijo a sí mismo. 

Haile le explicó a Jaime que le molestaba el tobillo desde hacía más de un año, justo en la parte de atrás, que había corrido un maratón y que, desde entonces, no había podido correr con normalidad, que le dolía al pisar y que acababa cojeando durante muchos entrenamientos. 

—Muy bien —dijo Jaime—. Por lo que cuentas y por la ecografía y resonancia magnética que has hecho, tienes una lesión en el tendón de Aquiles. Hace años la hubiéramos llamado tendinitis, pero en la actualidad el término más aceptado es el de tendinosis. La diferencia es que en la tendinitis suele haber una inflamación, pero, en tu caso, al no estar hinchado el tendón, la llamaremos tendinosis. Si no nos queremos complicar, podemos simplemente decir que tienes una tendinopatía. 

—¿Tanto rollo para decir que me duele cuando corremos? —se escuchó de repente. 

Rusti soltó un grito seco.

—¡Oh! ¿Quién ha dicho eso? El milagro ha vuelto a ocurrir. ¡Otra vez puedo escuchar a las partes del cuerpo!

—Así que tu eres Rusti. Ya me han hablado de ti. Te has colado en nuestra sociedad secreta, viejo bribón. ¡Ganas tenía de conocerte!

—¿Cómo te llamas? —preguntó Rusti. 

—Tendine. Soy el tendón de Aquiles de Haile.

—¿Tendón? No sé lo que son realmente los tendones. ¿Me lo puedes explicar?

—Claro que sí. Los tendones somos partes muy importantes del cuerpo. Formamos un equipo con los músculos, como el Gordo y el Flaco. Ellos son los presumidos, siempre enseñando lo fuertes que son. No se dan cuenta de que sin nosotros no serían nada, no existirían.

—Pero, ¿por qué sois tan importantes? —se interesó Rusti. 

—Porque nosotros unimos los músculos con los huesos. Transferimos toda la fuerza del músculo hasta los huesos, produciendo así el movimiento. Sin nosotros, el músculo no sería más que una masa blanda y escurridiza, como una medusa en la arena de una playa de Valencia. No es por presumir, pero somos elásticos, delgados, precisos, fuertes, eficaces, explosivos… Puedo seguir si quieres.

—No gracias —dijo con una sonrisa Rusti—. Me hago una idea.

—En definitiva —siguió Tendine—, somos como un Ferrari. Pero, como toda máquina perfecta, somos frágiles. Necesitamos que nos cuiden y engrasen, calentar bien antes de hacer ejercicio, estirar después y que nos den masajes. Es la única forma de que no nos lesionemos. Al contrario que nuestro socio el cartílago, que se desvive por el líquido sinovial, nosotros no podemos funcionar bien sin el agua, es nuestro elixir de la vida.

—Muy interesante —comentó Rusti—. Una cosa de la que me he dado cuenta es que todas las partes del cuerpo os creéis muy importantes. ¿No será que sois todas un poco presumidas? Porque el otro día el cartílago me dijo que sinél la gente no podría ni correr. 

—Bueno —contestó Tendine—. Yo hablo por mí. Los demás son todos unos envidiosos.

Rusti se rió maliciosamente. 

Mientras tanto, en la vida real, Haile le estaba contando a Jaime historias sobre su pasado.

—Llevo corriendo toda la vida, sin exagerar. Cuando éramos pequeños, teníamos que ir corriendo a la escuela. No teníamos dinero para el autobús. Así que, por la mañana, corríamos 10 kilómetros y, por la tarde, otros tantos. Tampoco teníamos mochilas. Llevábamos los libros en la mano. Por eso ahora corro con el brazo derecho más doblado. Tantos años con esos pesados libros.

Jaime quería saber más. Un primo suyo le contó un truco para hacer que la gente hablara y se sintiera cómoda. Se trataba de repetir en tono de interrogación la última palabra de la última frase que acababa de decir el paciente. Este truco ya era parte del arsenal terapéutico de Jaime y, después de tantos años, lo había conseguido mejorar hasta llevarlo a la perfección. Así que dijo: 

—¿Libros?

—Sí, libros muy pesados y aburridos —siguió Haile—. En la escuela participé en una carrera de campo a través, mi primera, y gané a los chicos mayores. A partir de aquí empecé a tomarme lo de correr más en serio, a ganar casi todas las carreras en Etiopía. Entonces es cuando empezamos a pensar en salir a competir al extranjero.

—¿Extranjero? —dijo Jaime divertido. 

—Sí, empezamos a ir a campeonatos por todo el mundo. En ese momento solo hacia pruebas en pista, como 5 000 o 10 000 metros.

—¿10 000 metros?

—Sí, fue la primera gran carrera que gané. Tenía 21 años y gané el campeonato del mundo en Stuttgart.

La conversación podría haber seguido así horas y horas. Pero Jaime quería centrarse en el tendón, que era lo realmente importante. 

—Mira, Haile —dijo—. El reto (Jaime también había aprendido que nunca se debe decir la palabra problema en una consulta) es que ya llevas mucho tiempo con esta tendinopatía. Si hubieses venido al día siguiente de sentir el primer dolor, todo hubiese sido mucho más fácil. Pero ahora ya las fibras se han inflamado y degenerado. Tenemos que conseguir que esas fibras se regeneren y vuelvan a estar fuertes, sanas y elásticas. Para conseguirlo contamos con tres aliados y un enemigo. Los aliados son el tiempo, que hace que el organismo se cure poco a poco; el tratamiento, que consigue reducir el tono muscular y el dolor, y la sangre, que cura porque lleva oxígeno a la zona lesionada. El enemigo es ese pequeño diablo que se encuentra detrás de las orejas de los corredores y que ordena, manda, suplica y obliga a los corredores a seguir corriendo, aunque sientan dolor. No tenemos que hacerle caso a ese mal bicho. Tenemos que tener esta frase grabada en la frente: «¡Nunca correr con dolor!».

—Sí —gritó Tendine en ese momento—. Síiiiiiii. Por fin alguien que habla con cordura. ¡Haile! ¡Hazle caso! ¡Por Dios! ¡Estoy harto de correr con dolor! Quiero deshacerme de esa piraña que me está mordiendo constantemente.

A Rusti le interesó lo del dolor.

—¡Cuéntame! ¿Por qué te duele al correr?

—Bueno, el dolor lo que hace es proteger el cuerpo para que no nos lesionemos más. El cuerpo sabe que, si corremos mucho tiempo con dolor, la lesión va a empeorar y, en mi caso, que soy de los tendones más fuertes pero frágiles del cuerpo, me puedo hasta romper. Entonces ya no estaríamos hablando de una tendinopatía, sino de una rotura. Lo que realmente nos pasa es que nuestras fibras, que son de colágeno (muy elásticas) se van degenerando y endureciendo. A veces, incluso se inflaman. Lo que, en un momento dado, puede ser un dolor de un par de días, se puede alargar meses o años.

—Vaya —dijo Rusti—. Así que lo importante es que la lesión desaparezca rápido, que no dure mucho tiempo. 

—¡Exacto! —expuso Tendine. 

—¿Puedo añadir un par de datos? —. Esta vez era el viejo sofá el que quería meter su cuña. 

—Claro que sí —dijeron Rusti y Tendine a la par—. ¡Ilumínanos!

—¡Allá voy! En general, en la población, la tendinopatía afecta a entre el dos y el cinco por ciento de las personas. Sin embargo, es más común en los atletas. Por ejemplo, múltiples estudios han demostrado que cada año alrededor del diez por ciento de los corredores desarrollan tendinopatía de Aquiles. Además, aproximadamente el cincuenta por ciento de todas las lesiones deportivas son lesiones en los tendones. ¡Toma ya! —. Terminó diciendo el viejo sofá.

A Haile en ese momento se le pusieron los ojos como platos. 

—¿Correr sin dolor? Pero, ¡yo soy profesional y tengo que correr!

—Por eso he dicho que correr sin dolor es un tema controvertido. Pero déjame que te explique. A mi entender, en lesiones de los tendones, hay tres tipos de dolor. El descendente, el ascendente y el «a posteriori». El descendente es el dolor que se siente en los primeros minutos del entrenamiento y que va desapareciendo a los pocos minutos. El corredor siente como si el tendón se va calentando y llega un momento en el que el corredor se puede hasta olvidar de la lesión. Este es el dolor bueno, con él se puede correr con cuidado pero no demasiado. Es nuestro semáforo naranja. El ascendente es el dolor que va aumentando a medida que pasan los minutos y que, en algunos casos, nos impide terminar el entrenamiento. Nos indica que queda prohibido correr con este dolor. Equivale a nuestro semáforo rojo.  Luego está el «a posteriori», el que aparece después de correr, por la noche o a la mañana siguiente. Este dolor no es tan grave como el ascendente, pero aun así, hay que tener cuidado y ver cómo evoluciona después de uno o dos días.

—Ya entiendo —comentó Haile—. Pero no puedo estar parado mucho tiempo. Perdería toda mi forma. Llevo toda la vida corriendo y me angustio mucho si no corro. 

—Claro. Puedes hacer muchas cosas. Por suerte contamos con muchas alternativas: La máquina elíptica, la piscina o la bicicleta. Puedes hacer horas y horas de estas actividades y no perderás tanto la forma. Tu piensa una cosa: si corres con dolor, es como si estuvieses cavando tu propia tumba. En sentido figurado, claro. No tiene ningún sentido correr con mucho dolor, ya que, tarde o temprano, vas a tener que parar. El dicho «más vale tarde que nunca» no lo podemos aplicar aquí —terminó diciendo Jaime.

—¡Viva! ¡Vamos a ir a la piscina! —gritó Tendine, que estaba a la vez hablando con Rusti y escuchando a Jaime. 

—Qué suerte —dijo Rusti con envidia—. Yo nunca he ido a una piscina. Si me tirasen a una, supongo que me hundiría como un ancla. Además, con lo viejo que estoy…

—¡Qué va, Rusti! Si estás hecho un chaval. Yo creo que, si te ponemos con las patas hacia arriba, puedes hasta servir como tabla de surf.

—Sí, claro, y con Jaime encima. Los dos lloraron de risa, incluso se escuchó al sofá desternillarse.  

Jaime ya casi estaba terminando el tratamiento que consistía en presiones y movilizaciones. 

—¿Ya casi hemos terminado. ¿Cómo te encuentras? —preguntó Jaime en ese momento a Haile.

Haile movió el pie y dijo: 

—Bastante mejor. Noto como que el pie está más suelto.

—Eso es porque, con el tratamiento, hemos incrementado la circulación sanguínea de la zona y, en consecuencia, ha aumentado la temperatura. Haile, ¿conoces la «ley de la arteria»?

—Ni idea, pero me interesa.

—Te explico. Viene a decir lo siguiente: La sangre circula por las arterias y así llega a todas las partes del cuerpo. Por estas tuberías viajan a los tejidos lesionados los nutrientes, el oxígeno y los componentes esenciales para la curación. A su vez, por este mismo torrente sanguíneo, las sustancias de deshecho, las que generan la inflamación, pueden volver por las venas y serán expulsadas del cuerpo. De esta forma se consigue una limpieza de la zona y una renovación de las fibras y de las células. Los tratamientos de fisioterapia, los masajes y los ejercicios están encaminados a que la sangre llegue de forma correcta y sin trabas a las zonas lesionadas.

—Muy interesante. Nadie me lo había contado de forma tan sencilla. Es más fácil confiar en un proceso una vez que se entiende como funciona todo. ¿Sabes lo que hemos llegado a hacer en mi pueblo? Me da hasta vergüenza contártelo.

—Soy todo oídos.

—La última vez que estuve en casa subimos corriendo al monte Entoto, que está cerca de Adis Abeba. Normalmente, nos detenemos en la iglesia de Santa María a beber agua bendita para que nos ayude a correr más rápido y ganar carreras. Pero esta vez mis compañeros me dijeron: Deberías ponerte el agua bendita en tu tendón. Tonto de mí, lo hice.

A Jaime le conmovió esta historia y dijo: 

—Lo del agua no lo sé, pero, como yo siempre digo, a los tendones hay que tratarlos con cariño. Hay que darles masajes, estirarlos, ponerles agua caliente, no estresarlos y, solo así, semana tras semana, se irán curando. Ninguna tendinopatía crónica se va a curar con un tratamiento milagroso. Igual que para ponerse en forma corriendo, hay que ir poco a poco, hay que meter las horas y cuidados necesarios.

—Eso es lo duro —replicó Haile—. A veces, no tengo la paciencia necesaria y me creo que todo va a ir bien. Luego, salgo a correr y veo que me sigue doliendo. Llevo ya un año así.

—Pobre Haile. Se me están saltando las lagrimas con toda esta conversación —comentó   Tendine—. Llevamos ya recorridos tantos kilómetros que somos como una familia.

—Qué tonto eres Tendine. Claro que sois familia, incluso más que eso —dijo Rusti.

Jaime, en ese momento, se sentía a gusto y siguió con sus explicaciones. 

—Por mi experiencia casi siempre pasa lo mismo. En una tendinopatía, lo primero que mejora es el dolor matinal, nada más despertarse el paciente. Lo siguiente es el dolor al andar o al subir escaleras. Logramos el verdadero avance cuando la persona pasa una mañana, una tarde o un día entero sin acordarse del dolor, sin pensar en él. A partir de este momento, podemos decir que la curación va por buen camino, que estamos bajando por la pista de esquí correcta. Ahora solo queda quitarse el dolor al correr. Este es el punto más complejo. El truco para esto es empezar a correr en pequeñas dosis. El primer día cinco minutos, luego siete, después diez y así hasta llegar a cuarenta y cinco o cincuenta minutos. Siempre sin dolor. 

—Entiendo —dijo Haile asintiendo. 

—Para terminar, la curación es como un juego de la soga-tira. Por un lado, tira la curación y, por otro, todo aquello que hace daño a la lesión. Si corremos con dolor, aunque solo sea cinco minutos, esto desplazará la soga hacia el lado de la lesión y tendremos que recuperar el terreno perdido. Tan importante es considerar todo lo que hacemos por curarnos como lo que hacemos por empeorar la lesión.

—¡Oye! Este Jaime sabe mucho —exclamó Tendine—. Debería ser profesor. Pero seguro que no me puede contestar a esta pregunta. Antes, cuando me estaba tratando con las manos, me hacía bastante daño. Incluso ahora me duele un poco más. ¿No es esto lo contrario de lo que está contando? Primero habla de tratarme con cariño y luego me tortura.

—Esto te lo respondo yo —dijo Rusti—, que para eso llevo tantos años aquí soportando a los pacientes. El tratamiento de Jaime lo que hace es abrir el espacio entre la piel y el tendón para que la sangre y la linfa puedan circular con normalidad. Es lo que se llama presión negativa. Aparte, con los masajes que ha hecho al final, al apretar, consigue crear una ligera inflamación y esto ayuda a que el cuerpo mande más sangre oxigenada a la zona. Esta irritación que comentas desaparecerá y, mañana o al día siguiente, te dolerá menos. Esto es, como se dice en francés: reculer pour mieux sauter, es decir, hacer un poco de daño para que luego duela menos.

—¡Qué listo eres tu también, viejo Rusti!

Bueno, ya estamos llegando al final —comentó Jaime. 

—Jaime, solo una pregunta más. Cuando corro, aunque no me duela mucho, noto como que no tengo fuerza para empujar; como que la pierna no soportara bien mi peso, y eso que yo peso muy poco. ¿Esto tiene alguna explicación?

—Claro que sí. Te lo explico. Las lesiones también suelen provocar pérdida de fuerza en el tendón y su correspondiente músculo. Hay que tener en cuenta que la pérdida de fuerza se produce muy rápidamente, mientras que mejorar la fuerza tarda mucho más. Se dice que la relación puede ser de tres a uno, es decir, si no utilizas bien un músculo durante un mes, ya sea por lesión o por inactividad, se tardan tres meses en volver a tener el mismo nivel de fuerza. Por lo tanto, para ti, que llevas un año con dolor, todavía queda mucho tiempo para que vuelvas a tener unos valores de fuerza como los que tenías antes. Pero llegarás si eres constante.

—Muchas gracias, Jaime. Ya me voy mucho más tranquilo y con las ideas más claras. ¿Nos vemos la semana que viene?

—¡Claro que sí! ¿Mismo día?, ¿misma hora?

—¡Hecho! Solo una última pregunta. Esta camilla que tienes, ¿no está un poco vieja ya? Parece que se va a derrumbar en cualquier momento.

—¡Oye! ¡Un poco de respeto! —gritó con toda su fuerza Rusti, aunque sabía que, por ahora, no podía comunicarse con los humanos.